Por Eladio Secades (1957)
La definición del periodista es uno de esos temas de cuya comprensión se desconfía. Porque no hay dos periodistas iguales. Siempre uno pensará que es mejor que el otro. Ni hay dos criterios iguales sobre el periodista. Ni sobre el periodismo.
El periodista tenía su temperamento peculiar cuando enviaba las cuartillas con el mozo del café. Desde que los filósofos se bañan, casi se han acabado los filósofos. Y los bohemios.
Los que quedan, se creen que lo son. Inventada la ducha, comprendimos que la bohemia es la haraganería de los que suponen una genialidad perderle el miedo al hambre. Cuando se le pierde el miedo al hambre, dan ganas de hacer un soneto.
Por la ausencia absoluta de poesía, se nota que algunos periódicos están escritos en plena digestión.
Al periodismo se puede llegar por muchos caminos. El más inocente de todos, el de corresponsal de campo que cree un acontecimiento que la hija del boticario celebre los quince dando una fiestecita con música de radio y viejas con sueño. Y el más tentador, el del amigo que quiere ser redactor para que se enteren los vecinos para no pagar en los espectáculos. Que es el momento en que se tiene interés en que se sepa que uno es periodista.
El periodista nuevo amenaza con meter un suelto para que arreglen los baches que hay en la cuadra de su casa. O para que quiten la electrola del bar de la esquina. Porque todavía quedan residuos de la gravedad de aquellos reporteros de carnet, bastón, y cuello de pajarita.
Que lo mismo prometían publicar la fotografía del amigo convertido en doctor. Que trasladaban para Jacomino al guardia de posta que desconoció su calidad de orientador de multitudes.
Lo malo es cuando el periodista comprende que el humo del plomo que sale de los talleres se mete hasta el alma. Y que se puede estar avanzando a un horizonte sin horizonte.
Vejez de una pensión estrecha y amigos que fueron. El porvenir del periodista en cierto modo se parecía al de las cantantes de teatro si no fuera porque las tiples cuando se ponen viejas y gordas, todavía sirven para características.
Como las coristas que llegan a la vejez sin haber dejado de ser honradas, sirven para cuidar el cuarto de señoras en algún cabaret de lujo. De todos modos, al periodista ya inútil le quedará el consuelo de que sigue teniendo inteligencia.
Y cultura. Aunque ninguna de las dos cosas se haya tenido nunca. Para escribir en periódicos a veces estorba la cultura poseída en torrentes. Igual que estorbaría el smoking para jugar una partida de tennis. La más grata prosa de prensa es la que pasa rosando como un soplo de brisa. Sin rebuscamientos de recuerdos.
Sin citas de Emerson. Sin provocar un surco trascendente. Yo empecé a escribir en periódicos en la época deliciosa en que había en cada redacción un compañero que a fuerza de escribir editoriales se había quedado pálido y sin sonrisa para toda !a vida. Y en la crónica social aparecía la fotografía del niño que había cumplido años. Encueros, casi siempre llorando, y sentadito en una palangana.
Los que han legado a la historia frases célebres sobre el periodismo han dicho que un periódico es viejo al otro día. Pero no se niegue tampoco que un periódico que es viejo al día siguiente, igual puede servir para derribar a un régimen que para envolver en el puesto de chinos media libra de tomates.
Hay quienes creen que hacer eso que se llama periodismo moderno equivale a deshumanizar. Que lo natural resulte extraño por arte de escenografía. A los literatos buenos les cuesta trabajo ser buenos periodistas. Porque el literato cree que en la vida pasa lo que se le antoja a su fantasía.
Y en la vida pasa lo que se le antoja a la fantasía de los demás. En un diario es humano, por ejemplo, la nota en que se ofrece una gratificación por un perro perdido. Con una mancha amarilla y que responde al nombre de Leal.
Es humano en un diario la lista de las defunciones. Que interesa a los dueños de funerarias. Para ver si sirven el tendido. Y a los neurasténicos. Para ver si ha muerto alguien de lo mismo que él cree que va a morir.
Empezamos a ser viejos de verdad cuando al abrir un diario lo primero que leemos son las esquelas de defunción. Es humano también el anuncio económico en el que solicita empleo una mecanógrafa joven y con buenas referencias. Quizás el jefe lea por encima de los lentes la carta de recomendación. Y por debajo de los lentes examine a la tiperrita.
En las playas andan con trusas muy cortas las mecanógrafas y las secretarias particulares que no lo son porque no les ha dado la gana. Las viejas que escriben al tacto y saben un poco de inglés casi siempre están cesantes. O cosiendo expedientes en un Ministerio.
El adorno, la guirnalda escrita, la nadería retórica, no son armas del verdadero periodista. Cuando por gusto se le hace el croquinol al idioma, las ideas salen con un disfraz.
El cine ha inculcado una versión de exagerada actividad que pocas veces existe en las redacciones. Es mentira del celuloide lo del reportero de policía que llega saltando por encima de las mesas y pidiendo que paren la rotativa, porque ha descubierto al autor del crimen.
El reportero de policía es un buen muchacho que trasnocha por obligación. Como el groupier de la ruleta. Y como los serenos del Reparto Miramar. Lo que menos interesa en Cuba es si el acusado mató o dejó de matar.
Siempre hemos tenido de los grandes procesos jurídicos un concepto deportivo. El público puede dividirse en dos bandos irreconciliables. Los partidarios del muerto y los partidarios del vivo.
Y se espera el fallo de los magistrados con la emoción con que se espera el resultado de un juego de baseball. Para ver quién ganó.
En la redacción tampoco es real el tipo de visera verde que devora cuartillas y cuartillas, mientras chupa desesperadamente un tabaco apagado. A lo mejor en la madrugada suena el timbre del teléfono. Y no es la noticia del fuego en un barrio de indigentes.
Ni el comerciante arruinado que se levantó la tapa de los sesos. Ni los amantes que se metieron en un hotel barato para la cursilería por unanimidad que es el pacto suicida.
Nunca ha podido saberse por qué los protagonistas de estos actos suicidas eligen el hospedaje más miserable. Si en realidad ninguno de los dos piensa pagar la cuenta, podrían escoger un sitio mejor. El pacto suicida es el concepto mellizo de la muerte.
Tampoco ha podido saberse jamás por qué los comerciantes que se arruinan de día se suicidan de noche. Lo frecuente es que al sonar el timbre del teléfono de un periódico en la madrugada, sea la esposa del redactor para decirle que no se olvide de llevarle un sandwich de todo. El sandwich de todo ha sido la salvación de los fabricantes de mortadella.
Tampoco el jefe de información es la garganta potencial que blasfema detrás de un volcán de papeles en desorden. En la mesa del jefe de información, además de las pruebas de planas, las cartas que nunca se contestan y los libros que nunca se abren, hay un humanísimo frasco de sal de frutas para la ardentía inevitable cuando coinciden un potaje y un berrinche.
Y cuando llama urgentemente a un redactor, quizás no sea para ponerle las orejas coloradas, por la noticia que no trajo, o por el palo que le dieron, sino para preguntarle qué tiró la bola china.
Mirándolo bien, lo más estimulante de un periódico quizá sea la crónica social. Porque en ella aparecen todas las mujeres como quisieran ser. Y los funcionarios públicos como nosotros quisiéramos que fuesen. Siempre han existido criollos que creen que cumplen con la patria tomándose el vino amargo porque es nuestro vino.
Lo peor es tomarse el vino amargo con una mueca heroica y después llevarse los fondos de cualquier retiro. Los deberes sociales sirven además para demostrarnos la parte de vulgaridad que todos tenemos.
Veámos, si no, la lista de regalos de los que contribuyen a la instalación del nuevo nido. En la que puede destacarse un reloj de oro. Regalo de la novia. Y una perla buena montada al aire. Regalo del novio. A once amigos se les ocurrió una ponchera.
Diez creyeron una originalidad mandar una escribanía. Ella recibió nueve lamparitas para la mesa de noche. Con luz sospechosamente tenue. Y él recibió seis bustos de Napoleón.
El joven matrimonio cuando reacciona de la luna de miel, comprende que tantos regalos iguales sirven para pagar los regalos. Así hay aros de plata para servilletas que se han recibido en una boda y se han largado en un cumpleaños. La boda es la única posibilidad criolla de ponerse un frac.
Antes el frac era un sello de distinción. Ahora sirve para aumentar el cariño nacional a la guayabera. El frac es sandwich de calor.
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