En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

9 de septiembre de 2025

Capítulo III

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Cuando los pobladores de Santa Clara despertaron al nuevo día el pescador Antonio Antón, despavorido y carente de palabras, llevaba un buen rato oculto en su modesta vivienda.

Los ciudadanos, en sus casas y los que salieron a las calles, sintieron la diferencia que la mañana les traía. Las detonaciones, el hedor a dinamita y la neblina, que por meses gravitó encima de las lomas, habían desaparecido.

Fue un día primero de mes y el Sol, libre de impedimentos, refulgía. El silencio repentino hacía que las personas hablasen en voz baja y esperaran. Esperaban ver trasponer las lomas y descender al pueblo, según lo anunciado con anterioridad, por el alcalde Cornelio Cornides y El Eco de Villa Clara al grupo de ingenieros y obreros, guiando unos y otros como pasajeros de los vehículos y camiones pesados que transportarían los equipos de perforación que durante meses alteraron el sosiego ambiental.

Había expectación y confianza en lo dicho por la alcaldía. La posibilidad de que una pronta abundancia petrolera trajese al pueblo modernización acelerada; incremento económico y fortalecimiento de las instituciones democráticas, llenaba a los más jóvenes de ímpetus participativos.

El primer acontecimiento que desmintió lo dicho por el alcalde y la prensa local, fue el desplazamiento y arribo, por la corriente, para ese momento clara y mansa, del rio Bélico, de un número considerable de barcas ligeras repletas de hombres y mujeres que vestían uniformes verde olivo oscuro y cargaban armas, nunca antes vistas en el pueblo.

Del cuello de los recién llegados colgaban collares elaborados con semillas de color rojo y negro brillante, obtenidas de la Peonía silvestre; planta de raíces profundas que en la Sierra del Escambray crece en lugares húmedos. La simiente de Peonía, considerada milagrosa y curativa, en el hablar popular, es conocida por el nombre de semilla de mate. Las viejas curanderas, descendientes de madres africanas o canarias, solían curar los orzuelos de ojos frotando la semilla hasta lograr que se calentara, para finalmente aplicar la porción negra sobre el absceso.

Desde la barca rectora de la flotilla una mujer joven, provista de megáfono, pregonaba el advenimiento del futuro.

Ante la cautela y, hasta cierto grado, estupor entusiasta de la muchedumbre los recién llegados atracaron los botes y desembarcaron bajo el puente del barrio Dobarganes.

A esa misma hora, trasponiendo las lomas por la carretera que enlaza a Santa Clara con Manicaragua, Candelario Candela, liderando el grupo más numeroso, irrumpió en la ciudad y en marcha incontenible no se detuvo hasta pisar el parque Leoncio Vidal.

La reaparición abrupta de Candelario Candela, años después del desafortunado incidente de Las Flores de Mayo, como caudillo absoluto del grupo que en poco tiempo serían popularmente moteados como los ajenos, ya que ninguno excluyendo a Candelario, era oriundo del pueblo o zonas aledañas, despertó sentimientos encontrados.

No obstante, el discurso largo y motivador que Candelario Candela pronunció, desde el balcón del ayuntamiento teniendo, en el parque, como testigo mudo la estatua de la patricia Marta Abreu, alentó a los más jóvenes que aburridos del lento, planificado y previsible derrotero de la democracia, acataron como suyas la promesa de bienandanza inmediata si estaban dispuestos a violentar, conquistar y moldear el futuro.

Pero no será fácil, dijo en algún momento de su arenga, si primero no eliminamos las estructuras de la vieja sociedad y borramos, irrevocablemente, patrones de comportamientos sociales y económicos que han contribuido al oscurantismo, que genera temor y cautela excesiva, cuando de acometer el progreso acelerado del que todos, sin exclusiones, somos merecedores se trata… Eliminemos lo viejo. Escribamos la historia a partir de este día… y fue aplaudido por los vociferantes ajenos, a los que se sumaron pobladores pacíficos que, con transitoriedad enfervorizada, gustaron el sabor masivo de la ira que se arraiga en contrariedades y fracasos cotidianos; busca culpables y exime la responsabilidad individual… Alcalde y concejales, ¿para qué…? Candelario Candela lanzó la pregunta que al momento respondió con aseveración categórica… para nada les necesitamos… Y desde lo alto del balcón del ayuntamiento, flanqueado por una guardia de ajenos la figura de Candelario Candela creció y reforzó el concepto ancestral de obediencia total a la autoridad.

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