Capítulo XI
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
-Verdad es que este arroz con pollo está muy bueno -el espiritista se distancia.
-Aquilino cada vez que meas, o mejor dicho te disparas un trago, sales con un nuevo cuento de misterio. Desde que te conozco has dicho tantas cosas de Dios, la biblia, los santos, la reencarnación y hasta del mismísimo pipisigallo que ya es difícil creerte -alguien lo rebate.
-Lo que sucede es que los caminos del Señor son inescrutables -justifica con voz lóbrega y mirada de asesino fanático.
Acaece un silencio agorero que Liduvina quiebra con una afirmación.
-Yo creo que los muertos salen.
—¡Imposible! -Aquilino se incorpora. Los ojos le fulguran de rabia y aguardiente-. Solamente los santos se manifiestan. ¡Los muertos no! -resalta-. Si los muertos salieran, mi amada y difunta esposa Susanita y mi hija Patricia, nacida sin vida, me visitarían día a día. No me canso de invocarlas, pero no ha resultado. Y no resulta porque no salen. ¡Los muertos no salen! ¡Los muertos no salen! -se desespera y la voz se le raja en sollozos. Un chorro de mucosidad blanquecina brota de las fosas nasales y le humedece los labios -¡Ay Susanita! -se lamenta. Cae en el asiento y la cabeza golpea la mesa; justo en medio del plato de arroz con pollo a medio comer.
-¡Qué borrachera! Se ha dormido en un dos por tres -Liduvina comenta.
-Aquilino es un ser martirizado -Román dice con pesadumbre.
-Liduvina, ¿tú los has visto? -Marisela, con curiosidad malsana insiste.
-No… nunca. Pero la gente dice… Generoso y Felipito, ustedes que son enterradores, ¿han visto alguna vez alguna alma en pena?
Los sepultureros cambian una mirada inteligente y convergen en el rostro de Román con quien comparten el secreto de las visiones espectrales.
-¡Está bueno ya! -Román exclama y finge reír-. Nos hemos reunido para disfrutar un rato de alegría con el joven matrimonio y no estar hablando de apariciones. ¡Qué siga la fiesta!
***
En las semanas siguientes Felipito y Juana paladean la vida matrimonial a plenitud.
Él y Generoso vuelven a compartir la rutina diaria de trabajo. La excavadora mecánica, recuerdo de un pasado reciente que todos evitan mencionar, apenas se destina para abrir las fosas de los menesterosos y en esporádicas tareas de construcción dentro de los predios del camposanto. No obstante, Felipito la mantiene en condiciones óptimas.
Juana, en poco tiempo, se convierte en una costurera experimentada y logra una clientela pobre, pero estable.
Candelaria en vista de la destreza que Juana desarrolla en el oficio, luego de comprometerla a guardar el secreto, le cuenta de los ahorros que conserva para su funeral y del traje de novia que confecciona y con el cual desea ser sepultada.
-¡Claro que puedes contar conmigo! No diré nada y te ayudaré en la costura y los adornos. Ven todos los días después del almuerzo y de paso oímos juntas la novela “Ave sin nido” que está interesantísima.
Uno de los deberes que el matrimonio le trae a Juana es ir por víveres, un par de veces a la semana, al comercio de don Pío Otero. Desde la primera ocasión que recorre los callejones polvorientos que la separan del mercado, voces ocultas gritan a su paso: “¡Juana, Juana Regimiento un solo macho no te alcanza!”. “¡Juana, si te acuestas conmigo te doy cigarros!”. “¡Juana, te espero esta noche en el cementerio!”.
Al principio lucha por no prestar oídos. Pero la mañana en que un adolescente le bloquea el paso y lujuriosamente le propone intercambiar sexo por dinero, ella no aguanta más.
Esa tarde cuando Felipito llega al hogar la encuentra llorando. A requerimientos del marido ella desfoga la rabia, la frustración y la vergüenza que la invade. Felipito lleno de ira y envalentonado por los aguardientes de la jornada, toma un machete y sale a la calle.
-¡A ver, dónde está el cabrón o los cabrones que se meten con mi mujer! -grita y blande el arma.
Nadie responde al desafío y más de una puerta vecina se cierra discretamente.
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