Capítulo XIII
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Generoso que, en compañía de Felipito, pule el mármol blanco de un panteón es el primero en divisar a la figura frágil, que más que caminar parece que levita entre tumbas, panteones e imágenes estatuarias de santos y ángeles.
-¡Carajo! ¿Qué hace mi ahijada aquí?
Felipito realiza un alto en el trabajo. Levanta la vista e intrigado dice.
-¿Quién la trajo…? ¿Con quién vino…?
-No sé… parece que sola -el enterrador responde. Se yergue y la llama-. Inmaculada, niña ¿Con quién viniste?
-Sola padrino -responde. Sonríe mansa y oprime contra su pecho enjuto el frasco con el lagarto.
-¿Y tu madre, dónde está? -el padre inquiere.
-En la casa cocinando.
-¿Sabe que estás aquí…?
-No, sin que me viera salí a caminar.
Felipito piensa reprenderla, pero observa que las apariciones del camposanto la rodean y la pequeña les sonríe con familiaridad.
-Generoso, ¿ves lo mismo que yo…? -articula inseguro.
-Sí, lo veo -responde calmoso.
-¡Timbales! ¿Y te quedas tan tranquilo?
-No me extraña porque mi ahijada es una niña muy especial. Además esa gracia la pudo haber heredado de ti -el enterrador, misericordioso, falsea la verdad.
Felipito alcanza a la niña y la toma entre sus brazos.
-Inmaculada, hija mía… ¿qué ves…?
-A los muñequitos.
-¿Muñequitos…? -Felipito repite el calificativo.
-Sí, los mismos muñequitos que tú y padrino ven -contesta candida.
La visión de Susanita se encima.
-¿Y a ella? -Felipito la señala.
-Susanita pasa mucho tiempo conmigo.
-¡Pero si tú nunca habías estado en el cementerio! -profiere desconcertado-. Además, ¿cómo sabes su nombre…?
-Desde que nací ella anda por la casa. Y sé quien es porque tío Aquilino, una vez, me enseñó un retrato de cuando eran novios y ella vivía en Cabaiguán.
-¡Ay mamá! -exclama presintiendo la tristeza que está por venir. Y en gesto protector la abraza fuertemente.
-¡Cuidado papi! El pomo con el chipojo se puede romper -Inmaculada protesta.
Tierno deshace el abrazo. La deposita sobre la tierra y formula una pregunta.
-¿Le has dicho a tu madre, a tío Aquilino o a cualquier otra persona que tú ves estas… -titubea -figuras… muñequitos…? -busca un calificativo.
-No, me dirían mentirosa. Los que no ven no creen y si no creen es mejor no decirles -explica con sabiduría.
Felipito se turba. Los ojos se le humedecen y con voz cascada se lamenta.
-¡Mi hija…! ¡Mi pobre hijita…!
Los meses pasan. La envoltura corpórea de Inmaculada se deteriora. Aunque, paradójicamente, su inteligencia y carisma personal crecen.
Al cumplir los seis años de edad rehusa ingerir alimentos sólidos. Prefiere la miel de abejas blanca y cristalina que, próximas las fechas navideñas, algunas colmenas elaboran con el néctar de las campanillas de pascuas. La toma en cucharadas pequeñas que, de cuando en cuando, acompaña con sorbos de agua.
Felipito, mientras la hija vive y obsesionado con la idea de acopiar suficientes reservas de miel, año tras año, desde finales del mes de octubre y hasta principios de enero, recorre las sabanas de Antón Díaz, Guamajal y Las Minas. Busca y castra colmenas de panales níveos.
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