El entierro del enterrador

Written by José A. Albertini

14 de enero de 2025

Capítulo XII

Candelaria, recortada en el vano de la puerta de la cocina, previene.

-No se olviden que antes de matarlo hay que caparlo, si no la carne no se puede comer por la peste y sabor a berrenchín que coge.

-Capando animales soy la candela 

-Generoso alardea y desenvaina el cuchillo cuya empañadura sobresale de la cintura.

-¡Déjame a mí! -Aquilino interpone-. A punto de Juana alumbrar una nueva vida el sacrificio de esta criaturilla del Señor debe ser un acto de amor y fe. Y nadie mejor que yo, fiel intérprete de las escrituras sagradas -reclama en ampulosa combinación de licor y mística.

Un prolongado lamento de Juana llena la casa y sale al patio.

-¡Ave María! -Candelaria exclama-. Creo que ahora el parto si va en serio.

Liduvina emerge de la habitación de la parturienta y dice excitada.

-¡Hay que avisarle a las comadronas! Le están dando tremendos dolores.

-Ve tú misma -Candelaria dispone-. Yo me quedo con Juana. ¡Pero apúrate mujer!

Felipito pálido se margina y se empina medio vaso de aguardiente.

Aquilino descubre la hoja de su inseparable cuchilla. Con la mano izquierda estira los testículos del animal y de un tajo rápido los cercena. Un hilo de sangre moja la tierra. El chivo se contorsiona, mueve las patas y más que balar emite un grito de dolor universal.

En la habitación, Juana prosigue quejándose. -Termina de cortarle el pescuezo que está sufriendo -Generoso exige.

-El sufrimiento es parte del sacrificio -Aquilino responde y limpia, en la tela del pantalón, el acero de la cuchilla. A continuación, en movimiento no exento de teatralidad, la levanta a la vez que repite la plegaria, de su invención, que invariablemente dice cuando mata un animal con propósitos comestibles.

-Consagramos la sangre y carne de esta criatura a la gloria del Señor. Hacedor del cielo y de la tierra -esta vez añade-. También que esta sangre tierna y justa libre de culpas y pecados a la criatura que está por nacer e ilumine su paso por la vida.

Apresta el acero de la navaja y apretando los dientes degüella a la víctima. El chivo se bambolea en la cuerda y la vida se congela en los ojos. La rama del mamoncillo cruje; el follaje se agita y un intento de balido se ahoga en un borbotón de sangre que salpica el rostro de Aquilino y encharca la tierra.

Juana vuelve a gritar.

-¡Coño…! ¡Qué jodío es tener que esperar! -Felipito se inquieta.

-Despelléjenlo con cuidado que quiero el cuero para cambiar el asiento de un taburete -Tiburcio pide.

-¡Llegaron las parteras! -Marisela avisa.

Juana, hundida en el lecho, sudorosa y lívida padece contracciones dolorosas y repetitivas.

-¡Respira profundo y puja! -Genoveva Santana la estimula.

-No está dilatando bastante. Hay que ayudarla -Angelita Valdés interviene.

-¡Cómo suelta agua! -Candelaria apunta-. ¿Serán jimaguas?

-Estoy segura que es una sola criatura, y no creo que sea muy grande -Genoveva Santana pronostica.

-¡Y yo que pensé…! -Candelaria sonríe.

-Es una barriga de agua -Angelita Valdés dice-. ¡Pero puja… puja mujer!

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