Capítulo III
—Ocultándonos hasta que la situación se aquiete -respondió Casto Castor.
Galatea Galatraba, rozando el pánico, preguntó.
—¿Por dónde saldríamos sin ser vistos…? La iglesia y la casa del párroco tienen una sola puerta de entrada y salida. Las dos dan al parque. No hay otras.
—No creo que el vecindario; los amigos de siempre sean capaces de lastimarnos porque unos alborotadores lo pidan
-Piedad Piedra dijo.
—Ese punto es parte de mis razonamientos para negarme a dejar la iglesia -Palomino Palomo defendió su posición.
—Contra el templo; contra nosotros no se abalanzará cada uno de los amigos y feligreses conocidos. Lo hará una turba irresponsable de rostro único. Impregnada de la ira pegajosa que consume a Candelario Candela. Luego, cuando los amigos; las personas vuelvan a asumir su individualidad, comenzarán a culparse, calladamente, entre ellos; hasta que opten por el olvido acomodaticio o el momento de redención ofrecido por las víctimas de hoy -razonó Casto Castor.
—Padre, sus palabras son desesperanzadoras-apuntó Piedad Piedra.
—Hoy lo son. Mañana no lo serán -dijo el sacerdote-. Ahora, respondiendo a la pregunta de Galatea sobre la posible evasión, les diré que… -y el sacerdote, como ya lo había hecho con Palomino Palomo, les puso al tanto de la existencia del túnel.
***
Acompañado de gritos de apoyo y aplausos Candelario Candela investido, por voto directo y popular como Guía en Jefe, retomó el balcón y desgranó un largo discurso que prometía la conquista permanente del, hasta entonces, esquivo confín. Pero, condicionó, antes de avanzar en pos del porvenir, debemos limpiar la casa. Dejar la retaguardia libre de enemigos potenciales o reales.
¡A ellos, a ellos…! ¡Señálalos; señálalos…! Exigió la multitud.
Candelario Candela, al igual que gallo en gallinero, disfrutando del mesianismo recién adquirido, se pavoneó y avivó las llamas de la incitación: Desde el principio de mis palabras, conciudadanos honestos, les recordé donde siendo niño fui víctima de discriminación y golpes que me condujeron, junto a mi familia, a un exilio no deseado. Ustedes lo saben, Conocen, aunque hay otros sitios y personajes, el reducto principal de las fuerzas retrógradas que anclan el progreso material y espiritual de este pueblo. Hizo un paréntesis calculado y el reclamo se desbocó…. ¡Nombres y lugares….! ¡Queremos nombres y lugares…!
Tras la explicación del sacerdote, Piedad Piedra exclamó.
—¡Jamás imaginé la existencia de un túnel…!
—¿Sabías algo…? -Galatea Galatraba se dirigió al monaguillo.
—Ni idea. Me entero ahora.
Casto Castor, moviendo las manos, reclamó silencio.
—Hermano Palomino, ¿mantiene la decisión…? -habló en tono solemne.
—Sí, Padre. Confío en el amparo de Dios. Abriré las puertas del templo y junto al altar mayor esperaré por Candelario Candela. La Virgen y la providencia iluminan mi camino.
Casto Castor suspiró. Hizo un ademán de impotencia y dispuso.
—Ustedes vengan conmigo y tu hermano Palomino haz lo que quieras pero mantente alejado. No debes conocer la entrada al túnel.
—¿Por qué insiste en ocultármelo…?






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