Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Candelaria a la sombra del pino y atendida por Juana y Liduvina, habla con entereza estudiada.
-Felipito concédeme un último favor.
-¿Cuál es el antojo? -responde molesto. No la mira e incrementa el ritmo del trabajo.
-Decir una plegaria por el eterno descanso del alma de Generoso.
-¡Caramba, Candelaria!, el cura Olegario lo hizo anoche en el mortuorio.
-Pero es distinto. En este momento deseo que los amigos se tomen de las manos y rodeen la tumba. Yo dirigiré el rezo.
-Candelaria si hubieras controlado los nervios -dice y refrena la ira -ya Generoso estaría enterrado y todos nos sentiríamos mejor. También estoy dolido. El era mi compadre y casi un padre. Déjame terminar de echarle la tierra que esto me pone sentimental. Generoso no es cualquier muerto. ¡Entiende que estoy cansado y triste! -lanza una rabiosa paletada de tierra a la vez que mentalmente rumia lo que le agradaría enrostrarle. “¡Para de joder, mujer! ¡No ves que estoy sudado hasta el culo y soltando más baba que una yunta de bueyes!”.
-No es mucho lo que pido. Juro que será el final. Después, callaré para siempre -profiere con patetismo de novela radiofónica.
Felipito, la expresión crispada, suelta la pala.
-Está bien, di la dichosa oración -accede reticente.
-Juana, Liduvina, vengan conmigo. Tú también Román que eres un ser espiritual, Charito y tú, tú y tú… -Candelaria señala a muchos y el rostro se le ilumina- ¡Felipito… y tú también Aquilino!
-¡Yo no! -Felipito protesta-. Voy a respirar un poco de aire fresco para meter mano en cuanto ustedes terminen el rezao.
-Me quedo con Felipito -Aquilino rechaza el pedido.
-Si es tu deseo… -transige algo desilusionada y organiza el círculo-. Tómense de las manos y arrímense al borde de la fosa, lo más que puedan. Rezaremos la “Oración por los difuntos”. Yo digo primero y ustedes repiten a coro.
La voz de Candelaria se eleva con la primera parte de la plegaria. El viento de la tarde retoza en las faldas de las mujeres y despeina por igual.
“Dios todopoderoso con la muerte de tu Hijo Jesucristo, destruiste nuestra muerte por tu reposo…”
– ¿Te queda ron? -Felipito demanda con afán.
– ¡Eso ni se pregunta! Volví a cargar la caneca -Aquilino contesta sonriente.
-Te las sabes todas…
-En el portaequipaje de Susana Patricia, envuelto en un pedazo de saco, tengo más de un cuarto de litro. ¡Nunca ando desarmado! -la sonrisa se convierte en una mueca traviesa y la caneca sale a relucir.
Felipito le da la espalda a los que rezan y bebe.
-Tócate otro poco que yo ya estoy completo -Aquilino lo incita.
Candelaria prosigue la rogativa y las voces reiteran.
“En el sepulcro, santificaste las tumbas y por su gloriosa resurreción nos restituíste la vida de la inmortalidad…”.
– ¡Me quemó la garganta! -Felipito alardea.
-Eso es bueno. Mata a los microbios y tranquiliza-Aquilino afirma.
Felipito contempla a los orantes y reflexiona. -Candelaria me tiene loco.
-Sé que no ha parado de joder, pero es su último adiós a Generoso.
– ¡Si yo la quiero mucho! -Felipito justifica-. Es la madrina de mi difunta hija Inmaculada, ¡pero es muy ladillosa!
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