En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

24 de junio de 2025

Capítulo I

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Los pequeños perseguidos por las voces de advertencia de los mayores se desperdigan por el parque. Buscan escondites en los jardines, árboles y muros que delimitan el área.

Florencio Flores la toma de la mano. Rosalía Rosado corre a su lado y se refugian detrás del monumento a Miguel Jerónimo Gutiérrez.

—Esto no es un buen escondite. Enseguida nos descubren -ella protesta.

—No importa…

—¿Cómo que no importa…? ¡Jugamos a los escondidos!

—Tengo que decirte algo -repite.

—Me lo dices después. Vamos a escondernos mejor -dice y pretende volver a correr.

Con delicadeza la retiene por un brazo.

—Tengo que decirte algo -reitera y, a sus propios oídos, la voz le sonó extraña.

—Acaba de hablar, que van a descubrirnos.

Florencio Flores vacila y una temprana intuición femenina alerta a la niña.

—¿Quieres ser mi novia…? -suelta de sopetón y el corazón le sube a la garganta.

Rosalía Rosado lo mira con afecto y su rostro colorea una sonrisa. Ahora es ella quien le toma de la mano e ignorando la pregunta exige.

—¡Corre, corre…! Vamos a escondernos de verdad.

La lluvia, furiosa de viento, castigó la madera de las puertas e hilos de agua se escurrieron, a ras del piso, al interior.

—Esto es más que una tormenta de estación -dijo Romerico Romero.

—Es como si toda el agua del cielo quisiera lavar, de la tierra y la memoria, el embarre de mierda que nos impuso el futuro -reflexionó Florencio Flores.

—Impuso por corto tiempo -aclaró Romerico Romero-. La tierra se recupera.

—La memoria es diferente. No todas son iguales ni lavables. La mía, a ratos, olfatea el olor de la mierda que trajo y reguló el futuro. El futuro que encajó comportamientos e ideas; reprimía y no paraba de prometer, para todos, lo mejor de un diseñado horizonte ideológico que se jodió cuando rescatamos, digo el pueblo entero, a La Virgen de la Charca de la poza de aguas fangosas en que los ajenos, liderados por Candelario Candela y el apodado Doctor, habían lanzado la imagen.

—Por mucho que lo pienso no comprendo cómo nunca aparecieron restos del hermano Palomita. Uno de los ajenos, arrepentido del futuro, confesó que lo sumergieron junto con la virgen. Por otro lado René Reynoso, el borrachín pescador de ranas toros, cuenta que fue testigo de cómo el cura, envuelto en luz se elevaba a las alturas. Rene no es muy creíble. De todas formas se dragó la charca y ni un hueso humano apareció -recordó Romerico Romero.

Florencio Flores asintió con la cabeza y, en una combinación de relámpago con flama de carburo, se bajó un trago y dijo.

—El misterio llama la atención. Es como si el cuerpo de Palomita se hubiese diluido en el aire o, en el mejor de los casos, elevado a las alturas, como asegura René Reynoso. Todo el embrollo empezó con las primeras detonaciones del otro lado de las lomas y cerros. Al principio nos alarmó el ruido sordo y continuo. Pero era tan persistente y lejano que nos fuimos acostumbrando. Además, venía de lo que no veíamos. Las lomas Capiro y del Sitio, Gobernadora, Belén, Pelo Malo, La Melchora, San Román y los cerros Calvo, Chivo y Cubanacán, cercando a Santa Clara junto a elevaciones menores como Colina Monte Roca, nunca dejaron pasar ciclones al valle. Por siglos los vientos se desgastaban golpeando las laderas de las lomas. Por qué temer a un ruido lejano. Ni las corrientes de los ríos Bélico, Cubanicay y Ochoa, mostraron, hasta casi el final, alteración en sus aguas y cauces.

—Haberlos claramente no los hubo, pero recordarás que algunos días, junto al eco de los estampidos, la brisa de la tarde llegaba con olor a pólvora y los totíes del parque Leoncio Vidal dejaban de cantar -Romerico Romero apuntó.

—Es cierto, como también lo es que el alcalde Cornelio Cornides y los concejales declararon al periódico El Eco de Villa Clara que el ruido era parte de las perforaciones que, buscando petróleo, hacían compañías extranjeras en los Llanos del Agabama.

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