Por: Álvaro J. Álvarez
Millones de españoles, así como muchos de los medios de difusión en la España actual, consideran al presidente Donald Trump como un dictador o un fascista. Un análisis muy vago porque lo real es el resentimiento por las medidas económicas y la sugerencia que hizo para aumentar el pago a la OTAN que se creó para impedir el avance soviético en Europa y que, desde su fundación en abril de 1949, EE.UU. ha sido el que más ha contribuido económicamente.
Por qué empiezo con esto, por la hipocresía que, al verdadero dictador durante 57 años, Fidel Castro, lo catalogaban como presidente.
Este artículo demuestra, una vez más, lo que fue este hijo de gallego y de canaria, además de cobarde y asesino era un mentiroso patológico.
En 1957, durante su campaña desde la Sierra Maestra, declaró que no tomaría represalias contra los soldados del régimen de Batista, prometiendo un periodo de transición pacífica. Esta declaración fue parte de su Manifiesto de la Sierra Maestra, donde se comprometía a celebrar elecciones libres y entregar el poder a los electos democráticamente por el pueblo.
Ese documento, firmado por él, Felipe Pazos y Raúl Chibás, era una declaración de principios del Movimiento 26 de Julio, donde se detallaban las metas y propósitos de la revolución cubana. Donde se hacía un llamado a la unidad nacional y a la construcción de una sociedad justa, donde se enfatizaba la importancia de la paz y el respeto a los derechos humanos, incluso hacia los soldados del régimen de Batista.
Así como la promesa de celebrar elecciones libres en un plazo de un año, bajo las normas de la Constitución del 40 y el Código Electoral del 43, fue un punto clave para asegurar la legitimidad de la futura revolución y evitar un periodo de violencia y venganza.
Desde antes del 1° de enero de 1959 ya había comenzado a fusilar a todo aquel que a él le daba la gana, donde él era juez y fiscal acusador (pitcher y cátcher al mismo tiempo).
En su marcha triunfal desde Santiago de Cuba a La Habana, conocida como la Caravana de la Libertad, Castro se reunió en Camagüey el 4 de enero con pilotos de la Fuerza Aérea de Cuba y les aseguró que no tenían nada que temer de la justicia revolucionaria. También les ofreció trabajo en la aerolínea estatal Cubana de Aviación.
En su discurso desde el balcón del Colegio Cisneros en la Plaza de la Caridad de Camagüey el mismo día, dijo: “quería con ellos bombardear la Sierra Maestra con regalos”.
Solamente habían transcurridos 44 días cuando comenzó el juicio a 19 pilotos, 19 mecánicos y 5 artilleros, 43 en total.
Del 13 de febrero al 2 de marzo de 1959 tuvo lugar en Santiago de Cuba el primer juicio contra los miembros de la Fuerza Aérea ante un tribunal revolucionario designado por él.
Fue presidido por el comandante del ejército rebelde Félix Lugerio Pena Díaz, como vocales el mayor y piloto Antonio Michel Yabor y el teniente y abogado Adalberto Parúas Toll, como secretario el procurador Nicolás Bello.
Como abogados defensores: Dr. Arístides D’Acosta, Dr. Carlos Peña, Dr. Recadero García, Dr. Jorge Pagliery, Dr. Sigfrido Solís, Dr. Luis Aguiar León y Dr. Augusto Portuondo.
El fiscal fue el soldado rebelde, Antonio Cejas Sánchez quien de entrada pidió la pena de muerte para los pilotos y 30 y 20 años de cárcel para los artilleros y mecánicos, respectivamente.
Los cargos incluían genocidio, asesinato y varios otros delitos durante las incursiones aéreas en zonas pobladas de la provincia de Oriente.
El tribunal, después de extensas audiencias de testigos, no pudo encontrar ninguna prueba sólida de los cargos presentados, su presidente Félix Pena Díaz, de acuerdo con los dos asesores, absolvió a los acusados de todos los cargos el 2 de marzo y ordenó su liberación inmediata. No fue posible establecer la existencia de genocidio o asesinato, ni refutar el argumento de la defensa de que los rebeldes estaban presentes en los pueblos atacados, convirtiéndolos en objetivos legítimos. La fiscalía tampoco logró asignar ataques individuales a acusados específicos.
Por tanto, fueron absueltos por falta de pruebas, Castro incumplió sorprendentemente las leyes penales que había decretado previamente y ordenó un segundo juicio, que terminó con la imposición de largas penas de prisión sin nuevas pruebas. ¡El evento contrastó marcadamente con el principio del estado de derecho que había defendido desde 1953!
El 3 de marzo, Castro, quien el 16 de febrero había reemplazado al Dr. José Miró Cardona, declaró inválida la sentencia. Lo describió como un: “grave error que no se debe permitir, absolver a estos criminales, sería el colmo de la locura de un pueblo y de una revolución liberar a los que han demostrado ser los más cobardes asesinos y servidores de la tiranía.”
Castro continuó diciendo que los tribunales revolucionarios no necesitaban más evidencia.
La audiencia de apelación comenzó el 5 de marzo y finalizó con el pronunciamiento del veredicto el 7 de marzo. Esta vez, el tribunal revolucionario creado específicamente para este propósito estuvo integrado por cinco altos representantes del ejército rebelde, presidido por Manuel Piñeiro Lozada (Barbarroja). Los cuatro asesores fueron Carlos Iglesias Fonseca, Demetrio Montseny Villa, Belarmino Castilla Mas y Pedro Luis Díaz Lanz. Como fiscal el mayor Augusto Martínez Sánchez.
Los abogados defensores siguieron siendo los mismos siete abogados que en el primer juicio.
Concluyendo su discurso de defensa, el Dr. Carlos Peña-Jústiz le dijo al Tribunal: “Si ustedes condenan a estos señores que ya fueron absueltos, están convirtiendo a FC en el Napoleón del Caribe y a la revolución en una tiranía”.
(y como el Odiador en Jefe no perdonaba jamás, el Dr. Peña-Jústiz terminó condenado a 20 años).
El fiscal Augusto Martínez calificó la defensa del Dr. Carlos Peña-Jústiz como una “cadena de mentiras” y lanzó fuertes ataques personales contra el otro abogado defensor, el Dr. Arístides D’Acosta a quien calificó de representante de la dictadura de Fulgencio Batista y le instó a abandonar la sala del tribunal sin ninguna protección del tribunal.
A los 43 acusados no se les permitió asistir a la audiencia pública. Las objeciones de la defensa, planteadas al comienzo del juicio de que las apelaciones en casos de absolución eran inadmisibles conforme a la ley, fueron desestimadas por infundadas por el presidente del tribunal.
En la noche del 7 de marzo, el Tribunal Revolucionario anunció su veredicto: 20 condenados a 30 años, 9 a 20 años y 12 a 2 años de trabajos forzados. Dos de los mecánicos fueron absueltos. No se presentaron nuevas pruebas durante el segundo juicio. Fidel Castro había dado la orden al Tribunal de que dictara pena de muerte por fusilamiento a la totalidad de los aviadores, pero gracias a la intervención del arzobispo de Santiago de Cuba, Monseñor Enrique Pérez Serantes, la sentencia de muerte fue sustituida por una de privación de libertad.
Según el Dr. Luis Aguilar León “Castro traía en su mochila la sentencia de muerte de la democracia cubana”, y por largos años sembró rencores, odios, desgracias y muertes, convirtiendo al año 1959 en el más trágico de la llamada por alguien, La Década Trágica.
El 23 de marzo de 1959, esta fue la explicación que dio FC: “Vamos a respetar la ley, pero la ley de la revolución; vamos a respetar los derechos, pero los derechos de la revolución, no los viejos derechos, sino los nuevos derechos que vamos a crear. Para la antigua ley: ningún respeto. Por la nueva ley: respeto. ¿Quién tiene derecho a cambiar la constitución? La mayoría. ¿Quién tiene la mayoría? La revolución”.
El 8 de mayo, agregó: “No estamos obligados a violar las leyes porque las hacemos nosotros mismos”. “No estoy obligado por ley alguna, aquí no hay otra que la justicia revolucionaria, aquí no hay más constitución que la voluntad de la revolución. Soy ante todo el líder de la revolución y solo luego el primer ministro”.
El 15 de abril de 1959 se notició que el presidente del tribunal de primera instancia, Félix Pena, se había suicidado de un tiro en el pecho dentro de un auto estacionado en la esquina de Calle 21 y 84 cerca del Campamento de Columbia en Marianao. ¡Suicidio o Asesinato!
Adalberto Parúas Toll y Antonio Michel Yabor, los otros dos miembros del primer tribunal revolucionario luego tuvieron que salir al exilio.
El 30 de junio de 1959, el jefe de la Fuerza Aérea, Pedro Luis Díaz Lanz, quien estuvo involucrado en el segundo veredicto, se fugó en una lancha desde Varadero.
Estos fueron los 43 juzgados: Capitán Jorge Alemany Peláez, Capitán Ramón Alonso Guillot, Capitán Juan Brito García, Capitán Manuel Iglesias Ramírez, Capitán Agustín Piñera Machín, Primer Teniente Pedro Bacallao Fonte, Primer Teniente Mario Bermúdez Esquivel, Primer teniente Eulalio Beruvides Ballesteros, Primer Teniente Luis Búrias Acosta, Primer Teniente Francisco Chappi Yañes, Primer Teniente Guillermo Estévez de Arcos, Primer Teniente Roberto Ángel Pérez Valdés-Montiel, Primer Teniente Ricardo Rodríguez de Castro, Primer Teniente Gustavo C. Somoano Alvarez, Primer Teniente Edelso Rodríguez, Segundo Teniente Ramón Arguelles, Segundo Teniente Francisco B. Campbell, Segundo Teniente Carlos Lazo Cubas, Sargento Telesforo Antúnez González, Sargento Rafael Becerra, Sargento Armando Bergueiro, Sargento Alfredo Capote Oropesa, Sargento Benigno Cernada Valdés, Sargento Julio Concepción, Sargento Arístides Córdova Aguiar, Sargento Sandino Delgado Hernández, Sargento Diego Fernández Evena, Sargento Julio García Abreu, Sargento Nemesio Hernández, Sargento Pablo Hernández, Sargento Juan Mesa Yáñez, Sargento Francisco Piloto González, Sargento Pablo de los Reyes Basulto, Sargento Pedro Vasallo Lima, Sargento Sixto Vasallo, Sargento Gilberto Yip Martínez, Primer Teniente Antonio Pieras Bustarviejo, Sargento Emilio Díaz Aguilar, Sargento Crescencio Liyin, Sargento Silvio López Ballester y Sargento Luis Pinacho Fernández.
Este relato es un homenaje póstumo a estos 43 cubanos, ya fallecidos, que fueron primeramente engañados, luego decretados inocentes para finalmente volver a ser juzgados porque el dictador en jefe así lo exigió. Y hasta que el diablo lo mandó a buscar el 25 de noviembre de 2016 muchos, sobre todo en España, le decían presidente.
Solamente hace unas pocas semanas murió Roberto A. Pérez Valdés-Montiel, el padre de nuestra amiga, Fátima Pérez.
¡Descanse en paz Roberto, el último de aquellos pilotos, en pasar a la casa del Padre!
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