Los caballeros vivimos más contentos con nuestros cuerpos y rostros que las damas.
Los hombres por muy desmejorados que nos encontremos siempre consideramos que “estamos enteros”.
Un tipo desnudo ante un espejo puede bailar una rumba y creerse ser una combinación de Felo Bacallao bailando y Arnold Schwarzenegger levantando pesas. Aunque en realidad luzca como “Chespirito”.
Mientras, no existe una sola damisela encantadora -por muy bellísima y escultural que sea- que no se encuentre un montón de defectos físicos. “¡Mira las estrías que me han salido aquí!”
No es que los hombres nos consideremos unos Adonis, simplemente somos más conformes con los -pocos o muchos- atributos que Dios nos dio y con esos guapeamos.
Mi hija Sandy es -desde que nació y siempre- delgada, sin embargo, no ha habido un solo día donde ella no me haya dicho: “¡Ay, papi, estoy gordísima, ninguna ropa me sirve!”
El hombre puede alardear de lo que carece, mientras la mujer se queja hasta de defectos físicos que en realidad no tiene.
Un hombre de 80 años puede -en su cerebro- considerarse un Charles Atlas, mientras su atractiva nieta de 19 años no quiere ponerse una bikini en la playa porque subió cuatro libras.
Nosotros creemos que las canas nos hacen lucir más “interesantes”, ellas que “las canas las hacen parecer mas viejas de lo que en realidad son”. Y -aunque tengan 25 años- a la tercera cana se pintan el pelo.
Las mujeres son realistas, los hombres vivimos en las nubes y somos lo que creemos ser.
Las niñas son mujeres prácticamente desde que tienen uso de razón, los hombres somos niños hasta la sepultura.
Pero, quede claro: ¿Quiénes fueron las que nos hicieron como somos? : Las que un día muy lejano dijeron: “¡Miren que niño tan bonito tengo yo!






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