Capítulo XIII
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Felipito, con un ademán elocuente vuelve a reclamar la caneca de ron.
-Espera; tengo que rellenarla-Aquilino advierte- ¡En vez de garganta tienes un tubo de alcantarilla!
-Mejor tomamos de la botella. Así ahorramos tiempo.
-¿Aquí, delante de todo el mundo…? Pensé que no querías que te vieran
-Aquilino comenta un poco perplejo.
-Eso era hace un rato, pero las cosas de Candelaria me sacan de paso. ¡Mírala!, todavía sigue con el puñetero rezao y yo aquí esperando como un comemierda. ¡Acaba de darme la cabrona botella! Si Generoso pudiera salir del hueco la mandaría a cagar.
“Escucha nuestra oración por los que los muertos en Cristo anhelan la feliz esperanza de la resurrección”.
Bajo la tutela de Candelaria la plegaria prosigue y el círculo de los orantes proyecta sombras en la fosa.
Felipito, ávido, se empina la botella. La succión crea burbujas en el líquido que se transparenta en el verde tenue del vidrio, donde relumbra un rayo de sol moribundo.
“Concede Señor, a cuantos en la tierra te conocieron por la fe, alabarte sin fin en el cielo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.
La oración termina. Felipito aparta la botella de los labios y su mirada encuentra la de Juana. “Tiene los ojos tristes. Tan tristes como cuando enterramos a nuestra hija Inmaculada. ¡Inmaculada cómo pienso en ti! La muerte de un hijo mata en vida”; discurre y una comezón de lágrimas es arrebatada por un flagelo de brisa.
-Termina, termina Felipito -Juana sugiere con inflexiones de ruego, mientras que auxiliada por Liduvina sostiene a Candelaria.
La botella de ron pasa a manos de Aquilino. Con el reverso de la mano Felipito se limpia los labios y empuña la pala.
“Un poco más de tierra y el hueco queda nivelado”, piensa en el fragor del trabajo.
***
-¡No respira! ¡No respira…! -vuelve a repetir la comadrona Angelita Valdés.
-¡Dale más nalgadas! -recomienda la otra partera.
-¡Ay Dios mió! -se lamenta Candelaria.
-¿Qué pasa con mi hijo? -Juana jimotea.
Mientras en el interior de la vivienda, la confusión y el temor se manifiestan en ajetreo y voces sofocadas, en el patio, Generoso finge imperturbabilidad. Aprieta las mandíbulas y trata de distinguir la cabeza del chivo y las moscas que zumban. La oscuridad no lo permite.
“Esto se jodió”, piensa y un estremecimiento le afloja el cuerpo.
A pasos lentos penetra en la casa y alcanza la sala. Felipito permanece derrumbado en una silla, junto al radio mudo. Está pálido y mira al piso.
-Angelita Valdez y Genoveva Santana son tremendas parteras. Esto no es más que un susto. Ya verás como el vejigo grita en cualquier momento -el enterrador, falto de convicción lo consuela.
-¿Es hembra o macho…? -Felipito levanta la cabeza e inquiere con rostro estólido.
-A la verdad… no sé -el viejo se disculpa.
Desde la cocina llega la voz de Aquilino que lee versículos de la Biblia. Sentados a la mesa, con fervor religioso, escuchan Marisela, Liduvina, Perico, Tiburcio y Charito. El olor del chilindrón domina la atmósfera y espesa la saliva en más de una boca.
Román, el zapatero, de manera imprevista irrumpe en la sala. Trae la camisa a medio abotonar y los ojos inmersos en pavor.
-¿La niña…? ¿Dónde está la niña? -clama.
Generoso y Felipito, estupefactos, no atinan a responder.
0 comentarios