Por Jess Losada (1958)
Cuba es un país demasiado joven para blasonar de una historia deportiva de largo metraje. Sin embargo, su pujanza en el renglón de los deportes ha sido extraordinaria. Considerando su extensión geográfica, su población actual de seis millones (1958) y los medios para la práctica de los juegos atléticos, nuestro país ha producido una asombrosa cuota de figuras estelares que han sido reconocidas en todo el mundo como campeones mundiales y como grandes del boxeo, baseball, esgrima, atletismo, remos, basquetbol, yatismo, esgrima, natación, automovilismo, aviación.
Mucho evolucionó el deporte cubano en la primera mitad del pasado siglo, pero nuestro desarrollo deportivo comenzó mucho antes de que la bandera cubana ondeara por primera vez en suelo soberano. Nuestro primer atleta all-around, Ramón Fonst, fue campeón mundial de espada un año antes de iniciarse el siglo veinte. Y antes de esa fecha ya Ramón practicaba la mayoría de los deportes que incluía el clásico boxeo de mano y pie que se usaba en Francia, el sabat, y el ciclismo, deporte que le valió docenas de medallas. Fonst fue el inspirador de nuestra esgrima y su nombre llegó a adquirir prestigio internacional.
Hoy se le considera como uno de los grandes de todos los tiempos. Por aquella época también había surgido un Alfredo de Oro, que alcanzó el campeonato mundial de carambolas y que escribió bellas páginas de hazañas deportivas para su patria. Poco después surgió José Raúl Capablanca. El ajedrez tiene en la memoria de José Raúl el molde extraordinario de una mente prodigiosa que convirtió al cubano en ídolo universal. Entre los maestros más respetados de todas las épocas, Capablanca es un símbolo. Su maestría emocionó al mundo entero.
Adolfo Luque fue un pionero de nuestro baseball moderno. Y uno de los primeros cubanos que jugaron pelota de liga grande. Alcanzó los primeros estratos del arte de lanzar. Fue líder de ambos circuitos mayores y cabecera del cuerpo de lanzadores de varios equipos. Luque siempre será citado como ejemplo de coraje y de destreza. Junto a Luque, en el grupo de peloteros cubanos están Miguel Ángel González, estratega y organizador, espécimen de consistencia y de ruda filosofía beisbolera; Armando Marsans y Rafael Almeida, que en 1911 ya estaban jugando en los Estados Unidos con el baseball organizado. Por aquel entonces había surgido José de la Caridad Méndez, el coloso del diamante que nació demasiado temprano para gozar de la actual emancipación del negro en el béisbol grande. Méndez simboliza una pléyade de jugadores de tez oscura desarrollados en Cuba, que, de vivir hoy, estarían en nóminas de liga grande con sueldos que no se soñaban en Cuba a principios de siglo.
La primera evolución del deporte en Cuba se centraliza en el baseball. Fue el primer evento que logró carta de naturalización. Parecerá increíble a las generaciones de ahora, pero en Cuba se juega baseball desde hace ¡160 años! La historia de este deporte, nacido en Estados Unidos y desarrollado por la vía del juego inglés de rounders, no tiene más de 180 años de edad. Unos años antes se practica un baseball rudimentario, pero no fue hasta 1845 que Alexander J. Cartwright redactó las primeras reglas beisboleras para la práctica de este deporte. Cuba adoptó el baseball 20 años después de la organización de Cartwright.
Fue en 1865 que un grupo de jóvenes cubanos, llegados de los Estados Unidos, se reunieron en el entonces despoblado Vedado para improvisar decenas—entonces eran diez jugadores en cada “team”—y sin pauta fija de organización, jugaban a la pelota. El club Habana se creó en 1872, aunque hay historiadores que ofrecen una fecha posterior—1875—Un año más tarde se montó el Matanzas Baseball Club, que retó al Habana, surgiendo la primera serie criolla y ganando el Habana. Por esta época se publicó un bando prohibiendo el juego.
En 1874 fue animado el club Almendares. Y después, en cortos lapsos los clubes Fe, Colón y Progreso se incorporaron al deporte que estaba haciendo furor entre los cubanos.
Nuestra pelota es vehemente. No la aceptamos como pasatiempo sino como dramático apéndice de nuestra vida. Y es lógico que sea así. Puesto que es producto de nuestras gestas libertadoras y de nuestro afán de vivir en un mundo de ritmo ágil. El atleta cubano lleva en sus músculos y en su mente el furor atávico de nuestra historia. La pelota criolla está saturada de mambí. De ahí su chispa sentimental. Su respaldo a jugadores que sienten el baseball en las venas y su repudio a los que juegan al baseball con ritmo de vodevil. Y es que nuestros primeros peloteros fueron patriotas y atletas a la vez. Usaban el bate para la ofensiva en el diamante y el machete para redimir a la patria del opresor. La pelota se jugaba con esa audacia que sigue siendo característica del cubano. A veces estaban mezclados, debajo de las glorietas, los bates, los guantes, los fusiles y los machetes. Un juego de pelota servía para reunir a los mambises, sin llamar la atención de las autoridades, para hacer planes y para recaudar fondos revolucionarios. Ese fue el origen fervoroso de nuestro béisbol. Y así nació la conjunción del deporte y del deber patrio.
Otro deporte con hondas raíces en nuestro pueblo es el boxeo. Llegó a Cuba mucho después de la pelota. Por eso su historia es moderna. Cuando Jess Willard arrebató la corona mundial de peso completo al fabuloso Jack Johnson, en Oriental Park, 1915, la mayoría de los espectadores conocieron boxeo por primera vez. No fue un match modelo de pulcritud. Un Johnson ya vencido por largos años de disipación resistió 26 rounds ante la pujanza física de un gigante de seis pies, seis pulgadas que vivía la plenitud de su fortaleza. Johnson juró varias veces durante su borrascosa existencia que se había comprometido a perder, pero seguramente que Johnson actuaba por orgullo—prefería confesarse animador de un fraude a reconocer su derrota—porque no se explica que una pelea arreglada dure 26 rounds. Johnson no pudo más y completamente agotado esperó el conteo acostado sobre el ring. Con esta pelea, sin embargo, nació en Cuba una afición por el boxeo que ha rendido asombrosos frutos.
Cuba ha producido campeones mundiales como “Kid Chocolate” y “Kid Gavilán”. Y entre sus grandes figuras del cuadrilátero descuella el recuerdo de aquel Black Bill, que fue una maravillosa máquina de pelear pero no logró alcanzar un campeonato mundial porque su mente era demasiado infantil. “Kid Charol” tenía aptitudes para campeón ideal.
Hoy sería un campeón admirablemente cotizado.
Hay que recordar que, en su última pelea, contra uno de los dos mejores mexicanos de aquella época (Dave Shade), Charol logró unas tablas. Estaba padeciendo de tuberculosis. Fiebres de 38 grados no le permitieron un entrenamiento adecuado. Y, sin embargo, resistió doce rounds frente a un boxeador de grandes facultades que gozaba de plena salud. A los pocos meses de aquella pelea, Kid Charol moría en un hospital. Nuestro boxeo de ahora siempre tiene a pupilo de dos a cuatro púgiles clasificados en el “ranking” mundial. Hoy son “Niño” Valdés, el completo; Isaac Logart y Gavilán, welters, Armenteros, pluma.
Chocolate ha sido el más grande de todos. Su personalidad es aún recordada en todas partes del mundo. Su arte afiligranado lo estampó como el pugilista más emocionante de todas las épocas. Kid Tunero nunca fue campeón mundial, pero derrotó a cinco pugilistas que ostentaron corona mundial. Gavilán, ya deteriorado, por uso y abuso, es la herencia de aquella etapa de oro de nuestro boxeo.
El deporte amateur conoció su época más sobresaliente con las hazañas de Rogelio París, el primer tenista que llevó los colores cubanos a competencias internacionales. Fue campeón a base de un “chop” porque no dominaba el “drive” que es lo clásico en tenis.
Después surgieron los Ricardo Morales, Vicente Banet, Pepe Agüero, Gustavo Vollmer y Lorenzo Nodarse que jugaron internacionalmente. Nuestro tenis no ha progresado. Le ha faltado calor y torneos populares.
Miguel Gutiérrez es el pionero de nuestro atletismo moderno. Participó con éxito en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de México, La Habana, San Salvador, Panamá y Barranquilla. ¡Cinco olimpiadas consecutivas!
Octavio González fue nuestro primer atleta completo de la era moderna. Al recordar a Octavio nos viene a la memoria la hermosa reminiscencia de dos clubes cubanos que brindaron el esfuerzo inicial de nuestras competencias inter-clubes: El Club Atlético de Cuba y el Vedado Tennis Club. Fue la primera intensa rivalidad deportiva de Cuba. Octavio jugó pelota y fútbol colegial y fue corredor de cortas distancias. Otilio Campuzano ha sido el más completo de los atletas all-around que ha producido Cuba. Dominaba todos los deportes. Era basquetbolista, pelotero, atleta de campo y pista. Futbolista. Todavía sigue siendo útil a la causa de los deportes como guía espiritual y material de atletas.
El fútbol tipo colegial que es el primer deporte de los Estados Unidos tuvo su inicio en Cuba dentro del Club Atlético de Cuba y tuvo, también, su héroe máximo, George Booth, el inolvidable “Guamacaro”, que vivió aquel fútbol que era homicidio y placer a la vez. Booth, con sus Anaranjados del Atlético ofrecía la vida en cada partido.
No hay sector deportivo donde Cuba no haya participado. Cuando la aviación era deporte, ilusión y audacia; cuando volar en un aparato más pesado que el aire era entretenimiento precario de los románticos visionarios a quienes todo el mundo tildaba de locos, surgió Domingo Rosillo. Su vuelo Key-West-Habana fue la primera travesía aérea, por mar, en la América.
Su frágil avioneta y la técnica rudimentaria de entonces era una invitación al suicidio. Pero Rosillo, que aprendió a volar en París y que regresó a La Habana a imponer su tesis del futuro inaplazable que había en la aviación, vivió, con la honda emoción de ver su idea plasmada en asombrosa realidad. Agustín Parló fue otro pionero del aire, y Guillermo Martull, muchas veces olvidado, fue “recordman” mundial de salto en paracaídas.
La evolución de nuestro deporte mantiene su ritmo ascendente. Cuba tiene un lugar preferente en el mundo del yatismo. Charles de Cárdenas fue campeón mundial de yates tipo estrella dos veces. La Habana ha sido sede de importantes eventos internacionales incluyendo la regata trasatlántica Habana-Santander.
El yatista Luis Humberto Vidaña, con sus triunfos internacionales fue elegido el mejor atleta del año en el sector amateur, 1957. Charles de Cárdenas fue elegido dos años consecutivos. En natación hemos desarrollado a un Manolo Sanguily, que exhibe su clase en torneos internacionales incluyendo olimpiadas.
De Pepe Barrientos, nuestro “sprinter” de hace dos generaciones hasta Rafael Fortún, el corredor de distancias cortas y que ha participado en más de 10 meets internacionales, nuestro atletismo ha ido progresando a fuerza de afición, sin mucho público, con escasa taquilla y con escasa cooperación general. Bertha Díaz puede catalogarse entre las primeras atletas del mundo. Eguiluz y Gutiérrez son los inmortales criollos de la pelota vasca.
Nuestra república ha sido pródiga en talento deportivo y en este breve ensayo de evolución de los deportes proponemos un homenaje a todos los atletas que han contribuido a un historial rico en hazañas, en sentimiento y en ese espíritu de superación que los cubanos siempre han sabido extraer a todos sus esfuerzos dentro de la política, de la enseñanza, de las artes y ciencias y de la responsable asignatura de vivir con honor y con libertad.
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