Hoy, los chinos pretenden ofrecerle a Taiwán la misma fórmula que al enclave de Hong Kong: “Dos sistemas, y un país”. Pero la engañosa oferta, —a pesar de haberle permitido su propia “banderita”— es una burda movida para el control y el sometimiento gradual, como se ha visto sobradamente con la antigua colonia británica. Taiwán no caerá en esa trampa, a pesar de que China no quiere tolerar un país fundado por los nacionalistas chinos, próspero, independiente y democrático, a pocas millas de sus costas. Para el PCC eso es una afrenta y una mala influencia. Taiwán es insignificante en comparación a China continental; más el problema no es geográfico, sino político.
Nosotros, todos los norteamericanos, sin importar el idioma que hablemos en casa o en la calle, ni nuestro país de origen, a la hora de defender la patria de nuestros hijos y nietos —y por derecho propio la nuestra—, nosotros debemos mantenernos alertas en apoyo total a nuestra nación y nuestras fuerzas armadas, especialmente en momentos tan críticos como el que estamos viviendo.
Nos duele en los bolsillos el gravamen de los impuestos, es cierto que trabajamos muy duro, que la vida cada día se hace más incosteable y que a veces damos la espalda a la política y los políticos. Pero no olvidemos que somos los más afortunados habitantes del planeta, por vivir en el mejor país del mundo, y debemos y tenemos que pensar y actuar con responsabilidad y patriotismo.
Hay que reducir al mínimo las importaciones que proceden de China. Todos los billones que le damos a ganar se invierten en armamento. Señores, ¡estamos alimentando al dragón que nos quiere devorar! Recordemos la prédica real de que nuestra nación tiene muchos defectos, sí; pero es la que menos defectos tiene en comparación con todas las demás. ¡Cuidémosla!
El insigne filósofo chino Confucio planteó, siglo antes del advenimiento de Cristo, que las virtudes del ser humano eran cinco: Benevolencia, Justicia, Piedad, Sabiduría de bien y Sinceridad.
Mao Tse-tung desarrolló una existencia propia que fue la antítesis total de aquellos altos principios. Hoy, sus iniciados fanáticos se comportan igual.
El tenebroso legado que Mao nos ha dejado, tarde o temprano nos costará muy caro, probablemente. (De hecho, ya nos está costando caro, pues nuestra nación está en proceso de reabrir cuatro grandes bases militares en Filipinas y una en el Japón, en anticipación a un ataque de China Roja a Taiwán.)
Ya el régimen de Xi Jinping ha establecido lazos con Afganistán llenando sin perder tiempo el vacío dejado por Norteamérica; e igualmente ha abierto los brazos al comunista Lula da Silva de Brasil para estrechar vínculos comerciales, posiblemente con inclusión de algunos consabidos préstamos —a la usanza china—, que siempre «tienen cola», y vienen acompañados de sobornos, corrupción y secretismo.
Es triste y duro estar conscientes de ello, pero la expansión del comunismo, hoy vestido de autocrático, no se detendrá si no la detenemos.
Después de Ucrania y Taiwán, si lo permitimos, ¿quién será el próximo en caer? ¿Y después, quiénes más? ¿Y después quiénes? Mientras más fuerza le permitamos ganar a estos ladrones explotadores y miserables, más débiles nos volveremos nosotros.
Tal y como ha manifestado y demostrado el pueblo corajudo de Ucrania, todo es preferible —¡todo!—, antes que tener que morir en vida bajo el ominoso grillete de la mafia comunista.
Felipe Lorenzo
Hialeah Fl.
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