En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

12 de noviembre de 2025

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

—Palomino Palomo, ¡verdad qué el mundo es redondo…! -exclamó Candelario.

…el Señor es contigo bendita Tú eres entre todas las mujeres…

—El justiciero cura Palomita…, se burló.

…y bendito es el fruto de tu vientre Jesús…

—Todavía me arden los bofetones -endureció el tono.

Santa María, madre de Dios, ruega…

—Mejor que busques alguien que ruegue por ti. Por ti sólito…

por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte…

—Amén —se adelantó Candelario Candela. 

Amén, repitió el sacerdote.

—El cura Palomita a los pies de la ramera -profundizó la mofa.

Palomino Palomo permaneció de hinojos. Volteó enrostro y buscó la mirada de Candelario. 

—Hermano, de rodillas ante la Inmaculada Concepción de la Virgen María pido perdón por la soberbia ciega que me llevó a pegarte. ¡Perdóname! -clamó-. También, pido y ruego que te arrepientas por haber lanzado una flor al rostro sagrado de la Virgen. Ven a mi lado. Pidamos la absolución divina para ambos y reiniciemos la armonía interrumpida.

Ante lo que consideró una estúpida candidez, Candelario Candela titubeó. El silencio de los congregados pesaba y calculó que de prolongarse el impasse la propuesta del cura desarticularía buena parte de la ira inducida que gravitaba en el recinto.

Entonces, midiendo el efecto, se dirigió, en voz alta, al sacerdote, al tiempo que giraba el cuerpo para, con mirada de cazador, terminar de frente al gentío.

—No mancillé rostro humano alguno. Lancé con pureza juvenil una flor contra una piedra. Un pedazo de mármol frío. Sin embargo tú, ¡santurrón hipócrita!, golpeaste a un ser humano. Un legítimo ser humano al que causaste dolor físico y emocional. Es tiempo que pagues por el daño.

¡Hay que juzgarlo sumariamente! ¡Merece un castigo ejemplar…! Hubo exigencia unánime.

Candelario Candela, saboreando el control total, extendió los brazos con las manos abiertas e impuso silencio. Ladeó el rostro y despreciativo contempló al sacerdote hincado de rodillas.

—Es tiempo que la justicia se imponga y rindas cuentas. Pero el tribunal, nombrado por el pueblo, podría ser magnánimo si dices donde está o se oculta el cura Casto Castor. También queremos al monaguillo y las dos viejas beatas. Hace un rato, a los tres, los vieron llegar a la iglesia. Ahora no te acompañan… ¿Dónde están o se han ocultado…? ¡Dilo…! -Exigió.

Palomino Palomo se incorporó. Se interpuso entre la Virgen, Candelario y la turba. En su rostro se atenuó la expresión de mansedumbre y saltó la del condenado que refuta.

—No sé de ellos. Pero de saberlo tampoco lo diría. Te brindo la salvación de la concordia y persistes en el rencor.

—En la justicia humana. En eso persisto -a gritos respondió. Aferró al cura por el cuello de la sotana y repetidamente lo abofeteó.

—Esto, para empezar, es lo que mereces. ¡Habla…! Di ¿dónde se han escondido…? La ley de los justos es poderosa. ¡Habla, pedazo de mierda…!

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