Un total de 164 obras de arte de los fondos del Museo Nacional del Prado de Madrid, que van desde Goya, Madrazo, Rosales, Fortuny a Sorolla o Benlliure, entre otros muchos, se muestran por primera vez en una gran exposición dedicada al Retrato del siglo XIX en la que están presentes todas las técnicas y formatos artísticos, desde pintura, escultura, dibujo, grabado, medallas y fotografía.
Por Amalia González Manjavacas
Desde su mismo nacimiento, el retrato estuvo asociado a personajes relevantes, con poder, político, económico o social que deseaban, precisamente, no solo evidenciar ese poder, sino perpetuarlo para la posterioridad.
Tras la Revolución francesa, se produjo una debilidad cada vez mayor de la monarquía, patente en el arte en la paulatina pérdida de importancia del retrato real, aunque mantuviera las dimensiones y el carácter imponente de los siglos anteriores. En el XIX el retrato fue un género en auge, especialmente por el crecimiento de la burguesía.
Otras personas de poder se hicieron retratar, entre ellos militares, políticos y ministros. Pero fue sobre todo el Estado el que comenzó a formar galerías de retratos: junto a la más destacada, la de presidentes del Congreso, que encarnaba la legitimidad del poder de la nación a través de las Cortes electas, tuvieron importancia las de los ministerios. El empeño en representar a los sucesivos titulares de estos en una secuencia completa configuró las distintas iconotecas ministeriales, de las que algunos ejemplos están en el Museo del Prado.
La muestra “XIX. El Siglo del Retrato. De la Ilustración a la modernidad. Colecciones del Museo del Prado”, organizada por CaixaForum y los fondos de la pinacoteca española tiene como fin acercar al público parte del rico legado artístico que custodia el Museo del Prado, un total de 164 piezas de los fondos de la pinacoteca con obras de Goya, Madrazo, López Portaña, Rosales, Pinazo, Fortuny, Sorolla o Benlliure, entre muchos otros.
Comisariada por Javier Barón, jefe de Conservación de Pintura del Siglo XIX del Museo del Prado, es la primera dedicada monográficamente al retrato en todas sus manifestaciones y técnicas: pintura, escultura, medallística, miniatura, acuarela, dibujo, aguafuerte, litografía y fotografía. “La muestra narra la gran transformación de la imagen pública de la clase dirigente durante este siglo, al ofrecer a los visitantes la posibilidad de adentrarse, a través de un género de importancia capital en la pintura, en la época que vio nacer las estructuras económicas y sociales que han configurado la sociedad contemporánea”, apunta el historiador del arte.
Siete obras de Goya, incluido su magistral autorretrato, destacan en el recorrido, que pueden verse en CaixaForum Sevilla hasta el mes de junio, después en Valencia y en Palma de Mallorca, después de haber pasado ya por Barcelona y Zaragoza. También se puede realizar una visita virtual a través de las webs de CaixaForum, un visita general comentada por su comisario.
En ocho apartados
temáticos
La muestra se divide en ocho ámbitos temáticos: “La imagen del poder”, “El descubrimiento de la infancia”, “Identidades femeninas”, “Identidades masculinas”, “La imagen de la muerte”, “Retratos y autorretratos de artistas”, “Imágenes de escritores, músicos y actores” y “El artista en el estudio”.
– El primer ámbito de la exposición, “La imagen del poder”, muestra la paulatina pérdida de importancia del retrato real y el incremento del poder de ministros y políticos, convertidos en iconos institucionales, como el magistral retrato de Jovellanos de Goya, sus dos estudios preparatorios para la ejecución del gran retrato de familia de Carlos IV o el más famoso de los retratos de Fernando VII en un campamento.
La secuencia completa de los monarcas también está representada a través de las medallas desde las que representan el matrimonio formado por Carlos IV y María Luisa de Parma, o Fernando VII e Isabel de Braganza —su segunda esposa y promotora de la fundación del Museo del Prado— a María Cristina de Borbón, Isabel II, Amadeo de Saboya, Alfonso XII y Alfonso XIII, incluyendo dos de los Presidentes de la I República.
– El descubrimiento de la infancia muestra cómo la representación de los niños tuvo especial relevancia a partir de la Ilustración y el Romanticismo. Se partía, como defendía Jean-Jacques Rousseau, de la idea de que los más pequeños encarnan los valores más puros como bondad, espontaneidad y amabilidad, que luego esta civilización acaba por corromper. Por ello, no solo se multiplican los retratos infantiles, sino que se abordaron desde un modo nuevo que ponía de relieve esas cualidades e incluso un homenaje a maestros como Velázquez, vital referencia de este género en los pintores que vendría después desde Goya, Alenza, Pinazo o Sorolla.
– El siguiente espacio, Identidades, femeninas, y después masculinas, nos descubre como la imagen de la mujer cobra especial protagonismo en este siglo. Es más, la irrupción de la fotografía consiguió, por su bajo coste, la difusión del retrato entre la baja burguesía y las clases medias, con lo que el retrato pictórico se convirtió en una forma de distinción codiciada entre las personas más pudientes que si podían seguir retratándose en un lienzo, viviendo así, este género, una época dorada en el último tercio del siglo.
Es el momento del retrato realista, ejecutado con un naturalismo cada vez mayor, de enorme calidad y personalidad como los de Vicente López Portaña, Federico de Madrazo, o Rosales. El retrato femenino evidencia el rango social del protagonista, sobre todo, en dos elementos: la indumentaria y la joyería pero junto al retrato aristocrático y de la burguesía también fueron representadas mujeres de clase baja, como India del campo, de Esteban Villanueva.
En el caso de las clases populares, manolas y majas de España, llegamos al llamado pintoresquismo, o casticismo, a veces idealizados, y en otras ocasiones de marcado carácter sensual, donde se evidencia el interés de los pintores por rostros de otras etnias u otros países entonces exóticos con temática frecuentes (pueblos gitano, marroquí y filipino) que aparece en Mariano Fortuny, verdadera fascinación del artista y del espectador por lo ajeno a la propia cultura.
– La imagen de la muerte es especialmente singular dado el interés que adquirió este tema en el siglo XIX, en especial por el movimiento Romántico. En él pueden verse retratos yacentes o mortuorios de pintores como José Nin y Tudó, Manuel Poy Dalmau y Casimiro Sainz, que constituía un recuerdo sentimental muy apreciado en la época.
– Otro capítulo está reservado al Retrato y autorretrato del artista, pues en el siglo del retrato parece buen momento para que el artista reflexione sobre sí mismo. Encontramos en esta sección el famoso busto en homenaje a Goya del escultor valenciano Mariano Benlliure, conocida por ser el modelo del premio del cine español; el Autorretrato de Francisco Pradilla o el retrato de Torrescassana de Ramón Martí Alsina.
– El espacio dedicado a escritores, músicos y actores reúne retratos de los representantes de las artes hermanas de la pintura. La sección parte del retrato de Goya del actor Isidoro Máiquez, la pintura de Antonio Esquivel representando a Ventura de la Vega leyendo una obra en el Teatro del Príncipe.
– Y por último, no podía dejarse sin tratar, el artista en el estudio. En el siglo XIX, la atención a todos los elementos de la vida cotidiana junto con la particular reflexión del artista sobre su entorno o las circunstancias de su propia práctica pictórica, propiciaron el gusto por la representación de los ambientes de trabajo, es decir, sus talleres y sus estudios. En esas obras era frecuente la inclusión de algunas referencias, históricas o contemporáneas, que el artista consideraba valiosas para su pintura. Por ello era común la representación, junto a las propias obras del pintor, las de otros artistas apreciados por él, del pasado o del presente, de copias realizadas por el propio autor o de imágenes grabadas o fotografiadas.
Se nos muestran una serie de representaciones del interior del estudio del artista, dos de las más conocidas, la del pintor Francisco Domingo que representa una agradable velada musical en el estudio de su gran amigo Antonio Muñoz Degrain o la turbulenta Fantasía sobre Fausto de Mariano Fortuny.
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