En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

19 de agosto de 2025

Capítulo II

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Romerico gustó el ron. Contempló la cortina de agua que encharcaba la calle terrosa y escuchó el tamborileo de la lluvia en las tejas del techo. Acabó con el trago y sin desprender la mirada del exterior habló.

—Sí, está afuera. Esta vez no se desvaneció cuando entraste. Tampoco lo hizo el joven que fuiste cuando entró el viejo que eres. Los dos jóvenes, de siempre, los que recuerdo; los que siguieron yendo a Las Flores de Mayo, permanecen en la calle; bajo el aguacero y miran más allá de nosotros.

Florencio Flores, impaciente, golpeó el mostrador.

—Sé que eres el único, que yo sepa, que la ve. Pero porqué no se muestra. La siento todo el tiempo y hasta la huelo. ¿Por qué no a mí…? -repitió la queja usual.

—Sobre todo en primavera. En temporada de Las Flores de Mayo-dijo Romerico Romero. Permaneció pensativo y añadió- ella está, más que nunca, presente. La imagen tiene vivacidad y se apropia del recuerdo compartido que los une. De cierta manera su esencia impulsa tus labores de reconstrucción. ¿No sientes la vitalidad de ayer…?

—Por supuesto, mientras trabajo experimento la alegría y esperanza que movió nuestra juventud. La de todos nosotros. Los muchachos de Las Flores de Mayo, llenos de planes propios.

—Hay indicios de que el proceso se acelera. En mí han desaparecido los rezagos del porvenir atormentador. Me siento liberado de la incertidumbre del mañana. El vecindario en pleno experimenta lo mismo -apuntó Romerico Romero.

—Y el sereno; ¿qué me dices del canto de las horas en las madrugadas…? -Florencio Flores se animó.

—La primera vez que lo dijiste creí que lo habías soñado. Pero ya es costumbre escucharlo. Por cierto, el sereno voceador es anterior al nacimiento de nuestra generación. Te has preguntado, ¿a qué fecha del pasado nos aproximamos?

—Lo he pensado. De hecho, el Consejo de Polimatías Rectores abolió, por el bien común, la medición del tiempo. Se corre la voz que resulta riesgosa. 

–Florencio Flores apuró otro trago y dijo-. ¿Y si los gritos del sereno están advirtiendo que iremos a parar a época diferente a la nuestra…? -la duda lo copó–. ¿Cómo coincidiría con Rosalía Rosado…?

Romerico bebió. Se rascó la cabeza y manifestó.

—Eso no debería preocuparte. No creo que una cosa así suceda. El pasado es inmenso, pero la memoria truncada prevalece sobre el reposo de las satisfecha o las que se han rendido.

—¿Por qué lo piensas…?

—Por la sencilla razón de que Rosalía Rosado está en cada jalón de tiempo ido que recobramos. -Romerico Romero levantó la mano derecha y apuntó al aguacero-. Allí, a unos pasos del portal están tú y ella. El agua les chorrea, pero no importa. Esperan seguros y firmes.

—Me complace tu optimismo.

—Más que optimista estoy convencido.

—Convencido de qué…?

Romerico Romero rellenó los vasos y explicó.

—Si tú y ella, afuera, bajo el aguacero, son los jóvenes que fueron lo mismo sucederá conmigo y los demás, cuando lleguemos al instante del rompimiento definitivo con el residuo de lastre mental, que atropello y lanzó nuestras vidas a un futuro indeseado. ¡Recuperación del control personal de la existencia! -prorrumpió achispado de ron y esperanzas. Hay rumores…

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