El lunes 2 de septiembre, celebramos en los Estados Unidos la festividad conocida como “Labor Day” en Estados Unidos el 137 acto nacional dedicado a exaltar el valor del trabajo como virtud y reconocer a todos los trabajadores que son fuente y esperanza de nuestra economía.
Según cuenta el autor Robert L. Myers, un estudioso de la sociología norteamericana y autor de varios libros sobre nuestras costumbres y tradiciones, “en años recientes el “Labor Day” ha ido perdiendo la importancia que ha mantenido por más de un siglo”. Hoy día, ciertamente esta celebración es una despedida de los meses cálidos del verano, los tiempos de vacaciones y disfrutes en playas y paseos. Es el comienzo de las actividades escolares, el aumento del tránsito, el regreso al taller, al aula o a la oficina, la vuelta al tedio de medir las horas de cada día. Muy bien pudiéramos llamar el primer lunes del mes de septiembre el “B.B.Q. Day”, y aceptable es que hayamos pasado buen tiempo, pero sin perder jamás un sentido de respetuosa gratitud a la dignidad del trabajo y a la destreza del trabajador.
Fue en el año 1878 que el Día del Trabajo tuvo su impulsador. Se trata de Peter J. McGuire, uno de los líderes de una antigua asociación que se llamaba “Los Caballeros del Trabajo”, y fundador de “La Confraternidad de Carpinteros y Labradores de América”. El sugirió a “La Unión Central de Trabajadores” de la ciudad de Nueva York que se dedicara un día anual a honrar a los trabajadores de Estados Unidos. “Hay varios días festivos en los que se exaltan los valores religiosos y cívicos y se honra la memoria de militares; pero no tenemos ninguno para reconocer la importancia del trabajo y el aporte de los trabajadores al bienestar y progreso de nuestra nación”, argumentó McGuire.
Después de un breve período de consideraciones al respecto, los diferentes grupos relacionados con el trabajo se unieron y convocaron para el primer desfile dedicado a honrar al trabajador americano. Fue el 5 de septiembre del año 1882 en el famoso Union Square de la ciudad de Nueva York. La ocasión es recordada como un hecho histórico tan exitoso que ininterrumpidamente se ha celebrado año tras año.
El estado de Oregón, en el año 1887 fue el primero en acordar oficialmente la celebración anual del “Labor Day”. Fue tan aplaudida esta decisión que tres años después ya un total de 32 estados habían seguido el formidable ejemplo, pero no fue hasta el 28 de junio de 1894, siendo presidente Grover Cleveland que se aprobó la ley federal que hoy día los 50 estados de la nación acatan para celebrar, el primer lunes del mes de septiembre de cada año el tradicional Día del Trabajo.
La selección de la fecha para celebrar el Día del Trabajo no tiene connotación especial alguna. McGuire explicó en cierta ocasión que probablemente “se había escogido el primer lunes de septiembre porque se trataba de la más placentera estación del año, y la fecha escogida está casi a la distancia intermedia entre el 4 de julio y el Día de Dar Gracias”.
Probablemente muchas personas desconozcan el origen de la palabra “trabajo”, que es, por cierto sumamente interesante. La palabra proviene del latín “tripalium”, que significa “tres palos”. “Tripalium” era un yugo hecho con tres palos clavados al que se amarraban a los esclavos para azotarlos. A pesar de que muchos eruditos en lingüística no coinciden totalmente con esta explicación, el hecho es que primitivamente el concepto de trabajo se asociaba con las clases más bajas y estaba relacionado con la práctica de la esclavitud.
El trabajo no tiene siempre un hálito de simpatía. Recordemos a Alberto Beltrán, el popular cantante dominicano que en noviembre del año 1954 estrenó el merengue ‘El Negrito del Batey”, de la autoría del compositor Medardo Guzmán, y que tenía como estribillo esta expresión “el trabajo lo hizo Dios como castigo”. George Herbert, afamado escritor estadounidense dijo que “Dios provee a cada pájaro con su alimento, pero no se lo echa al nido”.
De manera equivocada algunos estudiosos bíblicos señalan que Dios castigó el pecado de Adán condenándolo a trabajar. Es cierto que el Señor le dijo directamente a Adán estas palabras: “maldita será la tierra por tu culpa, con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida. La tierra te producirá cardos y espinas, y comerás yerbas silvestres. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres y al polvo volverás”. (Génesis 3:17-19).
Sin embargo, antes de la caída pecaminosa de Adán, se lee en Las Sagradas Escrituras estas palabras: “Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el Jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara…” (Génesis 2:15).
El trabajo, para que sea adecuado a la voluntad de Dios, tiene que realizarse con dignidad, honradez, gozo y generosidad. José Santos Chocano, en su obra “La Epopeya del Pacífico” dice estas lapidarias palabras: “el trabajo no es culpa de un edén ya perdido, sino el único medio de llegarlo a gozar”. Recuerdo esta bella expresión de Goethe: “cuando he estado trabajando todo el día, un buen atardecer me sale al encuentro”.
El trabajo es una bendición y justo es que lo respetemos. Criticables y miserables son los avariciosos que explotan a los pobres, el comunismo que cancela los derechos del obrero, los despiadados que abusan de los empleados que carecen de documentos legales y los delincuentes que de manera impune violan leyes, normas y derechos que se han establecido en defensa de los trabajadores.
El poeta y musicólogo Walt Whitman escribió un himno dedicado al trabajador americano que modestamente traducimos como un aporte a este humilde artículo:
Escucho a América cantar, las dulces melodías a mis oídos llegan,
las de los mecánicos que con afán golpean recios hierros y bronce,
las de los albañiles que cantan con pinceles a las paredes …
Oigo a los navegantes cantar sus ritmos mientras sus naves
se deslizan serenas rumbo al destino de los puertos …
Y escucho la voz de los zapateros en sus tonadas mientras clavan
los zapatos que las bellas damas usan para bailar ….
A mis oídos llegan las voces de los leñadores que estrenan en las mañanas
el filo de sus hachas y al atardecer se despiden felices de su tareas..
Escucho las melodías de las madres y las jóvenes esposas que en sus
casas laboran, tejiendo ropa o lavando lozas …
Una palabra final: recuerden el lema de los monjes benedictinos, “laborare est orare”: ¡Trabajar es orar!
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