Capítulo XI
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
El sudor perla el rostro de Felipito y la ropa se le pega al cuerpo. Permanece taciturno y hosco. Una y otra vez lanza el pico y hiende la tierra compacta y negra.
Generoso lo mira de reojo. Se lleva un cigarrillo a los labios y con la punta de la lengua moja el extremo. Lo prende, aspira y saborea el humo.
-Te has pasado la mañana callado y tiras el pico como si dentro del hueco hubiera un nido de arañas peludas.
-Es que me tienen muy jodido -responde jadeante y suelta la herramienta.
-¿Problemas con tu mujer…?
Felipito se quita el sombrero. Con el antebrazo izquierdo limpia el sudor de la frente y comenta evasivo. -Suerte que la mañana está fresca.
Picado por la respuesta el enterrador se muestra sarcástico.
-No tienes que decirme qué te pasa. Pero por lo menos haz bien el trabajo.
-¡Para ti todo lo que hago es una mierda! ¡Me tienes cansado! -encauza el mal humor.
-Es verdad que nunca has hecho una fosa decente. Las tuyas parecen pozos de agua -Generoso proclama.
-¡No me encabrones más de lo que estoy! -exige.
-¡Te tranquilizas o te parto la cabeza de un palazo! -el sepulturero amenaza y escarrancha los ojos.
-Es que me tienen muy jodido -apesadumbrado repite en un susurro.
-De no ser tu mujer… ¿Quién o quiénes son los que te tienen jodido? -ahora el tono es afable.
-Primero quiero un trago. -¡Tan temprano!
-No es fácil hablar. El asunto me da pena. Generoso reflexiona y dice.
-Allá, en el panteón de los Pérez Morales, dentro de la jardinera grande, hay una botella con un poco de ron. Hace unos días, Aquilino la dejó olvidada.
Felipito con los labios apretados y la vista baja, camina el espacio que lo separa del panteón. Introduce la diestra en la jardinera y atrapa la botella. Con los dientes retira el corcho y bebe ansioso. Sobre la frente, inclina el ala del sombrero y regresa despacio.
-Y bien… ¿Qué es lo que está pasando? -el enterrador insiste.
Felipito se encasqueta, aún más, el sombrero. La sombra del ala no contiene el rubor del rostro y conturbado confiesa.
-Cada vez que Juana sale a la calle hay gente que se mete con ella.
-¿Quiénes son…? ¿Qué le dicen…? -Generoso requiere, aunque presume de que se trata.
-Nadie da la cara. Son hijos de putas que se esconden y gritan cuando ella pasa -Felipito calla. A duras penas prosigue-. Le dicen Juana Regimiento y la invitan a putear con ellos. Ayer un muchachón se le atravesó en el camino y le propuso dinero.
-¿Y tú qué has hecho?
-Para evitar problemas, ella no me había contado nada. Pero ayer ya no aguantó más. Cuando lo supe agarré un machete, me paré en medio de la calle y me cagué en la estampa de los que están jodiendo. Ni un solo desmadrado dio la cara.
-¿Te dijo ella quién fue el que le ofreció dinero?
-No… no me lo dijo.
-¿Le preguntaste?
-Estaba tan encabronado que no lo hice.
Disgustado, Generoso menea la cabeza y lo reprende.
-Aunque ya no babeas tu cerebro sigue siendo el de una hormiga. ¿Cómo carajo no averiguaste por el tipo?
-A lo mejor no lo conoce -busca una disculpa.
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