EL SECTARISMO HISTORICISTA Y LA REVOLUCIÓN, UN SÍNDROME FRANCÉS

Written by Demetiro J Perez

26 de septiembre de 2023

Hay símbolos que siguen repercutiendo y, por más que abunden los que aseguran que las ideologías han dejado todo el espacio a las realidades en el mundo occidental, en Francia los 230 años de la Constitución de 1793 no pasaron inadvertidos. Fue entonces que nació la Primera República Francesa sucediendo a la Convención durante la cual habían prevalecido los girondinos primero, los jacobinos después.

El problema es que la legalidad que aquel magno documento quiso implantar no fue consumada porque como es sabido un puñado de revolucionarios extremistas encabezados por Maximiliano Robespierre instauraron la dictadura del Comité de Salud Pública con el pretexto de salvar “la patria sitiada por la reacción y los monarquistas”. Lo que siguió se conoce como El Terror, meses durante los cuales los tribunales revolucionarios condenaron a miles a ser encarcelados primero, guillotinados después. La cabeza del “incorruptible” Robespierre cayó en la canasta el 9 termidor, limpiamente cortada por el filoso artefacto manejado por Sansón. Durante ese corto período se produjeron oficialmente 17 000 ejecuciones: los historiadores han precisado la cifra añadiendo los que fueron asesinados sumariamente, por ejemplo, las ejecuciones masivas perpetradas por Fouché en Lyon.

Que esa matriz haya podido servir de molde entre otros a Lenin y a Stalin para instaurar respectivamente dictadura del proletariado y purgas asesinas no desalentó los afanes de muchísimos otros dictadores a comenzar por Fidel Castro.  Todos se consideraron herederos de aquellos años, estratagema útil sobre todo para hacer avanzar sus intereses tan políticos como criminales. Además, como las revoluciones postulan como lema no terminar jamás, siempre surgen nuevos senderos hacia logros inéditos. Hegel no se equivocó al postular que tales cuitas nutrían todas las inestabilidades posibles, inspirando a cuanto régimen consiga copar los mandos gubernamentales.

En Francia dos corrientes se han enfrentado de 1793 a la fecha sin reconciliación posible. Esa continuidad que prolifera aún en estos comienzos del Siglo XXI enturbia lo cotidiano. Así los Chalecos Amarillos que podían permitirse reivindicar ser «auténticos» revolucionarios. Frente a ellos están los que esgrimen los trasnochados ideales de una contrarrevolución aplastada que durante tres años materializó sus luchas en las Guerras de la Vandea.  De esa epopeya y de la desacralización de la mitología jacobino-marxista tratan las presentaciones en un gran parque temático que para adultos, jóvenes y niños creó Philippe de Villiers en el occidente francés. Pero quien dice parque de atracciones no dice forzosamente ni democracia, ni reconciliación de una nación consigo misma, ni paralización de un histerización de un pasado en aras de un punto de partida que permita enfrentar el futuro.

Es por eso, para tomarle el pulso a ese espectáculo que hace tres meses fuimos al Puy du Fou.  Está operando desde 1978, antes de mi instalación en París. El recorrido propone un itinerario temporal valiéndose de presentaciones teatrales inmersivas concebidas según sus creadores para que uno olvide la actualidad y la modernidad durante unas horas, o varias jornadas porque hay como solemos decir dulce para todos. El Puy es una empresa exitosa y rentable que opera sin ayuda del estado ni de la región: más de 13 millones de visitantes han pasado por allí durante 45 años. Y esto apoyándose en varias asociaciones que cuentan con miles de voluntarios que sumados a casi dos mil asalariados hacen posible la aventura. Hay un parque de la misma empresa en España y próximamente abrirán sucursales en Shanghái y Tennessee.

Tan grande es la magnitud de la realización que este verano la izquierda predominante le abrió fuego graneado en varios medios de prensa escrita y en la televisión estatal. Una verdadera guerra declarada contra los De Villiers, una familia que cuenta con políticos que han desempeñado mandos locales, funciones ministeriales y hasta un fallido candidato a presidente. Entre los guerrilleros despachados a ese frente anti-blanco (los soldados que se enfrentaros en aquellas batallas de 1794 y 1795 eran o Blancos o Azules) hay muchos cabezones procedentes de la escuela histórica empollada por la izquierda francesa.

Todas las armas valen para tratar de dinamitar una empresa que se autocalifica de “aventura artística inspirada por lo legendario francés, puesto en escena sirviendo la emoción y el amor por Francia eterna”. Todo un programa al que adhieren los visitantes que hacen cola para entrar y disfrutar. En resumen: para las izquierdas Puy du Fou es una entidad reaccionaria y no les importa (a quienes se posicionan en tal trinchera) que desde mediados de la década de 1960 académicos como el eminente François Furet hayan desacralizado una mitología del revolucionarismo ultra dominante hasta entonces. Por mi parte recuerdo que cuando estudié historia moderna en bachillerato el texto propuesto como referencia en el programa eran los libros escritos por Albert Mathiez, historiador francés marxista en cuya fuente bebíamos entonces, igual que lo habían hecho las generaciones que nos habían precedido. En Cuba los libros programados oficialmente los habían escrito Marbán y Leyva, también inspirados en el marxismo. Eso, sin embargo, lo ignorábamos.

Por increíble que pueda aparecer a nuestros lectores, hay en Francia aún a estas alturas, muchas organizaciones robespierristas a las cuales se oponen encarnizadamente otras pocas de signo contrario. Entre ellas la que preside el situacionista René Viénet. Ya se han dado enfrentamientos alrededor del cementerio parisino Picpus, camposanto privado de descanso eterno de miles de guillotinados, víctimas de cuando el Terror.

Se me antoja que para entrar en materia se impone releer (o leer) la novela El Noventa y Tres de Víctor Hugo. Y naturalmente, para aquellos que vengan a Francia, visitar el parque Puy du Fou ubicado en las inmediaciones del pueblo de Les Epesses, no lejos la ciudad de Nantes que camino a su desembocadura en Saint Nazaire atraviesa el caudaloso río Loira. A cada quien su historia de la Revolución Francesa, un expediente que dista bastante de haberse cerrado.

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