En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

29 de diciembre de 2025

Capítulo IV

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Y René Reynoso vio obrar el fervor religioso en la exaltación que nutrió el cuerpo del cura que, con empuje inusitado, desdeñando las contusiones recibidas, arremetió contra los profanadores de la imagen de La Santa al grito de,

—¡Salvajes…!

Y René Reynoso, en ademán de contención, abrazó la tierra fangosa para no correr en ayuda del cura que, a mano limpia, se batía y ponía en aprietos a los verdugos.

El Guía en Jefe, exasperado ante la ineficacia de los seis ajenos, le ordenó al Doctor.

—¡Acaba con esto y lo tiramos al pantano!

—¡Apártense, inútiles! -ladró el Doctor y extrajo un arma de fuego. La misma que, en la etapa del lado oculto de las lomas, había utilizado para ultimar al campesino Eutimio Guerra.

Y fue cuando René Reynoso, más allá del asombro,— vio como el Doctor descargaba las balas de la pistola en la figura del cura Palomita, que inmune a la agresión se envolvió en un súbito embudo de luz enceguecedora que verticalmente lo succionó a las alturas.

Y René desbordado, ante lo que acababa de ver, se empinó la botella de ron y perdió el conocimiento. Al amanecer despertó débil, con temblores, fuga de orina y diarrea. Como pudo apartó los matojos y atónito lo recibió el paisaje conocido. Nada: absolutamente nada daba señas de lo acontecido. La charca era la siempre; muda y solitaria.

René Reynoso tuvo un vómito incontenible y volvió a perder el sentido. Al mediodía su mujer Balbina Balbín, preocupada de que no hubiese regresado al amanecer, con el producto de la pesca, en compañía de los hijos y vecinos recorrió, dando voces, el área pantanosa.

—¡René, René…! -voceaba y los acompañantes repetían el llamado.

—¡Lo encontré…! -grito el talabartero Bernardo Bernárdez.

Todos corrieron. La primera en llegar fue Balbina que, al advertir el estado calamitoso del marido y la botella de ron vacía, estalló en improperios.

—¡Borracho asqueroso!, ya ni pescar puedes. ¡Mira, mira!, la basura que eres… y nosotros preocupados por ti…

—Mamá, déjalo tranquilo que no te oye. Esto es más que una borrachera -alertó Reynaldo Reynoso, el hijo mayor.

—El muchacho está claro -terció el talabartero-. He compartido muchas botellas de ron y aguardiente con tu marido y jamás lo he visto así. Aquí tiene que haber pasado algo más…

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