Por Max Tosquella 1958
En mayo se cumplieron 125 años de la entrevista del Teniente del ejército americano Andrew Summers Rowan, portador de El Mensaje a García, con el Mayor General del Ejército Libertador cubano, Calixto García Iñiguez, en la ciudad de Bayamo, Oriente.
No obstante, todas las pruebas que te han aportado para dejar esclarecido ese importante acontecimiento, cada día se escriben y dicen más inexactitudes, aún por personas documentadas y prestigiosas, razón ésta por lo que perdura el maremágnum.
Resulta inexplicable por qué no se ha realizado una depuración, imparcial y ponderada, no ya de este asunto, de suyo tan importante, sino de otros muchos tan llenos de contradicciones, por lo que no acabamos de conocer «la verdadera verdad».
Y es que la mentira histórica, como cualquier clase de mentira, según afirma el padre Feijóo, «provoca una gran desconfianza, sobre todo si se miente con impunidad y frecuencia. La incertidumbre que tenemos de si es verdad o mentira lo que se dice, nos ocasiona incomodidad y descorazonamiento. De ahí que, al oír una noticia, de la que hay dudas de su certeza, quedamos perplejos sobre si creerla o no creerla, y esta perplejidad trae consigo una molesta agitación del entendimiento, puesto que no sabemos si debemos prestar o no disenso a la misma».
Al volver a tratar sobre El Mensaje a García hemos de establecer, hacia donde nos sea posible en un trabajo de esta clase, la diferencia existente entre la hermosa fábula que escribiera Hubbard y lo
rigurosamente histórico.
Albert Hubbard editaba en la villa de East Aurora. N. Y., THE PHILISTINE, una revista de tipo polémico, en la que criticaba, sin piedad a sus conterráneos.
Necesitando «cerrar» la edición del día 8 de marzo de 1899, y no teniendo material suficiente se dio en llenar unas cuartillas, cogiendo como tema el relato de su hijo, sobre la misión de un oficial norteamericano cerca de un jefe de insurrectos cubanos, de apellido García, a la sazón peleando en los campos de Cuba. Lo importante del caso era la rápida decisión tomada por dicho oficial, pues sin preguntar nada, se lanzó a cumplimentar la orden recibida.
Como Hubbard no conocía los particulares del hecho los inventa y teje, muy a la americana, un episodio fabuloso, el que remata con una hermosa moraleja, repetida como un “leit motiv”, para alargar el trabajo y así poder llenar las páginas que hacen falta. Un ejemplar de esta edición del Philistine, cae en manos de Mr. Jorge H. Daniels, Agente de Pasajes de los ferrocarriles de la New York Grand Central, el que encontró en El Mensaje a García, una provechosa lección, que debían aprender, no sólo los empleados de su Compañía, sino otros hombres, y fue así como se popularizó el escrito de Hubbard.
Por tanto, El Mensaje a García de Hubbard se concreta, únicamente a destacar la recia personalidad de un individuo y la muestra, a manera de ejemplo, de cómo debe actuar el hombre, integralmente útil, dentro del agregado social en el cual vive. Es una catilinaria contra el empleado vago e ineficaz, provocador de conflictos. No es, pues, la descripción de lo realizado por ese hombre, llamado Rowan, que es lo que precisa esclarecer, a la luz de testimonios fehacientes, libre de anfibologismos. El mensaje a García es un hecho trascendental que debe de figurar en las páginas de nuestra Historia con claridad meridiana.
Para llegar a esta finalidad es conveniente conocer el trabajo de Hubbard. y así será fácil establecer los límites entre la ficción y lo real.
He aquí El Mensaje a García de Albert Hubbard: Entre los acontecimientos ocurridos durante la guerra de Cuba, hay uno que descuella sobre todos los demás, y el nombre del individuo que lo ejecutó brilla como brilla el planeta Marte cuando está en su perihelio.
Al estallar la guerra entre España y los Estados Unidos fue necesario establecer comunicaciones rápidas con García, (Gral. Calixto García Iñiguez), Jefe de los insurrectos, quien se hallaba en las regiones montañosas de la isla, sin que persona alguna pudiera precisar dónde, y en lugares a los que ni el correo ni el telégrafo llegaban.
El presidente McKinley deseaba, sin pérdida de tiempo, obtener la cooperación del expresado jefe. ¿Qué hacer en estas circunstancias?
—Hay un hombre, llamado Rowan, quien, si es posible encontrarlo, encontrará a García.
Buscaron a Rowan, quien recibió una carta que debía entregar a García. Tomó el parte; lo colocó en una bolsita de hule, y la ató sobre su corazón.
De cómo a los cuatro días un bote lo desembarcó en las costas de Cuba; de cómo se internó en las selvas, y tres semanas más tarde apareció en la otra costa después de haber cruzado un país hostil y de haber entregado a García el mensaje recibido, son cosas de las que no deseo ocuparme. Lo que quiero hacer constar es que MacKinley entregó a Rowan una carta para que la llevara a García, y que éste la tomó sin preguntar, ¿dónde está García?
He ahí un hombre cuyas formas deberían vaciarse en bronce que inmortalizara su memoria, y cuya estatua debiera colocarse en los colegios del Estado.
Lo que necesitan los jóvenes no es sólo estudiar libros e instruirse respecto de tal o cual cosa, sino dar a sus vértebras la rigidez necesaria para cumplir fielmente sus deberes; para obrar con rapidez para concentrar su energía y saber llevar «un mensaje a García. El General García ha muerto; pero hay otros muchos Garcías, a quienes, hay imperiosa necesidad de “llevar un mensaje».
Todos los que se han esforzado a llevar a buen término una empresa determinada, en la que se necesite el concurso de muchos, han tenido que comprobar, llenos de consternación, la necesidad de los hombres que constituyen el término medio de la humanidad, la incapacidad y mala voluntad para concentrar su energía sobre una cosa, y hacerla.
Generalmente los auxiliares hacen trabajos con poco entusiasmo, y es frecuente encontrar en ellos negligencia, imprudente atolondramiento e indiferencia desmedida.
Nadie obtiene éxito si, a buenas o malas, o por amenazas, no incita y obliga a los otros hombres a prestarle ayuda, salvo el caso de que Dios, en su misericordia, haga un milagro y le envíe un ángel de luz como ayudante.
Haga usted la prueba; usted está en la oficina y tiene seis empleados al alcance de su vos; llame a cualquiera de ellos y dígale:
—Tenga usted la bondad de buscar datos en la enciclopedia, y haga un resumen de la vida de Correggio.
Le responderá el empleado: «Si, señor. Pero ¿hará él lo que usted le ha encargado?… Nunca: Lo mirará a usted como un tonto, y formulará una o varias de las siguientes preguntas:
—¿Quién era? ¿Qué enciclopedia? ¿Dónde está la enciclopedia? ¿Fui acaso contratado para esta clase de trabajo? ¿No se refiere a Bismark? ¿No le parece a usted bien que lo haga Carlos? ¿Ha muerto? ¿Hay prisa? ¿No puedo dejarlo lo para mañana o el lunes? ¿Quiere, que le traiga el libro y lo busca usted mismo? ¿Para qué lo quiere usted saber?
Apuesto diez contra uno, que después de contestarle y explicarle cómo debe encontrar todos los datos y para qué los necesita, irá su ayudante a pedir a otro empleado que le ayude a «buscar a García» y que, por fin, volverá diciendo: “que no existe tal individuo”.
Pudiera ser que perdiese mi apuesta, aunque, según el cálculo de probabilidades, no debe ser así.
Si usted es prudente, no se tomará el trabajo de explicar a su ayudante que lo relativo a Correggio se encuentra en el índice de la letra C y no en el de la K: sonreirá afablemente y contestará: «no importa, déjelo, lo buscaré yo mismo».
Y es curioso que elementos de esa clase suspiren por el advenimiento del socialismo, sin comprender que esa incapacidad para obrar independientemente, esa ceguedad mental, esa falta de carácter, esa mala gana para realizar con ánimo un esfuerzo cualquiera, alejan aquel sistema a un futuro muy distante.
Si el hombre no trabaja cuando el resultado de sus esfuerzos redunda sólo en beneficio propio, ¿qué hará cuando el beneficio obtenido debe repartirse entre todos los demás hombres?
Parece que la presencia de un contramaestre, garrote en mano, fuese necesario, y el temor de que el sábado por la noche los despidan es lo que mantiene a muchos trabajadores en sus puestos.
Publique usted un aviso pidiendo un estenógrafo y se presentarán, como tales, muchos que no saben ortografía, ni conocen la puntuación, ni creen necesario saberla. ¿Puede tal ayudante escribir «una carta a García?»
—¿Ve usted ese tenedor de libros? —me decía el jefe de una fábrica.
—Sí. ¿qué hay respecto a él?
—Es un buen contador, pero si lo mandara a la ciudad a desempeñar alguna misión, aunque pudiera ser que cumpliera su cometido con toda regularidad, podría suceder que se detuviera en cuatro tabernas por el camino y que al llegar a la calle principal no se acordara ya de la misión cuyo desempeño se le había confiado. ¿Puede a un hombre así encargársele «algo» para García? Recientemente hemos visto manifestarse muchas falsas simpatías por empleados agobiados en los talleres por el trabajo y el calor, y en favor de los vagos que buscan honesto empleo, y con mucha frecuencia van esas simpatías acompañadas de duras palabras en contra de los patrones, sin que se deslice una sola frase en favor del Jefe, prematuramente envejecido por su constante lucha para obligar a que ejecuten inteligentemente su labor, empleados inútiles e ineptos ayudantes, que sólo esperan verle volver la espalda para holgar a su placer…
En todo almacén o fábrica se va efectuando una no interrumpida selección y limpieza. El jefe despide continuamente empleados que han demostrado su incapacidad para hacer progresar sus intereses, y contrata otros.
Por buenos que los tiempos sean esa selección continúa siempre; pero, si los tiempos son malos, ella se profundiza y se desmenuza más, y los indignos e incompetentes concluyen por desaparecer, comprobándose así la mayor vitalidad y la supervivencia de los más aptos. El interés personal aconseja al patrón conservar únicamente los empleados mejores: “los que saben llevar un mensaje a García”.
Conozco un hombre de relevantes cualidades, pero que no tiene suficiente habilidad para dirigir un negocio propio. Este individuo, a pesar de sus buenas condiciones, es un empleado inservible, por llevar en sí la malsana sospecha de que el superior abriga al menos, la idea de oprimirlo. No sabe dar órdenes y rehúsa recibirlas. Si usted le entrega un mensaje para «llevarlo a García», lo más posible es que, considerándolo a usted un explotador, y ávido Shy-lock, le diga: «Llévelo usted».
Considera a todo hombre de negocios como un bribón, y constantemente emplea como un epíteto despreciativo el calificativo de «comercial». Actualmente este individuo vaga por las calles en busca de trabajo; y por los intersticios de su chaqueta raída hasta la trama, sopla y pasa el viento libremente, sin que haya quien se atreva a emplearlo porque es un verdadero foco de discordia… Es inaccesible a la razón y sólo es capaz de impresionarle la punta de un botín policial número cuarenta y cuatro guarnecido de fuertes suelas.
He llevado peso sobre mis hombros; he trabajado a jornal y sé que algo puede decirse en pro y en contra de unos y otros. La excelencia no existe «per se» en la pobreza; los harapos no son certificados de honradez; ni todos los patronos son rapaces y exigentes, ni todos los pobres son virtuosos.
Mi corazón simpatiza con el hombre que lo mismo trabaja cuando el jefe está presente, que cuando no lo está.
El hombre que tranquilamente “lleva a García” la comunicación que se le confió; el que, sin hacer necias preguntas, sin abrigar la intención de tirar la carta en la primera cloaca que encuentre en su camino, se pone en marcha preocupándose únicamente de entregarla: ese hombre, digo, nunca se ve despedido, ni necesita declararse en huelga para conseguir aumento de sueldo.
La civilización, no es más que una investigación ansiosa en busca de tales individuos. Un hombre de esas condiciones obtendrá cuanto solicite. Él es indispensable en toda capital, ciudad y pueblo; en toda oficina, almacén o fábrica…
El mundo ansia poseer individuos de esa naturaleza, porque «se necesita, se necesita con mucha urgencia, y en todas partes, al que sepa llevar un mensaje a García.
Este fue «El Mensaje a García» que escribió Hubbard. Como puede apreciarse, fue un mensaje al trabajo fecundo, al esfuerzo, a la lealtad, a la responsabilidad a que viene obligado todo hombre que sabe cumplir con su deber, pero no narra la forma de comportarse Rowan en el desempeño de su espinosa misión, la trascendencia histórica de ésta. Bien es verdad que a él no le interesaba nada de eso, bastábale tomarlo de pretexto para hilvanar una sátira más, a tono con el espíritu de su revista.
Ahora bien, como lo que nos hemos propuesto es dar a conocer la historia de ese episodio de nuestras guerras libertadoras, poniendo en claro las falsedades que van tomando carácter de hechos verídicos, vamos a dar a conocer con documentos irrefutables El Mensaje a García, que Hubbard no escribió.
La voladura del acorazado Maine, en el puerto da La Habana, el 15 de febrero de 1898, dio lugar a la declaración de guerra de los Estados Unidos a España. Desde ese momento el Gobierno de Washington se apresta a enviar fuerzas a la Isla. Para conocer el mejor lugar de desembarco de ese ejército y, además, tantear sobre la cooperación que pueden brindar las tropas libertadoras cubanas, el presidente McKinley desea establecer contacto con el mayor general Calixto García, jefe de las operaciones que se llevan a cabo en la región oriental. El coronel Arthur Wagner, del Cuerpo de Inteligencia Militar del Ejército americano le recomienda a un oficial, toda discreción e inteligencia, nombrado Andrew Summers Rowan. Comprobado que es el hombre para confiarle tal encomienda se le despacha en misión especial, con toda clase de reservas y sin pérdida de tiempo.
Se ha dicho que antes de emprender viaje le dieron un banquete, cosa ésta de todo punto increíble, pues hubiera sido tanto como «divulgar un secreto de Estado» y exponer a un fracaso la empresa.
Con fecha 7 de abril de 1898. Rowan recibe el ticket, de ida y regreso número 911, para que embarque en el primer vapor de la Atlas Line, que salga de New York, para Jamaica. Como al siguiente día, esto es, el día 8, se hará a la mar el carguero Adirondack. Rowan, con la prisa que demandan las circunstancias, lo toma al momento de partir.
Después de hacer escala en Puerto Limón, en donde carga plátanos, el Adirondack se dirige a Kingston, puerto al sur de Jamaica.
Puesto pie en tierra, el «mensajero» se entrevista con el cónsul americano en esa plaza, Mr. Louis A. Dent, y le impone de su misión.
Dent estima, con mucha lógica, que el único y más seguro paso a dar es pedir ayuda al agente del Partido Revolucionario Cubano, en aquella Antilla, Francisco Pérez Macias.
Como los agentes del Partido, por expresa orden del delegado, D. Tomás Estrada Palma, no podían prestar cooperación de ningún género, sin su autorización, Pérez así se lo hace saber a los señores Dent y Rowan.
Ante este tropiezo, Dent se comunica con el secretario de Estado Mr. William R. Day, para que consiga de Estrada Palma, el correspondiente permiso, a fin de que Pancho Pérez, pueda atender la solicitud de Rowan. Day hace la gestión y Estrada Palma accede con mil amores, dado que el propósito del delegado era, que no se ignorara la personalidad del Partido, en la organización de la guerra que Cuba sostenía contra España. A tal efecto le cursa un cablegrama autorizándole para que complazca las demandas del mensajero del Gobierno americano.
Este cablegrama fue entregado por Pérez Macias a Rowan, al partir éste de Kingston, y el que más tarde mostró a los generales García y Hernández Ríos. Muchos han querido ver en este documento un «salvoconducto», que se dice entregado por Estrada Palma al oficial americano, en la ciudad de New York.
Lo anteriormente expuesto consta en la carta de Don Tomás al general Gómez, carta que se halla en el Volumen 26. páginas 282 al 301, de los Copiadores de Correspondencia del Partido Revolucionario, y en otros documentos, existentes en el Archivo Nacional de Cuba.
Si esos testimonios son auténticos, hay que convenir, en que Estrada Palma no se entrevistó con Rowan en New York, antes de embarcarse en el Adirondack, como se afirma reiteradamente, y mucho menos que le entregase un telegrama, para que le sirviera de salvoconducto ante las autoridades cubanas que encontrase en su camino. ¿Qué valor puede tener un telegrama para ese propósito? Lo lógico era, en ese caso, entregarle una carta. Por otra parte, ya he hemos visto que Rowan tuvo que andar a uña de buen caballo para tomar el barco, no pudiendo perder tiempo en entrevistas y menos en pedir credenciales, cuando él se suponía muy capaz de llegar a García, sin esos requisitos.
Ya autorizado, Pérez se dispone a preparar el viaje de Rowan a Cuba, utilizando los servicios del valiente marino español, defensor de la causa cubana, Comandante Gervasio Sabio Baltasar, que en su bote-velero El Patriota o El Mambí, (que también así lo llamaban), hacía frecuentes viajes entre el norte Jamaica y la costa sur de la provincia de Oriente, conduciendo armas, medicinas, correspondencia y algún pasajero.
Habiéndose estipulado los gastos del viaje en 40 libras esterlina (200.00 dólares), el cónsul Dent se comprometió a entregarlas; más a última hora, en los momentos de la partida, entre el Cónsul y Rowan surgen discrepancias, y aquél se
separa del asunto y deja al Mensajero de McKinley a su suerte, Pérez que es un cubano templado, que tiene las condiciones que señalaba Hubbard para llevar un «Mensaje a García», se enfrenta a la situación, y con dineros del Partido, cubre los gastos.
Rowan promete reembolsar esa suma tan pronto llegue a St. Ann Bay, lugar al norte de Jamaica donde tiene un amigo y toma el carruaje que lo ha de conducir a tal punto. Lo acompañan Octavio Lay, subagente del Partido, y Arturo Barrios, que le sirve de ayudante.
En St. Ann, ya espera el Comandante Sabio. Aunque el amigo de Rowan no aparece, Lay, que representa a Pérez da la orden de salida, y Rowan se dirige al final de su destino.
En El Patriota van, además de Sabio y Rowan, el ayudante de este, Sgto. Barrios y los tripulantes Naranjo (a) «el venezolano» y Goyito Carnet Lay regresó a Kingston.
El viaje a través del estrecho de Colón se hizo felizmente, arriando, de día, a la ensenada de Mora, al pie de las elevaciones del Ojo del Toro.
Una vez en tierra, Rowan, Sabio y Barrios se dirigen en busca de la patrulla que suele recorrer aquellos contornos. A poco encuentran al Tte. Eugenio Fernández Barrot, de las fuerzas del Gral. Salvador Hernández Ríos, al frente de un grupo de soldados de caballería. Enterado el Teniente Fernández, que habla el idioma inglés, de los propósitos del oficial americano, los conduce a presencia de su jefe. Ya ante éste, Rowan le muestra el cablegrama que Estrada Palma le enviara al Agente Pérez, como una prueba más de su condición de comisionado del Gobierno de los Estados Unidos, por si no confía mucho de la presentación que de él hiciera el comandante Sabio.
El Gral. Hernández Ríos comisiona al Teniente Fernández Barrot, para que, haciéndose acompañar de gente de entera confianza, condujera a Rowan al campamento del General García, cuya situación no era conocida. Por tanto, el pequeño grupo que conduce a Rowan, andando siempre por lugares seguros, para evitar exponer al oficial americano, no lleva rumbo fijo y se va orientando por noticias e indicios recibidos en el camino.
Ya cerca de Bayamo el teniente Fernández Barrot se entera de que el Gral. García está acampado en esa ciudad, y allá dirige sus pasos. Para convencerse de si ello es cierto se encamina, él solo, a donde dicen se halla el Cuartel General del Lugarteniente, y una vez cerciorado va en busca de Rowan, que ha quedado con los hombres de la escolta.
El Ayudante de Guardia, en esos momentos, en el Cuartel General, lo es el Cap. Aníbal Escalante y Beatón, y es a quien, el Tte. Fernández presenta el mensaje de McKinley. El Cap. Escalante, a su vez, le da cuenta en el acto al Com. Tomás Collazo, Jefe de Estado Mayor, y éste conduce al Tte. Rowan a presencia del Gral. García, que está en compañía de su hijo, el entonces coronel, luego Carlos García Vélez, el coronel Charles Hernández y el Teniente Coronel Eduardo Salazar.
Sobre cuál fue el oficial cubano que condujo hasta el campamento del Gral. García al portador del famoso mensaje, los historiadores y eruditos no se han puesto de acuerdo. Mientras el Dr. Horacio Rubens y el coronel De la Torriente afirman que fue el comandante Gervasio Sabio, el Comandante Luis Rodolfo Miranda y el Capitán Escalante, entre otros, aseguran que fue el Teniente Fernández Barrot. Además, el propio Fernández Barrot, refirió todas las peripecias de la marcha, desde ensenada de Mora hasta Bayamo, y que el comandante Sabio, una vez cumplida su misión de «entregar», en el campamento del General Hernández Ríos, al oficial americano, emprendió su viaje de regreso a Jamaica, dado que él era el jefe del tráfico marítimo, entre esa isla y Cuba.
El teniente Rowan, ya ante el General García, le dio a conocer, de VIVA VOZ, la encomienda de que era portador. Por tanto, la carta que según Hubbard traía en una «bolsita de hule, atada a su corazón» no existió. El mensaje fue verbal, como era natural que así fuese.
Como la respuesta del General García, al Gobierno del presidente McKinley, debía tener igual trámite, fue nombrada una Comisión presidida por el General Enrique Collazo, y de la que formaban parte el coronel Charles Hernández y el teniente coronel médico, Gonzalo García Vieta, la que, junto con el teniente Rowan, se encaminó de inmediato, protegida por fuerte escolta, a Manatí, puerto de la costa norte de Oriente. En el lugar conocido por Mono Ciego tomaron un bote, capitaneado por el Sgto. Nicolás Balbuena Mayedo, que los condujo a la islita de Andros, del grupo de las Bahamas, pasando luego a Nassau. En este lugar encontraron dificultades con las autoridades aduanales, por carecer de documentos identificativos, pero, el Agente del Partido Revolucionario, en aquella localidad, Dr. Indalecio Salas, las zanjó, pudiendo seguir la comitiva a Key West, en la goleta Peerless, y más tarde se dirigieron a Tampa a bordo del Mascotte.
El General Collazo y el coronel Hernández (pues el teniente coronel Vieta quedó en Manatí, por falta de espacio en el bote), permanecieron en la Florida unos días mientras el Teniente Rowan siguió viaje a Washington para informar al General Miles, y dar por terminada su misión.
Días después, el 20 de mayo de 1898, los comisionados del General García se entrevistaron con el secretario de la Guerra, Mr. Russell A. Alger.
Todo lo aquí narrado, teniendo a la vista papeles históricos, existentes en los Archivos de Cuba y Washington, se halla dentro de los límites de la verdad y de la lógica, y lo damos a la publicidad para ver si llegamos a poner las cosas en orden y así acabar con el «quid pro quo» que rodea la embajada tan heroica y bellamente cumplida, por el teniente Rowan.
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