Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Capítulo XI
-En el barrio todos nos conocemos. Quizás no de nombre, pero de cara todos nos conocemos -el sepulturero enfatiza.
-Ahora mismo le pregunto a Juana -Felipito exclama y da unos pasos en dirección al portón.
-¡Un momento! -Generoso lo detiene- Si no te lo dijo antes es difícil que lo diga ahora. Yo voy a ocuparme del asunto. El relajito se acaba hoy. A mis amigos hay que respetarlos -la indignación vigoriza su cuerpo-. ¡En todo este barrio de mierda no hay un solo cabrón que no me deba favores! El que aquí ande jodiendo tiene que, por las buenas o por las malas, entrar por el aro. Conozco al alcalde y a los concejales del municipio. ¡Conmigo cualquiera se quema!
-¿Qué piensas hacer?
-Conversar con los guapitos del barrio. Pero también con el sargento de la policía que han puesto en esta área. Es nuevo en el pueblo. Lo conocí los otros días. Le dicen Jorocón porque es un gallo que no come miedo. Me dijo el nombre, pero se me olvidó. ¡O resuelve Jorocón o resuelvo yo, pero la vaciladera que se traen con Juana hay que cortarla por lo sano!
Ese mismo día, en horas de la tarde, Generoso advierte a los elementos más levantiscos del barrio. A continuación visita a Juana y le pide que identifique al adolescente que le hizo la proposición deshonesta.
Al principio ella se niega. Alega que no desea tener enredos.
-Enredos vas a tener si desde ahora no te das a respetar -el sepulturero argumenta. Juana calla obstinada y el viejo refuerza su teoría-. Si la gente se sigue metiendo contigo tu marido se puede desgraciar. Felipito es muy bruto y en un momento de soberbia machetea a cualquiera.
-Es el hijo de los carboneros -admite abochornada.
A la caída del sol, el enterrador, en compañía del sargento Jorocón, llega al terreno improvisado de béisbol que, no lejos del basurero, separa el Barrio del Cementerio del de Llega y Pon. Como es usual un grupo de jóvenes practica el deporte del bate y la pelota en medio de comentarios y voces de estímulo.
Generoso y el oficial irrumpen en el terreno y paralizan el juego. El sepulturero se para en jarras y desafiante mira alrededor.
-¿Dónde está el hijo de los carboneros? -las conversaciones cesan y sobreviene un silencio tenso-. Pregunté por el hijo de los carboneros -repite.
Un adolescente flaco y despeinado, de aproximadamente dieciséis años, se adelanta desde el pedrusco que funge de tercera base.
-Aquí estoy -responde con voz temblorosa.
-Arrímate -Generoso exige.
Jorocón, a su lado, descarga sobre la palma de la mano izquierda uno que otro presagioso toque de vergajo.
-¿Qué pasa conmigo…? -indaga, cada vez más atemorizado.
-Pasa que te metiste con Juana, la esposa de mi ayudante Felipito. ¿Te parece poco? -Generoso cuestiona y le propina una bofetada.
El joven, en ademán defensivo, retrocede y levanta los brazos.
-¿Pero te vas a poner guaposo? -Jorocón grita y con el vergajo golpea repetidamente el torso del joven.
-¡Esto es lo que le espera al que vuelva a meterse con Juana! -Generoso exclama y con ojos fulgurantes de arrebato recorre los rostros espantados.
El chico cae al suelo. Se revuelca en el polvo y en amparo baldío e instintivo llora y patalea frenéticamente.
-¡Para que aprendas a respetar a las mujeres casadas! -Jorocón, jadeante, sermonea y le propina varias patadas.
-Y de ahora en adelante todos tienen que decirle doña Juana -Generoso impone – Y tú, deja de gritar como una mujer y levántate que vamos a ver a tus padres para que sepan la clase de perla que tienen por hijo.
El castigo aleccionador que sufre el hijo del matrimonio de carboneros y las amenazas de Generoso rinden los frutos deseados. Juana comienza a ser llamada doña y aunque en el interior de muchos hogares se prosigue calificándola con el apodo de Regimiento, en público no vuelve a suceder.
***
Entonces, a finales de marzo, Juana le anuncia a Felipito. -Este mes no tuve el período y yo soy muy fija. Creo que estoy embarazada.
0 comentarios