Capítulo III
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Palomino Palomo cayó, a causa de los golpes. El Guía en Jefe, desfogando el resentimiento por años acumulado, pateó al caído.
¡Habla pedazo de mierda…!, corearon los congregados.
En ese instante, alentado por la exigencia unánime, el, hasta entonces servicial, boticario Herminio Hermida se adelantó y se hizo escuchar.
—¡Qué pague por haber golpeado al pequeño Candelario!
—Siempre se creyó mejor que nosotros -exclamó el, hasta entonces, reflexivo relojero Zacarías Saca.
Y no queriendo ser menos la, hasta entonces, comprensiva maestra Alma Almaguer, con el rostro demudado, señaló.
—¡Golpeó al niño Candelario con saña demoniaca!
El Guía en Jefe ofuscado, por los recuerdos y los gritos alentadores, redobló la pateadura.
El ajeno de respiración asmática y hablar y pausado. Gran tomador de té, elaborado con yerba mate, al que llamaban, Doctor se aproximó y en voz baja, que solo escucharon unos pocos, le recomendó al Guía en Jefe que detuviese el espectáculo y obrara de una buena vez.
Decenios más tarde, cuando el futuro luminoso quedó relegado al confín de las tinieblas inútiles, un indagador histórico-literario hizo público el fragmento de una carta en la cual el escritor villaclareño Enrique Labrador Ruiz le confirmaba a su hermana Dulce: El Forajido doctor Guevara que se distinguió, por su intolerancia y su odio contra la Iglesia, fue quien ordenó, en la década del 60, el retiro de la imagen y también su desaparición.
FIN Capítulo III








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