En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

26 de agosto de 2025

Capítulo II

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Una descarga eléctrica tamborileó afuera y un ramalazo de viento desgajó las palabras de Romerico.

—¿Rumores de qué…?

—Como de sol a sol trabajas en el acondicionamiento de la casa de nada te enteras. Tu suerte soy yo.

—¡Terminarás de decir…!

—Se ha corrido la voz… me enteré hoy en la mañana que Piedad Piedra y Galatea Galatraba presentan dolores de parto.

—¡Imposible…! Después de tanto tiempo… —Después del tiempo adecuado.

—Lo que has dicho merece medio vaso de ron -exclamó. Escanció el resto de la botella. Bebió de un tirón y fijó en el amigo una mirada elocuente-. Eso quiere decir….

—Quiere decir, al menos así lo interpreto -habló Romerico Romero —que estamos a las puertas de reconectar con el fluir natural de la existencia mutilada. Señal del inicio de la consumación pudiera ser el paritorio de Piedad Piedra y Galatea Galatraba.

—Ha llovido mucho desde entonces. Se hace costumbre ver a las beatas cargando con sus barrigas milagrosas. Es difícil imaginar que, luego de tantas Flores de Mayo al fin alumbren. Un embarazo natural no pasa de nueve meses. ¿Qué podrán parir ahora…?

—La incredulidad dificulta tu vida; incluso, antes de la irrupción del porvenir. El pesimismo es parte de tu naturaleza.

—Hay indicios para dudar…

—Indicios lógicos, pero sin toque divino -atajó Romerico-. Tú y yo, fuimos parte de la muchedumbre que presenció cuando de la charca se rescató la imagen de La Inmaculada Concepción de la Virgen María. Y todos; todos fuimos testigos que, a medida que la Santa, chorreando fango, salía del pantano, los vientres de Piedad Piedra y Galatea Galatraba crecían en preñez inesperada y plena. Todos, por el inexplicable baño de fe general, supimos que asistíamos a un milagro irrepetible.

—No olvido aquel instante y la esperanza que, como a los demás, me embargó. No soy tan pesimista como dices, pero hay cosas que hacen pensar.

—¿Cómo cuáles…?

—Aunque no lo mencione con frecuencia, al igual que muchos más, recuerdo a mis padres, los de Rosalía Rosado, los tuyos y otros afectos que sucumbieron al futuro de odio ideológico-epidémico que Candelario Candela y los ajenos derramaron en Santa Clara. Las ideas me llenan la cabeza. Recuperar el tiempo vivido y el arrebatado por vivir con Rosalía Rosado es, por derecho natural de creación, mi anhelo motriz. Pero, también, especulo que si cristaliza el paritorio de Piedad Piedra y Galatea Galatraba el pasado podría ser de grandeza descomunal. Los progenitores idos, alentados por el nacimiento posible de dos nuevos mesías reaparecerían, como ha sucedido con la voz del sereno. Tú y yo, por solo citarnos, encajaríamos en ese escenario para disfrutar y aprovechar al máximo el tiempo y juventud escamoteada. Pensamientos como ese me llevan a imaginar que lo que el cura Casto Castor, tantas veces ha dicho y prometido, desde el púlpito, en sus sermones dominicales se concretizaría para siempre en fin y principio inamovible…

—La resurrección de los muertos -Romerico Romero adelantó.

—¡Correcto! La resurrección de los muertos -repitió Florencio Flores- que esta vez sería sellada no por uno; sino por el alumbramiento de dos redentores.

Romerico Romero recurrió al ron e infirió.

—Hasta en el pasado, para bien o para mal, anida lo desconocido.

Esa noche Florencio Flores, posterior a la conversación con el amigo y los tragos, siguiendo lo usual, visitó el sepulcro de Rosalía Rosado. A medianoche se despidió del recuerdo. El aguacero temprano espabilaba el olfato a tierra húmeda. La noche de luna esquiva, le hizo suponer que se abría paso desgarrando un tul viscoso.

A las puertas de la casa escuchó el grito: La una de la mañana, sereno… Instintivo levantó la mirada y buscó el origen de la voz. Las tinieblas entorpecían la visión. Sin embargo, por primera vez, desde que el aviso del sereno se comenzó a escuchar, una luz de farol, hiriendo la oscuridad, a una distancia que no pudo calcular se bamboleó en el espacio, como si una mano humana la guiara.

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