El matrimonio de Camila

Written by Libre Online

27 de agosto de 2024

Por Jean Bonnot (1934)

La señora Lepreux volvió del mercado completamente agitada. Era ella una mujercita biliosa y autoritaria, que tenía toda la casa doblegada bajo su férula, dominando a su antojo desde Eulalia, la criada, hasta el abuelo Lepreux, pasando por la joven Camila, una especie de asta de bandera con una nariz horriblemente arremangada. El padre de Camila, naturalmente, estaba sometido también al despotismo de la autoritaria dama.

Cuando toda la familia estuvo reunida en el comedor, la señora Lepreux tomó la palabra:

—Si nos descuidamos, Camila se  va a quedar para vestir santos –declaró la poderosa señora—.

Sin embargo, se presenta una ocasión excepcional, una ocasión única, de casarla: cojamos esa ocasión por los cabellos. Déjenme obrar, obedézcanme y, dentro de tres meses, nuestra hija estará magníficamente casada. El joven sobre el cual he lanzado mi mirada de lince, es aceptable por donde quiera que se le mire. El es el único que podremos atraer a nuestro hogar sin provocar murmuraciones en las comadres del barrio.

—¿Cuál es ese partido maravilloso?—interrogó tímidamente el marido.

—¿No lo has adivinado?

—Te confieso que no, Celestina. 

—Eso no me asombra de ti. Esa cabeza de burro que llevas de milagro sobre los hombros, es incapaz de pensar en nada. Deberías llevarla en otra parte menos visible. ¿No sabes tú que el viejo doctor Legay, abandonando a sus enfermos para cuidar en lo adelante a sus conejos y a sus gallinas, ha cedido su clientela a un joven colega parisiense, el doctor Oscar Pepinot? 

— Efectivamente, mi querida Celestina…

—Pues bien, el doctor Pepinot, según me han dicho en el mercado, llegó esta mañana. No perdamos un minuto, comencemos el ataque y el éxito está asegurado.

—¿Qué esperas tú de mí, Celestina?

—Te pido solamente que seas correcto, que no me interrumpas nunca y que estés siempre de acuerdo conmigo. Eso no te costará tanto trabajo. Tú, Camila, hija mía, anda a ponerte tu vestido verde, péinate un poco y empólvate ligeramente.

—Está bien, mamá.

—¿Y yo, en qué puedo servir para tus proyectos?—se inquietó el abuelo.

—Tú, papá, no almorzarás hoy; métete en la cama, sin perder un minuto más. Estás enfermo.

—Yo te aseguro, Celestina, que estoy más saludable y más fuerte que un toro.

—Eso no tiene ninguna importancia. Anda   y acuéstate, ya te lo he dicho. Y quéjate del estómago. Estás a dieta hasta nueva orden…

Por la noche, se presentó el doctor Pepinot, llamado por la señora Celestina Lepreux. Auscultó al anciano, le dio varios golpecitos en las costillas y en la barriga, y lo permitió que tomara un poco de leche y caldo de legumbres y que comiera algunas nueces y ciruelas.

Después, por una puerta entreabierta, el joven médico vio a Camila, bordando bajo una pantalla de color de rosa, vestida con un traje verde jade, rizada, engalanada, empolvada, casi aceptable. 

***

La señora Lepreux acompañó al joven doctor hasta la puerta, le deslizó treinta francos en la mano y algunas palabras al oído:

-La salud de mi pobre; padre nos tiene a todos muy inquietos. No podemos descuidarlo. Vuelva mañana, doctor.

Oscar Pepinot volvió a la hora señalada. . . y también los días siguientes.

Una noche, después de haber examinado al viejo, se quedó a comer, ante la insistencia de toda la familia, y sobre todo, seducido por los buenos platos que habían preparado en su honor.

El abuelo se había levantado, y comió como un ogro. Todos tomaron el café en la sala, cuando terminó la comida; y Camila se sentó a tocar el piano… ¡Qué espectáculo tan encantador!

Dos días más tarde, la criada, por orden de la dueña de la casa, sintió unos violentos dolores en el abdomen… y se acostó.

Llamaron al doctor, el cual visitó cuatro veces a la enferma.

Después le tocó el turno a Arturo, el padre de Camila. Una horrible cefalalgia lo retuvo en el cuarto toda la semana.

Después, la misma señora Lepreux se sacrificó, enfermándose durante dos días, mientras preparaba una recaída de su padre…

Luego, se solicitaron los cuidados del joven médico para varios familiares que pasaban cortas temporadas en la casa. De esa manera, el doctor visitaba la casa con mucha frecuencia, pues además de ser bien retribuido por sus visitas, lo alimentaban muy bien.

—Todo ese dinero no lo gastamos en balde—decía la señora Lepreux—Camila se casará con el doctor y nuestra recompensa será cuantiosa.

Un día se esparció por el pueblo el rumor de que el nuevo médico iba a casarse pronto. Al conocer la noticia, Celestina se estremeció de alegría. Sólo había que esperar que el enamorado se declarara.

En aquellos días, una tarde que el doctor entró en el café del Comercio, un amigo le preguntó:

—¿Es verdad, querido Pepinot, que vas a casarte con Camila Lepreux?

—¿Crees que soy tan estúpido que voy a matar la gallina de los huevos de oro, casándome con ese espantapájaros, con ese fenómeno largo como un poste telegráfico, que toca el piano con un oído de burra y se viste como un mono? ¿Crees que voy a perder más de doce mil francos al año que me paga su familia por sus achaques? –replicó el doctor.

No me atrevo a afirmar que estas palabras le fueran repetidas en los oídos a la señora Lepreux. Pero sé que al tener conocimiento del matrimonio del doctor Oscar Pepinot con una parisiense encantadora y huérfana, la pobre mujer cayó realmente enferma esa vez y mandó a buscar a un médico del pueblo cercano.

El hígado se le había hinchado como un globo.

FIN

Temas similares…

0 comentarios

Enviar un comentario