Capítulo XI
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Al fin, con estampido de voladores, vivas estentóreos y banderas tremolantes el tren se mueve. Lanza un pitazo prolongado; las pesadas ruedas de hierro ganan velocidad y difumada en humo la estación de Camajuaní queda a la zaga de una llanura tachonada de palmas reales, cercas de almacigos y yagrumas solitarias.
A la caída del sol arriban a la ciudad. Candelaria los aguarda.
-Los demás se aburrieron de esperar. Nadie supo decirnos a qué hora llegaba el tren. Generoso tenía un entierro tarde y había que preparar el motivito.
-¿Qué motivito? Estamos cansados -Felipito arguye.
-¡Nada de flojeras! -Candelaria se anima-. En mi casa Liduvina y su marido Perico están cocinando un arroz con pollo. Aquilino, tu hermano Tiburcio, Marisela, Genaro, Román el zapatero, Charito, Petrona y otros más, están embulladísimos con la llegada de ustedes. ¡El tiroteo de aguardiente empezó temprano!
-Me duele la espalda -Juana se queja-. Los asientos del tren son más tiesos que una yagua seca-. Mira a lo largo del andén que comienza a vaciarse y pregunta-. ¿En qué nos vamos para el barrio?
-En máquina de alquiler. El DeSoto de Lupina nos espera a un lado del Parquecito de los Mártires. Frente por frente a la Escuela Normal de Maestros. Y tú, Felipito agarra la maleta que ¡andando se quita el frío! -Candelaria los incita.
La celebración de bienvenida se prolonga hasta la medianoche. Se come, se bebe, se canta, se tejen planes y se habla de ocultismo.
Aquilino, que fue quien mató a los pollos para el arroz, diserta sobre la necesidad que el hombre tiene de halagar a los dioses con sacrificios de animales.
-¡Y muy importante! -acentúa, levantando su inseparable biblia -desangrar a la víctima mientras la sangre esté caliente.
-¿Y eso para qué…? -Juana denota interés.
Aquilino sonríe con aires de sabihondo. Apura el aguardiente que resta en el vaso y señala al zapatero.
-Dícelo tú, Román.
-La sangre es luz. Energía de la luz licuada. Si se cuaja pierde fuerza.
-¿Y qué coño es licuada? -Tiburcio interviene.
-Licuar es convertir las cosas duras en líquidas -Román explica.
-Pero la luz no es dura ni blanda; tampoco se puede tocar. No ha nacido el tipo que agarre un rayo de sol -Genaro discurre.
-Mejor cambiamos de conversación. El asunto es complicado y esta noche es para fiestar -el zapatero elude profundizar-. ¿Se acabó el arroz con pollo?
-En la cocina queda un poco -Candelaria responde.
Román hace ademán de incorporarse, pero Charito se adelanta.
-Deja viejo. Yo te sirvo.
-¿Y saben ustedes de dónde salen nuestros pulmones? -Aquilino reactiva el tema.
-¡De casa del carajo!, que es de donde salimos todos -Generoso afirma y ríe de su propia ocurrencia.
Aquilino mira el rostro de los presentes e insiste.
-¿A que no lo saben…?
-¡Acaba de decirlo! -Petrona, la mujer del herrero, lo conmina.
-De las alas de los ángeles.
-¡Caramba Aquilino, no me vengas con esa bobería! -Felipito salta.
-Los humanos descendemos de los ángeles -Aquilino es categórico-. Lo que pasó fue que al llegar a poblar la tierra la atmósfera del planeta no les permitía volar bien, y nutrirse de oxígeno les costaba trabajo. Entonces Dios, que es sabio, les borró la memoria anterior y de las alas hizo los pulmones. ¿No es verdad Román? -recaba apoyo.
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