El entierro del enterrador

Written by Libre Online

21 de enero de 2025

Capítulo XII

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

El cuerpo del chivo es picado en pedazos que Marisela, dentro de una caldera de hierro grande, adereza con predominio de sal, vino, salsa de tomate y hojas de laurel.

Afuera, de la rama del mamoncillo, pende la cabeza del animal.

Charito llega y Felipito la interpela. 

-¿Y Román…?

-Tú sabes que él es muy espiritual. Prefirió quedarse para encomendar a los santos el alma que va a nacer.

Generoso, en busca de un poco de aguardiente, pasa a la cocina. Entonces ve la aparición.

-¡Dios santo! -exclama y el corazón se le desboca.

El espectro de Susanita cruza la sala y se pierde en el cuarto de la parturienta.

-¿Te sientes mal? -Felipito, a sus espaldas, indaga.

-No… estoy bien… bien… -murmura sin recuperarse del susto.

-¡Estás más blanco que un papel! 

-¿No has visto nada…? -el enterrador escruta el rostro del ayudante.

-¿Ver qué…? 

-Algo…

-¿Pero qué es algo…? -Felipito se impacienta. 

-Cualquier cosa -contesta esquivo. 

-O necesitas espejuelos o el aguardiente te está haciendo daño.

-Ven conmigo -prácticamente le ordena.

-¿Adonde?

-Al cuarto de Juana.

-¡Tú estás loco! ¡Ni muerto la veo parir! -Felipito se resiste.

-Asómate; nada más asómate.

Lo toma por un brazo y lo arrastra hasta la entrada.

-¿Qué hacen aquí? -Candelaria se molesta-. En un paritorio los machos traen mala suerte. ¡Fuera, fuera!

Generoso no la escucha. Atónito contempla cómo el fantasma de Susanita confunde su imagen etérea con el cuerpo afligido de Juana y remeda el alumbramiento malogrado en el que perdió a su hija Patricia.

Felipito rastrea la mirada del viejo y desconfía.

-¿Qué está pasando contigo…?

-Me pareció ver…

-¡Fuera, fuera de aquí! -Candelaria reitera y se planta frente a ellos.

Ambos retroceden y Felipito persevera. 

-¿Qué viste…?

Generoso fuerza una sonrisa y finge indiferencia. 

-Me pareció ver una sombra cruzar la sala y perderse en el cuarto. Por eso te pedí que te asomaras. 

-¿Hablas de fantasmas…?

-Digo que me pareció ver -recalca-. Realmente ni tú ni yo vimos nada. Además sabemos que los fantasmas no salen del cementerio -respira a pleno pulmón y justifica-. Tanto corre corre de mujeres y quejidos de Juana me ponen los pelos de punta. Me voy al patio.

-¡Yo estoy cagao de miedo! -Felipito admite.

Generoso penetra en la cocina. El olor apetitoso del estofado desborda la pieza, recorre los rincones de la vivienda y escapa al exterior.

-¿Quieres probar un poco de salsita con pan? ¡Qué bueno me ha quedado este chilindrón! -Marisela se envanece.

-Aguardiente; lo que quiero es aguardiente -responde brusco y llena un vaso.

El enterrador sale al patio. Ha oscurecido y la cabeza del chivo no se distingue en la rama del mamoncillo. Por el zumbido de las moscas sabe que sigue colgando y que los insectos se agrupan en el hocico sanguinolento y los ojos de fijeza vitrificada.

“No vio a Susanita. Y si no la vio es porque habrá desgracia. No se ve a un fantasma que anuncia jodederas personales. ¡Y la muy cabrona salió del cementerio!”, se desasosiega.

Por el marco iluminado de la ventana de la cocina, Marisela saca la cabeza que se orla de humo y aroma de comida.

-¡Parió, ya parió! -anuncia.

Generoso apura el vaso de aguardiente y la mano le tiembla.

¡No respira…!, ¡no respira…! -grita una de las comadronas.

“¡Dios mío…! ¿Se repetirá la muerte de Patricia? ¿A eso habrá venido el fantasma de Susanita…?”, el enterrador piensa intrigado. “¿Será hembra o macho…?”

Crece el zumbido de las moscas invisibles.

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