Por Manuel Cuéllar Vizcaíno (1952)
La orden venía directamente de “Kuquine”: “No hay contrariedad ni por parte del Presidente ni por parte de La Primera Dama. Que se haga el manto de Santa Bárbara como quieren las viejecitas dueñas de la imagen y herederas del Cabildo. ¡Qué supriman también los adornos lucumíes!
Con esas palabras terminó el conflicto y la gran modista y bordadora señora María Teresa Marrero de Carabero, auxiliada de la señorita Carmen Álvarez Quintela, se dispuso a la confección del regio manto de Santa Bárbara para la procesión del 4 de diciembre de 1952. Un cheque en blanco enviado por el Presidente Batista y que entregara el ministro de Agricultura, Alfredo Jacomino, respondía a todos los gastos referentes a la preciosa prenda.
Algo nuevo tendría la tradicional fiesta de la Villa de Güines. Como siempre, acudirían en masa al Cabildo todas las clases sociales del término y de muchísimos lugares de la isla para cantar, bailar y comer a sus anchas de los carneros cocidos al viejo ritual lucumí. Por su parte, el Alcalde, doctor Rafael Morales buscaba la manera de declarar el juego abierto en la jurisdicción y hacía esfuerzos por emular en la popular condescendencia.
A su abuelo, Don Tomás Febles García, que fue Regidor en tiempos de la colonia alcalde del 97 al 99 y que, habiéndose destacado como político autonomista, intervino activamente en la devoción a Santa Bárbara. Fue noble y
generoso con el elemento negro y se le recuerda como una autoridad siempre dispuesta al servicio de los humildes. En cuanto al reverendo padre José Ramón Rodríguez Núñez, Cura Ecónomo de la Parroquia de Güines, se sintió a sus anchas al ver un nuevo y poderoso motivo de afincamiento de su religión.
La que no estaba contenta y mostraba su disgusto era la señora Otilia Dávila de Torres, esposa del soldado Juan Antonio Torres Morales, cocinero del cuartel, y no estaba contenta porque ella había hecho la promesa de que, si Batista alcanzaba la Presidencia, llegaría hasta él para pedirle que en su nombre regalara el monto que en el primer cuatro de diciembre vistiera la imagen de Santa Bárbara.
Como todo, salió a pedir de boca y ya estaba el cheque en blanco de Batista “oyendo la conversación” para responder a un gasto que saludaba de pasada a los mil pesos, Otilia consideró como un derecho suyo el intervenir en la selección de los adornos que llevará el manto de Santa Bárbara. Su selección era de acuerdo con su promesa de cabal simbolismo lucumí: en la espalda bajo el cáliz una mano de plátanos; más abajo, un carnero y una leyenda alusiva al obsequiante Presidente se extendería bordeante hasta tocar el castillo y la espada situados en ambos lados de la parte delantera.
Pero las cuatro viejecitas herederas del Cabildo y dueñas de la imagen se negaron en redondo. Ni el carnero, ni los plátanos, ni la leyenda y aún la espada y castillo fueron objetos de su reprobación. Para la modista que solo esperaba la orden definitiva para comenzar su trabajo y temiendo a una actitud más radical de las viejecitas por conocerlas desde su infancia, la objeción era justa. Si no llegaba a la espada y al castillo, que son símbolos legítimos de Bárbara de Nicomedia. Para el Reverendo, Padre José Ramón, Párroco de Güines, el reparo constituía un testimonio de fe que lo invadía de gozo y hasta lo aliviaba de sus achaques.
Para el alcalde Morales Febles aquello era tan lógico y tan natural que, él mismo hombre del régimen, estaba en desacuerdo con la leyenda alusiva al jefe de Estado, aunque no fuera tan riguroso frente a la mano de plátanos y el carnero de Changó.
Para Odilia, que hizo la promesa, la supresión del letrerito, era
“aceptable en último extremo porque pueden confundir con la política, lo que es un acto religioso y yo no quiero perjudicar”; pero el carnero y los plátanos de “El Hombre”, el fuerte y alegre tamborero de Ima deberían estar ahí, todo en oro sobre un campo rojo de regio terciopelo. Mas las añosas dueñas del Cabildo se mantuvieron en sus trece y la orden a través del ministro Jacobino, llegó terminante de Kuquine: “Que se haga el manto de Santa Bárbara, como quieren las viejecitas dueñas de la imagen y herederas del Cabildo. ¡Qué supriman también los adornos lucumíes!”
Las viejecitas
Para el reportero viejo hurgador en esa fe popular cubana que abarca en un solo rito y una misma creencia al catolicismo, a la santería y el espiritismo, resultando una religión criolla, el conflicto de Güines tenía que ser una sorpresa. Pero una sorpresa capaz de hacerle cambiar el plan del reportaje. ¿Cómo era posible que partiera del propio Cabildo lucumí la oposición a los símbolos shangoanos, incluyendo en dicha oposición al castillo y a la espada de la hija de Dióscoro por el solo hecho de haber enlazado el sincretismo? Por otra parte, resultaba simpático, aunque corriente muy corriente, que una persona blanca se afincara resueltamente al rito yoruba, pero se pronunciaba la novedad cuando tal persona blanca en determinado caso tenía opositoras a las legítimas herederas del templo religioso africano. Claro, hablar con esas herederas fue el primer paso del sorprendido reportero.
Y las conocimos y hablamos con ellas. La principal, como la mayor, es conocida del público por haber sido premiada en el gobierno provincial hace algún tiempo al constituir con su esposo, Valentín Pérez, el matrimonio más viejo. Ambos cuentan 91 años y se casaron en 1883. Tienen 12 hijos, 54 nietos y un pueblo de bisnietos y tataranietos. Cayetana Fernández de Pérez es de baja estatura y no parece haber sido una persona gruesa, ligerísima y fuerte. Habla con soltura y facilidad en la expresión sin sombra de
bozalismo.
La segunda es Ángela, viuda de José Díaz y madre del compañero periodista David Díaz, salvado milagrosamente después de ser materialmente tostado en el incendio de un ómnibus. Ángela cuenta con 83 años de edad y es ágil, fuerte como su hermana mayor, como todas, que apenas si se advierten diferencias a primera vista.
La tercera es Crecencia, viuda de Martín Aguiar, 81 años y la cuarta, Belén, de 76 primaveras y casada con Ignacio Martín, que aún vive.
En animada charla, a veces, mujeres al fin, hablan todas a la vez, pero coincidiendo y aclarando los puntos que son objeto de la conversación, el punto clave, el de la recia oposición a los símbolos lucumíes en el manto de Santa Bárbara, queda explicado así:
–Somos católicas, apostólicas y romanas, o cubanas como quiera, pero de la Santa Iglesia Católica somos casadas y veladas. Somos de sociedad. No entendemos nada de bembé ni de lucumí, ni de santería, ni de brujería, ni nada más que de nuestra religión católica, que practicamos todo el año y todos los días del año. Aquí se admite como una costumbre, como una vieja tradición, una gran fiesta el día 4 de diciembre, en que la gente se divierte, suenan los tambores y se come mucho carnero, pero nada más. Y en el resto del año no hay nada más que la religión, como manda la Santa Madre Iglesia. Vienen todos: ricos y pobres, blancos y negros para divertirse a sus anchas y hacer sus promesas a Santa Bárbara. Nada más.
Ante tal revelación, nos interesamos por la herencia del Cabildo y de la imagen, de dónde surgió, cómo y quiénes oficiaban a quién pertenecía…
–Pertenecía a la Presidencia del Cabildo, al que era nuestro padre Ta Pascual Fernández Gavilán, y también integraban la institución Ta Manuel Hernández, Ta Vicente Hernández, Ta Rafael Mora, Ño Jacobo Padrón, Hilario Mora y luego venían las mujeres: Ma Concha Romero, que era la Reina Madre y Ma Lola Orú, que era la Reina Moza, se hacía igual que se hace ahora nunca vimos otra cosa a no ser la fiesta anual a Santa Bárbara y luego en el resto del año los actos católicos, eso fue lo que aprendimos y así nos moriremos.
El misterio continúa para nosotros, más asistiendo a la entrevista, el historiador de la ciudad y Correspondiente electo de la Academia de la Historia, señor Candelario Hernández Larrondo, entendemos que podremos averiguar a nuestras anchas y que no hay por qué continuar molestando a las cuatro viejecitas, pues son las nueve de la noche, demasiado tarde para ellas, No obstante, nos llama la atención el hecho de que la imagen de Santa Bárbara está en la casa del frente, no en la de ellas. Nos explica que Ta Pascual cuando fue adquirida la imagen que costó 23 onzas de oro, espontáneamente tiró a la suerte entre sus compañeros para ver en casa de quién se guardaría y atendería. Tocó al compañero residente en la otra acera.
La casa de las hermanas Fernández y las contiguas hasta un espacio de media cuadra fueron heredadas de Ta Pascual. Un largo y ancho portal las une. Al fondo por el traspatio corre rumoroso, un brazo del río.
La gran historia
El 28 de mayo de 1833, el Ayuntamiento de Güines concede permiso al negro libre mandinga Luis Basabe, para que establezca un Cabildo mandinga con la condición de que el tambor se toque hasta la puesta del sol y pague al individuo que ordene el alcalde para cuidar el orden. Luis Basabe fallece el 13 de diciembre de 1847 a los 80 años, según consta en el libro 12 de entierros de indios, negros y mulatos. Inscripción número 646, página 73.
A este Cabildo pertenecía un mozuelo lucumí llamado Pascual, esclavo de D. Benito Fernández, capitán de las milicias disciplinadas de Fernando VII. Para Pascual había entre los negros libres y esclavos una serie de consideraciones impuestas por una señal que tenía en el rostro y que denunciaba su condición de hijo de rey. Tan pronto tiene su libertad. El 26 de junio de 1854 en 500 pesos ante el notario José M. Montes, bisabuelo de los García Montes, lo hacen presidente del Cabildo. Criado Pascual en la religión católica, pues vino muy pequeño de África, impuso su fe católica en la vida de la institución y es en ese año 1855 cuando comienza la procesión de Santa Bárbara, paseándose un estandarte rojo en el que iba fijada una oración impresa de la Iglesia a la Santa.
El estandarte así fue bautizado por el cura de la parroquia. Ese mismo cura, Tomás Rodríguez Mora, entusiasma a Pascual para que adquiera una imagen de Santa Bárbara en bulto. Se reúnen 23 onzas de oro, poniendo Pascual casi la mitad y el cura manda a hacer el trabajo a Barcelona. Que llega a Güines en 1860, estrenándose el 4 de diciembre. Fue instalada en su Cabildo de la calle de las Delicias. Su recorrido era del Cabildo a la Iglesia donde dormía y el cuatro salía visitando la Casa Consistorial, la cárcel, residencias de personas distinguidas, tomaba por la calle Tierra Adentro, (hoy Masó), Cuartel de la Guardia Civil, donde oficiales y soldados le hacían honores y continuaba para doblar por Delicias hasta su casa y aquí la recibían los miembros del Cabildo con toques y cantos.
Origen del conflicto
Vienen los problemas. Estamos en 1879. Ño Jacobo Padrón, directivo del Cabildo, inicia un movimiento de ortodoxia lucumí contra Ta Pascual, cada día más entregado a la Iglesia Católica. Lo siguen varios y hay una división gravísima en el Cabildo, al extremo de tener que intervenir la autoridad municipal. Era alcalde D. Juan Ocejo y Eguía, abolicionista entrañable, amigo de Labra, progresista y defensor de los oprimidos y del que más adelante haremos la anécdota que los retrata. El fallo del pleito establecido por Ño Jacobo resulta favorable a Ta Pascual. El derrotado apela a la Diputación Provincial, es decir, al Gobernador de la provincia y esta autoridad confirma la sentencia alcaldicia quedando Ta Pascual en pleno dominio del Cabildo de Santa Bárbara.
Si esto ocurrió en 1879 y Cayetana Fernández, esta viejecita con la cual hemos estado hablando para este trabajo se casó a todo ritual católico apostólico en 1883, casándose igualmente todas sus hermanas y de lo que todas hoy presumen, quiere decir que Ta Pascual desechó por completo el ritual lucumí y se afincó resueltamente al catolicismo hasta entregar su alma en 1899. Acaso para no desentonar de manera definitiva, permitió el toque del tambor y la matanza de carnero los días 4 de diciembre. Él como hijo de rey, hacía esa concesión y había que admitírselo.
Esa tradición ha sido mantenida por los que quedaron desde los fieles amigos de Ta Pascual hasta sus hijas, nietos, bisnietos, tataranietos, chornos y bichorno. Claro, como el que visita a Güines el 4 de diciembre, solo ve la fiesta, el toque de tambor y la comida de Shangó, ese sabroso amalá supone que detrás andan el Ifá y los caracoles, en el asiento cabal del rito yoruba. Pero “de eso nada”, como expresan
orgullosas las bisnietas de Ta Pascual.
Más del ayer remoto
Candelario Hernández Larrondo, el más entusiasta de los historiadores cubanos y uno de los más generosos, nos lleva de la mano, esa es la palabra, en esta búsqueda de datos para un reportaje en Güines sobre la famosa imagen de Santa Bárbara. En la Notaría y Archivo General del Protocolo el doctor Ángel Valeri y Busto, descendiente de grandes de la historia del término, complace al historiador y nos facilita el examen de documentos. Aparentemente al margen de lo que es nuestro interés en la nerviosa búsqueda, aparecen en cantidad abrumadora las ventas y los legados de esclavos siendo negros sus dueños. Con frecuencia el testamento de un negro previsor advierte que sus esclavos quedan libres al producirse su muerte.
Una negra dueña de un ingenio es otro dato que nos agarra la atención. Tratase de Cándida Santa María Criolla, hija de africanos que vivió maritalmente con un rico propietario de Pipián y tuvo un hijo a quien su padre inscribió con el nombre de José Anacleto, hijo natural al bautizarlo en la parroquia. Don Felipe Padrón y Falcón se llamaba aquel rico propietario, quien próximo a morir otorgó testamento, dejando a su hijo José Anacleto setenta y cinco mil pesos oro en el Banco de París, varias propiedades en La Habana y el ingenio “Recurso”. José Anacleto murió a los cuatro meses de haber heredado, pero dejó en testamento sus bienes mejores a la madre, aunque distribuyó grandes cantidades entre sus hermanas, tías y otros parientes. Como Cándida tuvo otros hijos al casarse con un negro mandinga, testó a su vez, luego cada cual tomó lo suyo y así, en vez de agrandarse, aquel considerable capital se diluyó.
También hay que 210 negros libres de la ex–dotación del ingenio “Armenteritos” obsequiaron con un bastón de madera finísima con empuñadura de oro y brillantes al alcalde Juan Ocejo y Eguía en agradecimiento a la
resolución por la cual quedaron libres al comprobarse que fueron castigados en el mencionado ingenio, propiedad de Nicolás de Cárdenas. Esto ocurrió después del Pacto del Zanjón en que España desechó el sistema impuesto por José Gutiérrez de la Concha y estableció el de Martínez Campos más liberal. Juan Ocejo era hombre de progreso, abolicionista de corazón, a quien Labra quería entrañablemente, mientras los negros querían besar donde él pisara.
Alguien llamó a la zona de Güines “El continente negro” y el Mayabeque, “El Río de Oro”.
Efectivamente, por su costa se desarrollaba el tráfico negrero, surtiéndose la capital y gran parte de la isla. Luego, con la oposición de los ingleses que perseguían a los barcos cargados de material humano, los negociantes españoles se veían obligados a cambiar de ruta y pretendían escapar, arribando al sur de la provincia habanera. Muchas veces para lograr velocidad en la huida, echaban al mar parte del cargamento. Una zona de tierras tan prodigiosas por estar bañadas, cruzadas y recruzadas por las fibras del Mayabeque, brindaban a maravilla sus productos, siendo atendidas por un personal suficiente.
Güines superaba a Pinar del Río cuando aquello del tabaco “verdín” que se hacía polvo para olerlo y del cual gustaban las aristocracias europeas. A cada paso, una fábrica de azúcar y abundaban los cultivos de todas clases. A la alta calidad del brazo esclavo en su inmensa mayoría mandinga y lucumí, respondió la familia blanca afincada a la fe católica estableciéndose organizaciones sacras que hacían el mejor uso de las horas libres. El trabajo, la religión y la cultura han dejado su rastro en los archivos y en las costumbres.
Los negros pasaron a morenos, es decir, de esclavos a dueños, y ahí están los documentos donde actúan a la par que los blancos. Es que la esclavitud fue un hecho económico que, lo mismo hacía siervo a un chino que a un blanco, y lo mismo se es dueño de una máquina que de un hombre a quien se le paga tanto en dinero como en atenciones su fuerza-trabajo. Algo recibían los esclavos cuando lograban liberarse, enriquecerse y comprar ellos después para su servicio y explotación material humano. En aquel ambiente de cultura, trabajo y religión sobre las tierras prodigiosas de Güines se desarrolló y se hizo hombre Ta Pascual Fernández Gavilán.
Hizo lo que vio hacer y lo que aprendió e impuso su norma. Era hijo de rey, pero lo criaron cristiano y no tenía por qué dar un paso hacia atrás en cuestiones que en verdad no conocía. Así constituyó su familia, se asoció con los de su clase y trazó su norma. Ya viejo, era un gran señor, tan respetado como cualquier otro venerable de la localidad. Falleció en 1890.
Un milagro
El compañero en el periodismo David Fernández, nieto de Ta Pascual sufrió gravísimas quemaduras por todo el cuerpo en el incendio de un ómnibus hace algún tiempo. Horriblemente quemado, ha perdido la mano izquierda al no poder usarla y la tiene enguantada, con la mano derecha puede hacer algunos movimientos. En la cabeza no ha recuperado el cuero cabelludo, lo que se deduce porque el compañero jamás se quita el sombrero en público y llama la atención cuando penetra en todas partes, en obligada descortesía. Casi sin párpados, los ojos se le agrandan tras los lentes oscuros, pero vive, vive y trabaja. Es un activo noticiero. Que sostiene dignamente a su familia.
Cuando el accidente los médicos ordenaron que le dieran toda el agua que pidiera porque aquello no tenía solución, tal era la gravedad de las quemaduras envuelto en algodones, apenas David podía iniciar un movimiento y ya familiares y amigos pedían que se anticipara el fatal desenlace que era humanamente preferible ante aquel sufrimiento. Entre las punzadas de sus dolores y en la bruma mental de su estado, David tuvo una revelación. Vio que lo amortajaban, que lo velaban y que partía su entierro presentándose claramente los acompañantes y el cuadro familiar en sentida lamentación.
Apenas avanzó el cortejo fúnebre algunas cuadras, la imagen de Santa Bárbara bajó de su sitial y se puso a la cabeza delante del féretro. Así marcharon algunas cuadras hasta llegar a una esquina conocida donde Santa Bárbara volvió sobre sus pasos y con el cortejo detrás regresó a la casa de David. Allí lo bajaron. Y la imagen silenciosamente se colocó en su sitial. Al visitar el doctor a David oyó del enfermo estas palabras: “Doctor, moriré de cualquier otra cosa, pero de esta yo me salvo. Téngalo por seguro” El médico sonrió piadosamente y volvió a ordenar que dieran a David la misma agua que pidiera.
Cuando el compañero Quintana nos sugirió un reportaje en Güines sobre Santa Bárbara y tomando como base el milagro del compañero David, experimentamos la sensación de un fracaso porque el tema era corto, pero nos trazamos un plan porque ya aparecerían más milagros de muertos salidos de sus tumbas o de cualquier otra índole.
Tres días en Güines en busca de datos complementarios de algo que tampoco tenía la necesaria amplitud. Ya sabíamos mucho del pasado y del presente. Y en cuanto a la procesión y al desenvolvimiento cultural y religioso de la zona. Desechábamos los apuntes del rito lucumí por su tema demasiado conocido y tratado por nosotros en reportajes sucesivos, aparte de que si era necesario acudiríamos a las viejecitas herederas del Cabildo y dueñas de la imagen, donde encontraríamos la cátedra, la máxima sapiencia en cuestiones de los lucumíes.
De pronto nos llega un susurro, una especie de chismecito de tierra adentro: “dicen de Kuquine que hagan las cosas como quieran las viejecitas; que supriman también del manto el carnero y los plátanos; que no las disgusten y hagan el mejor uso del cheque en blanco”.
Cambiamos el plan. No se lo pedimos a Santa Bárbara, pero le agradecemos el milagro.
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