En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

1 de julio de 2025

Capítulo I

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

—Confiamos demasiado en la declaración del Alcalde. Sin embargo, cuando la cosa se puso mala, a horas del despelote, cuestionado por el pueblo, dijo que la información la obtuvo de un arriero de mulos, cargados con sacos de carbón, que de paso por el pueblo, venía de un caserío del Escambray.

—Cornelio Cornides y los concejales fueron cándidos.

Cándidos fuimos todos; menos Rosalía -rectificó Romerico Romero-. Creíamos que las lomas, además de ciclones, podían detener otros peligros. Nos equivocamos. Una utopía de distracción mesiánica, más sutil que el viento y el agua, se coló en el pueblo e impuso, en voz de sus heraldos, el rechazo y desprecio por lo logrado. Desdeñaron el pasado y con cenizas de resentimientos impusieron un futuro cruel, incierto, restrictivo e impositivo.

—Duele que, a punto de desmantelarse el bloqueo decretado por el futuro, muriera Rosalía Rosado. Con el rescate, del fango, de la escultura de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se evaporó la distopía. En aquel momento fui libre para ir, del otro lado de la loma del Capiro, por el agua curativa de los pocitos de Marmolejo y dársela a tomar, mezclada con miel de campanillas de pascuas. Si ella hubiese esperado un tantito así…

—El ron te hace repetir el mismo reproche una y otra vez. No castigues la memoria. Sucedió lo que tenía que suceder. No olvides que Rosalía Rosado fue víctima del futuro que, entre otras calamidades, trajo la plaga selectiva. Ella, aunque la última, no fue la única que murió antes de la reaparición de la Virgen. Nadie controla lo desconocido —afirmó Romerico Romero.

Florencio Flores, a la luz del carburo, hizo un gesto de resignación. Se sirvió otro trago y repitió como otras tantas veces.

—Si hubiese esperado un tantito así…

—Hoy, como nunca antes, Rosalía Rosado y los otros, sacrificados por el porvenir, se aproximan, a medida que realizamos el pasado. Que la sientas viva y yo, en ocasiones, la visualice a tu lado es muestra de que no se conformó con el futuro. Ella está sedienta del agua de los pocitos de Marmolejo con miel de campanillas, que no pudo tomar y reclama, de tus manos, recibir.

—Me alientan tus palabras. Pero a horas de las Flores de Mayo en que volvemos, custodiados por las preñadas Piedad Piedra y Galatea Galatraba, a depositar a los pies de la Virgen de la Charca, las rosas de siempre, me inquieto. Rosalía Rosado desfila delante, la sigo y tras de mí viene Candelario Candela. Escucho la voz airada del hermano Palomita, los gritos desesperados de Candelario Candela y el barullo que se armó.

—Tenemos que recrear lo sucedido. Repetir hechos, ritos y costumbres nos ayuda a restaurar el pasado. No hay otra forma de obtener paz y tranquilidad. Lo vivido no encierra sorpresas.

—Por eso, luego que apareció la Virgen en medio del fango y del mensaje de esperanza que brindó, con la preñez instantánea de Piedad Piedra y Galatea Galatraba, decidí dejar los demás oficios y solamente dedicarme a la carpintería. No concibo otra manera de ayudar al retorno. La madera es tradición y confianza. —Está parando de llover. Date un último trago; vete y descansa. Mañana hay que trabajar y en la noche asistir a Las Flores de Mayo. —Esperemos que no llueva…

—Lloverá, como cada año, por la tarde. Al oscurecer cuando Piedad Piedra pase a recogernos, como en cada mayo, habrá nubes, calor y humedad, pero no más agua.

***

Rosalía Rosado y Florencio Flores corren hasta uno de los canteros del parque; pegado a la pared lateral derecha del templo y se ocultan detrás de unos arbustos, cubiertos por una tupida enredadera de hojas verdes y flores acampanadas de color amarillo.

— ¡No te muevas! -advierte la niña.

Acuclillados, muy cerca uno del otro, logran el disimulo de las plantas.

La pequeña asoma la cabeza y el niño ordena.

— ¡Agáchate…!

Rosalía Rosado obedece. Gira el rostro arrebolado de calor y las mejillas se rozan. Un asomo de pubertad sacude a Florencio Flores que, envalentonado por el deseo temprano, vuelve a preguntar.

—¿Quieres ser mi novia…? -La voz le salió ronca; diferente.

Rosalía Rosado baja la mirada.

—Sí… pero no puedes agarrar mi mano ni besarme. Tampoco nadie puede saberlo… Somos niños…

Por vez primera, de muchas más, se miran con complicidad. Con complicidad exultante de amor.

—¡Los descubrí… los descubrí…! -grita el cura Palomita.

FIN Capítulo I.

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