El entierro del enterrador

Written by Libre Online

8 de octubre de 2024

Capítulo XI

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

El sepelio apoteósico del beisbolista Alejandro Oms, tal vez como prueba de tierra y raíz, termina por barrer de la existencia de los lugareños los últimos vestigios del mesianismo caprichoso que trató de rehuir la fuerza de la memoria.

Felipito que no cuenta con suficientes recursos económicos planea una ceremonia sencilla. No obstante, Candelaria, que secretamente no cesa de confeccionar su mortuorio vestido de novia, ve en el enlace de la pareja la oportunidad de novelizar sus fantasías.

-¡Será el evento del año! -le dice a Felipito, remedando una frase que escuchó en boca de la actriz radial María Valero.

-Quisiera una fiesta grande e invitar a los amigos del barrio, pero no tengo para tanto -el joven se franquea.

-Dame lo que vas a gastar que del resto me encargo yo.

Candelaria, luego de la conversación con Felipito, requiere la ayuda de los comerciantes de la barriada.

La modista Elia Rocha presta el traje de novia y el sastre Lugones arregla uno para Felipito. Don Pío Otero y María Viña aportan comida y refrescos. Aquilino, de la fábrica de licores “Cuadrado”, trae ron, aguardiente y vino de fruta bomba. El marmolero Marcelo Foyo, Juan Irene, propietario del taller “El Rápido”, el tabaquero Cabrera y Pupo el talabartero aunan esfuerzos y en la repostería “El 20 de Mayo”, ordenan y pagan el pastel de boda, dulces y confituras variadas. Genaro, para celebrar la boda civil y el brindis, deseando dar igual que los demás, facilita el patio de la herrería y cerveza suficiente. Empero, aunque limpia y decora con esmero, siempre persiste un olor tenue a cagajón de caballo.

La boda religiosa, oficiada por el sacerdote saleciano, de origen húngaro y acento extranjero, José Vandor, tiene lugar en la parroquia de La loma del Carmen.

El día escogido resulta ser un domingo veintinueve de febrero, en horas de una mañana clara y fresca en la que el sol apenas calienta. Los canteros del parque, en cuyo centro se levanta el templo de arquitectura colonial, arraigan arbustos de Mar Pacífico, cargados de flores rojas con pistilos desafiantes.

A un costado de la iglesia, un tamarindo de follaje copioso rememora al antecesor, bajo el cual los fundadores de la villa, un día 15 de julio de 1689, escucharon la misa oficiada por Fray Salvador Guillen del Castillo, para luego acometer la fabricación de las primeras viviendas.

Un monumento de mármol, curvo y ascendente, sostenido por diecisiete columnas con los nombres de los pioneros del poblado, custodia el árbol frutal.

Generoso y Candelaria hacen de padrinos de boda y la iglesia se llena de amigos y curiosos del vecindario, atraídos, sobre todo, por la posibilidad gratuita de comida, bebida y jolgorio.

Algunas prostitutas, conocidas de Juana, los ojos lagrimosos y llenos de anhelos inconfesables, a las puertas de la nave, siguen los pormenores de la ceremonia.

Aquilino que desde la noche anterior, en celebración anticipada, no ha dejado de ingerir ron, tan pronto el sacerdote, en nombre de Dios, los declara marido y mujer añade con voz beoda, baja e ininteligible.

-¡Y también en nombre de la santa gonorrea!

Concluido el ritual, Elia Rocha y el sastre Lugones reclaman la devolución de lo que ellos llaman “trajes costosísimos”.

Juana y Felipito, en la sacristía, visten ropas cómodas y en el coche descapotable de Cosita, al que todos conocen, pero contadas personas llaman por el nombre verdadero, tirado por el caballo Tobi, parten para la herrería de Genaro, donde los espera el abogado y notario Armando López Salomón y buena parte de los invitados.

Frente al teatro “La Caridad” Cosita tiene que aminorar el trote de Tobi. Una muchedumbre ávida de conseguir entradas pugna por llegar a las dos taquillas disponibles, rebasa el portal del edificio y se desparrama en la calle adoquinada.

-¡So… sooo! Tranquilo Tobi -Cosita tira de las bridas-. ¡Eh…! ¿Qué pasa aquí? -grita desde el pescante.

-¿Pero no lo sabe…? -responde, con rostro de asombro, una mujer que carga a un niño.

-¿Saber que…?

-La gran Berta Singerman declamará esta noche “Pregones de Buenos Aires” y otros poemas.

-Y también nuestra niña prodigio, Thelma Treto hará su debut poético y teatral -interviene Marrero, anciano enhiesto y atildado de fina barba blanca e inseparable bastón de caoba.

-¿Quién es la artista? -Juana interroga a Felipito.

-Una rumbera -miente, ante la imposibilidad de responder correctamente-. En una revista leí que le dicen «El Ciclón del Caribe» -alardea impávido.

-¡No hagan olas caballeros! y dejen pasar que si un casco de Tobi le parte una pata a alguien no será mi culpa -Cosita, vergajo en alto, clama y se mueve en el pescante-. ¡Arriba! échense a un lado que en el coche van dos recién casados que están muy apuraditos por estar solitos.

De mala gana el público abre un corredor y Cosita, despacio, guía al caballo que tira del carruaje.

Al llegar el coche al portón de la herrería los desposados son recibidos por estruendosas muestras de júbilo. Candelaria y Generoso que, por razones organizativas, han precedido a la pareja, la conducen a donde aguarda el notario.

Mesas largas, improvisadas con bidones vacíos y tablas rústicas, en asientos disímiles, acomodan familias enteras y endomingadas. Los hombres más jóvenes hablan y beben. Algunos, con la nostalgia que se deriva del licor, escuchan al trovador, que responde al nombre jocoso de Benito Bemba, rasguear su vieja guitarra, mientras que ahito de cerveza pone ojos de pez moribundo; desentona la melodía y salpica en saliva la letra del tema «En el tronco de un árbol». Otros se agrupan en el fondo del patio; hacen un círculo protector y a gritos apuestan a las patas espolonadas de dos iracundos gallos de pelea.

El enlace civil toma poco tiempo, pues el abogado y notario Armando López Salomón arde en deseos de probar fortuna en las peleas de gallos. Tan pronto firman los testigos y un coro de mujeres exige: «¡Beso, beso, beso…!», el letrado, sin despedirse de los contrayentes, corre donde los jugadores y dinero en mano anuncia estentóreamente.

-¡Voy cinco monedas al gallo giro de Pancho Mariano!

La celebración prosigue y Candelaria disfruta del libreto de novela radial que ha estructurado y materializa en imágenes que desafían el control «delperro de la bocina».

Benito Bemba canta «Las perlas de tu boca», y Aquilino sirve un segundo vaso de vino de fruta bomba para el cura José Vandor. En algún momento el sacerdote congela la sonrisa condescendiente y pausado cuenta de Budapest, del río Danubio y de los tanques de guerra rusos que disparaban contra las fachadas de los edificios; los viejos y bellos edificios de Pest y Buda.

A punto de retirarse los recién casados, surge una discusión en la valla improvisada. El abogado López Salomón trata de apaciguar los ánimos, pero lo único que logra es recibir una bofetada y perder los lentes.

188

189

Y cuando la pelea de los apostadores gana pasión, Oscar Zaragoza, flaco, calvo y desgarbado, que por apodo tiene la guasasa, despierta de una borrachera temprana en el atestado y pequeño almacén de la herrería donde Genaro dispone de una colombina en la que suele pasar el sopor de los almuerzos caniculares luego de una mañana de herrar animales, cortar y emparejar crines y colas. Curar mataduras y suprimir garrapatas.

Genaro conocedor del comportamiento extravagante que la ingestión de licor ocasiona en Oscar, al verlo trastabillar y murmurar incoherencias, tiene el acierto de, casi en andas, llevarlo para el almacén y depositarlo en la colombina.

-Es mejor que duermas la mona y no formes líos con los invitados -el herrero le dice al amigo que despatarrado sobre la colchoneta de sábanas percudidas, víctima de un sueño narcotizante, ya no escucha.

Oscar parpadea en la penumbra del cuarto. El estupor alcohólico no le permite recordar qué hace allí ni qué sucedió anteriormente. Respira y una atmósfera que huele a sudor de bestia hace que se incorpore. Sin pensarlo, se despoja de las vestimentas hasta quedar en calzoncillos de tela blanca; elástico en la cintura y piernas anchas, a medio muslo que desamparan las extremidades entecas y velludas.

Abre la puerta del almacén y el aire, el sol, y la algarabía festiva le arrancan una sonrisa bobalicona y tierna. No piensa, solamente siente amor y una inmensa alegría etílica. Allí están todos… todos sus amigos. Entonces Oscar se adelanta conto-neando su flaca anatomía en saltos que pretenden ser pasos de baile. Canta a voz en cuello y con la mano derecha se oprime los genitales.

«La caringa se baila con la mano en la p…»

Repite una y otra vez y sin dejar de brincar se coloca en medio del patio.

Las mujeres gritan escandalizadas, los menores corren de un lado a otro y un hombre demanda. -¡Atajen a la guasasa..A

La trifulca de los jugadores de gallos se desborda y como reguero de pólvora implica a la mayoría de los presentes.

Asientos, botellas y hasta herraduras, tomadas de la fragua, cruzan el aire e indiscriminadamente hieren y lastiman.

«Mujer si puedes tú con Dios hablar…»

En un rincón, ajeno a la riña Benito Bemba canta. Un joven iracundo le arrebata la guitarra de las manos y la rompe contra la cabeza de Oscar Zaragoza que con sonrisa beatífica, hecho un ovillo, cae inconsciente.

«… pregúntale si yo alguna vez…»

Impertérrito el trovador prosigue y pulsa las cuerdas de un instrumento imaginario.

-¡Me han desgraciado la fiesta! -Candelaria se queja.

-¡Está bueno ya mujer y vamos para el carajo que aquí el sopapo, la galúa y el botellazo están satosl -Generoso la toma por una mano.

-¿Y ellos…? ¿Felipito y Juana no vieron este desastre…?

-Cuando empezó la bronca ya Cosita se los llevaba para la estación de trenes. ¡Y vamos que aquí nos joden en cualquier momento! -advierte. Sortea los enfrentamientos y tira de la mujer.

▼T

Juana y Felipito pasan la corta luna de miel en los lagos de Mayajigüa. Son dos días, pero dos días que los marcan para siempre y se tornan inolvidables porque a raíz de aquellas

horas la vida de ambos se contiene en una cápsula de recuerdos que nutre el tiempo que les resta por vivir.

En Mayajigüa Juana entrega su virginidad anímica. Esa pureza inmaterial que celosamente ha reservado para el amor y que tanto deslumhra y halaga la vanidad masculina de Felipito que, por ende, apenas se acuerda de los años de babeo molesto y continuo.

Regresan en tren y al efectuar una escala en el poblado de Camajuaní, para dejar y tomar pasajeros, sufren un largo retraso: El joven abogado y político Salvador Lew parte para la capital en misión partidista. Lew es despedido por correligionarios fervorosos que, discurso tras discurso y muestras de amistad, llenan el andén; levantan escobas emblemáticas y bloquean la línea férrea.

Al fin, con estampido de voladores, vivas estentóreos y banderas tremolantes el tren se mueve. Lanza un pitazo prolongado; las pesadas ruedas de hierro ganan velocidad y difumada en humo la estación de Camajuaní queda a la zaga de una llanura tachonada de palmas reales, cercas de almacigos y yagrumas solitarias.

A la caída del sol arriban a la ciudad. Candelaria los aguarda.

-Los demás se aburrieron de esperar. Nadie supo decirnos a qué hora llegaba el tren. Generoso tenía un entierro tarde y había que preparar el motivito.

-¿Qué motivito? Estamos cansados -Felipito arguye.

-¡Nada de flojeras! -Candelaria se anima-. En mi casa Liduvina y su marido Perico están cocinando un arroz con pollo. Aquilino, tu hermano Tiburcio, Marisela, Genaro, Román el zapatero, Charito, Petrona y otros más, están embulladí-simos con la llegada de ustedes. ¡El tiroteo de aguardiente empezó temprano!

-Me duele la espalda -Juana se queja-. Los asientos del tren son más tiesos que una yagua seca-. Mira a lo largo del andén que comienza a vaciarse y pregunta-. ¿En qué nos vamos para el barrio?

-En máquina de alquiler. El DeSoto de Lupina nos espera a un lado del Parquecito de los Mártires. Frente por frente a la Escuela Normal de Maestros. Y tú, Felipito agarra la maleta que \andando se quita elfríol -Candelaria los incita.

La celebración de bienvenida se prolonga hasta la medianoche. Se come, se bebe, se canta, se tejen planes y se habla de ocultismo.

Aquilino, que fue quien mató a los pollos para el arroz, diserta sobre la necesidad que el hombre tiene de halagar a los dioses con sacrificios de animales.

-¡Y muy importante! -acentúa, levantando su inseparable biblia -desangrar a la víctima mientras la sangre esté caliente.

-¿Y eso para qué…? -Juana denota interés.

Aquilino sonríe con aires de sabihondo. Apura el aguardiente que resta en el vaso y señala al zapatero.

-Dícelo tú, Román…

-La sangre es luz. Energía de la luz licuada. Si se cuaja

pierde fuerza.

-¿Y qué cono es licuada? -Tiburcio interviene.

-Licuar es convertir las cosas duras en líquidas -Román explica.

-Pero la luz no es dura ni blanda; tampoco se puede tocar. No ha nacido el tipo que agarre un rayo de sol -Genaro discurre.

-Mejor cambiamos de conversación. El asunto es complicado y esta noche es para fiestar -el zapatero elude profundizar-. ¿Se acabó el arroz con pollo?

-En la cocina queda un poco -Candelaria responde.

Román hace ademán de incorporarse, pero Charito se

adelanta.

-Deja viejo. Yo te sirvo.

-¿Y saben ustedes de dónde salen nuestros pulmones? -Aquilino reactiva el tema.

-¡De casa del carajo!, que es de donde salimos todos -Generoso afirma y ríe de su propia ocurrencia.

Aquilino mira el rostro de los presentes e insiste.

192

193

-¿A que no lo saben…?

-¡Acaba de decirlo! -Petrona, la mujer del herrero, lo conmina.

-De las alas de los ángeles.

-¡Caramba Aquilino, no me vengas con esa bobería! -Felipito salta.

-Los humanos descendemos de los ángeles -Aquilino es categórico-. Lo que pasó fue que al llegar a poblar la tierra la atmósfera del planeta no les permitía volar bien, y nutrirse de oxígeno les costaba trabajo. Entonces Dios, que es sabio, les borró la memoria anterior y de las alas hizo los pulmones. ¿No es verdad Román? -recaba apoyo.

-Verdad es que este arroz con pollo está muy bueno -el espiritista se distancia.

-Aquilino cada vez que meas, o mejor dicho te disparas un trago, sales con un nuevo cuento de misterio. Desde que te conozco has dicho tantas cosas de Dios, la biblia, los santos, la reencarnación y hasta del mismísimo pipisigallo que ya es difícil creerte -alguien lo rebate.

-Lo que sucede es que los caminos del Señor son inescrutables -justifica con voz lóbrega y mirada de asesino fanático.

Acaece un silencio agorero que Liduvina quiebra con una afirmación.

-Yo creo que los muertos salen.

—¡Imposible! -Aquilino se incorpora. Los ojos le fulguran de rabia y aguardiente-. Solamente los santos se manifiestan. ¡Los muertos no! -resalta-. Si los muertos salieran, mi amada y difunta esposa Susanita y mi hija Patricia, nacida sin vida, me visitarían día a día. No me canso de invocarlas, pero no ha resultado. Y no resulta porque no salen. ¡Los muertos no salen! ¡Los muertos no salen! -se desespera y la voz se le raja en sollozos. Un chorro de mucosidad blanquecina brota de las fosas nasales y le humedece los labios -¡Ay Susanita! -se lamenta. Cae en el asiento y la cabeza golpea la mesa; justo en medio del plato de arroz con pollo a medio comer.

-¡Qué borrachera! Se ha dormido en un dos por tres -Liduvina comenta.

-Aquilino es un ser martirizado -Román dice con pesadumbre.

-Liduvina, ¿tú los has visto? -Marisela, con curiosidad malsana insiste.

-No… nunca. Pero la gente dice… Generoso y Felipito, ustedes que son enterradores, ¿han visto alguna vez alguna alma en pena?

Los sepultureros cambian una mirada inteligente y convergen en el rostro de Román con quien comparten el secreto de las visiones espectrales.

-¡Está bueno ya! -Román exclama y finge reír-. Nos hemos reunido para disfrutar un rato de alegría con el joven matrimonio y no estar hablando de apariciones. ¡Qué siga la fiesta!

▼T

En las semanas siguientes Felipito y Juana paladean la vida matrimonial a plenitud.

Él y Generoso vuelven a compartir la rutina diaria de trabajo. La excavadora mecánica, recuerdo de un pasado reciente que todos evitan mencionar, apenas se destina para abrir las fosas de los menesterosos y en esporádicas tareas de construcción dentro de los predios del camposanto. No obstante, Felipito la mantiene en condiciones óptimas.

Juana, en poco tiempo, se convierte en una costurera experimentada y logra una clientela pobre, pero estable.

Candelaria en vista de la destreza que Juana desarrolla en el oficio, luego de comprometerla a guardar el secreto, le cuenta de los ahorros que conserva para su funeral y del traje de novia que confecciona y con el cual desea ser sepultada.

-¡Claro que puedes contar conmigo! No diré nada y te ayudaré en la costura y los adornos. Ven todos los días después del almuerzo y de paso oímos juntas la novela «Ave sin nido» que está interesantísima.

Uno de los deberes que el matrimonio le trae a Juana es ir por víveres, un par de veces a la semana, al comercio de don Pío Otero. Desde la primera ocasión que recorre los callejones polvorientos que la separan del mercado, voces ocultas gritan a su paso: «¡Juana, Juana Regimiento un solo macho no te alcanza!». «¡Juana, si te acuestas conmigo te doy cigarros]». «¡Juana, te espero esta noche en el cementerio!».

Al principio lucha por no prestar oídos. Pero la mañana en que un adolescente le bloquea el paso y lujuriosamente le propone intercambiar sexo por dinero, ella no aguanta más.

Esa tarde cuando Felipito llega al hogar la encuentra llorando. A requerimientos del marido ella desfoga la rabia, la frustración y la vergüenza que la invade. Felipito lleno de ira y envalentonado por los aguardientes de la jornada, toma un machete y sale a la calle.

-¡A ver, dónde está el cabrón o los cabrones que se meten con mi mujer! -grita y blande el arma.

Nadie responde al desafío y más de una puerta vecina se cierra discretamente.

TV

El sudor perla el rostro de Felipito y la ropa se le pega al cuerpo. Permanece taciturno y hosco. Una y otra vez lanza el pico y hiende la tierra compacta y negra.

Generoso lo mira de reojo. Se lleva un cigarrillo a los labios y con la punta de la lengua moja el extremo. Lo prende, aspira y saborea el humo.

-Te has pasado la mañana callado y tiras el pico como si dentro del hueco hubiera un nido de arañas peludas.

-Es que me tienen muy jodido -responde jadeante y suelta la herramienta.

-¿Problemas con tu mujer…?

Felipito se quita el sombrero. Con el antebrazo izquierdo limpia el sudor de la frente y comenta evasivo. -Suerte que la mañana está fresca.

Picado por la respuesta el enterrador se muestra sarcástico.

-No tienes que decirme qué te pasa. Pero por lo menos haz bien el trabajo.

-¡Para ti todo lo que hago es una mierda! ¡Me tienes cansado! -encauza el mal humor.

-Es verdad que nunca has hecho una fosa decente. Las tuyas parecen pozos de agua -Generoso proclama.

-¡No me encabrones más de lo que estoy! -exige.

-¡Te tranquilizas o te parto la cabeza de un palazo! -el sepulturero amenaza y escarrancha los ojos.

-Es que me tienen muy jodido -apesadumbrado repite en un susurro.

-De no ser tu mujer… ¿Quién o quiénes son los que te tienen jodido? -ahora el tono es afable. -Primero quiero un trago. -¡Tan temprano!

-No es fácil hablar. El asunto me da pena. Generoso reflexiona y dice.

-Allá, en el panteón de los Pérez Morales, dentro de la jardinera grande, hay una botella con un poco de ron. Hace unos días, Aquilino la dejó olvidada.

Felipito con los labios apretados y la vista baja, camina el espacio que lo separa del panteón. Introduce la diestra en la jardinera y atrapa la botella. Con los dientes retira el corcho y bebe ansioso. Sobre la frente, inclina el ala del sombrero y regresa despacio.

-Y bien… ¿Qué es lo que está pasando? -el enterrador

insiste.

Felipito se encasqueta, aún más, el sombrero. La sombra del ala no contiene el rubor del rostro y conturbado confiesa.

-Cada vez que Juana sale a la calle hay gente que se mete con ella.

-¿Quiénes son…? ¿Qué le dicen…? -Generoso requiere, aunque presume de que se trata.

-Nadie da la cara. Son hijos de putas que se esconden y gritan cuando ella pasa -Felipito calla. A duras penas prosigue-. Le dicen Juana Regimiento y la invitan a putear con

ellos. Ayer un muchachón se le atravesó en el camino y le propuso dinero.

-¿Y tú qué has hecho?

-Para evitar problemas, ella no me había contado nada. Pero ayer ya no aguantó más. Cuando lo supe agarré un machete, me paré en medio de la calle y me cagué en la eslampa de los que están jodiendo. Ni un solo desmadrado dio la cara.

-¿Te dijo ella quién fue el que le ofreció dinero?

-No… no me lo dijo.

-¿Le preguntaste?

-Estaba tan encabronado que no lo hice.

Disgustado, Generoso menea la cabeza y lo reprende.

-Aunque ya no babeas tu cerebro sigue siendo el de una hormiga. ¿Cómo carajo no averiguaste por el tipo?

-A lo mejor no lo conoce -busca una disculpa.

-En el barrio todos nos conocemos. Quizás no de nombre, pero de cara todos nos conocemos -el sepulturero enfatiza.

-Ahora mismo le pregunto a Juana -Felipito exclama y da unos pasos en dirección al portón.

-¡Un momento! -Generoso lo detiene- Si no te lo dijo antes es difícil que lo diga ahora. Yo voy a ocuparme del asunto. El relajito se acaba hoy. A mis amigos hay que respetarlos -la indignación vigoriza su cuerpo-. ¡En todo este barrio de mierda no hay un solo cabrón que no me deba favores! El que aquí ande jodiendo tiene que, por las buenas o por las malas, entrar por el aro. Conozco al alcalde y a los concejales del municipio. ¡Conmigo cualquiera se quema!

-¿Qué piensas hacer?

-Conversar con los guapitos del barrio. Pero también con el sargento de la policía que han puesto en esta área. Es nuevo en el pueblo. Lo conocí los otros días. Le dicen Jorocón porque es un gallo que no come miedo. Me dijo el nombre, pero se me olvidó. ¡O resuelve Jorocón o resuelvo yo, pero la vaciladera que se traen con Juana hay que cortarla por lo sano!

Ese mismo día, en horas de la tarde, Generoso advierte a los elementos más levantiscos del barrio. A continuación visita

a Juana y le pide que identifique al adolescente que le hizo la

proposición deshonesta.

Al principio ella se niega. Alega que no desea tener enredos.

-Enredos vas a tener si desde ahora no te das a respetar -el sepulturero argumenta. Juana calla obstinada y el viejo refuerza su teoría-. Si la gente se sigue metiendo contigo tu marido se puede desgraciar. Felipito es muy bruto y en un momento de soberbia machetea a cualquiera.

-Es el hijo de los carboneros -admite abochornada.

A la caída del sol, el enterrador, en compañía del sargento Jorocón, llega al terreno improvisado de béisbol que, no lejos del basurero, separa el Barrio del Cementerio del de Llega y Pon. Como es usual un grupo de jóvenes practica el deporte del bate y la pelota en medio de comentarios y voces de estímulo.

Generoso y el oficial irrumpen en el terreno y paralizan el juego. El sepulturero se para enjarras y desafiante mira alrededor.

-¿Dónde está el hijo de los carboneros? -las conversaciones cesan y sobreviene un silencio tenso-. Pregunté por el hijo de los carboneros -repite.

Un adolescente flaco y despeinado, de aproximadamente dieciséis años, se adelanta desde el pedrusco que funge de tercera base.

-Aquí estoy -responde con voz temblorosa.

-Arrímate -Generoso exige.

Jorocón, a su lado, descarga sobre la palma de la mano izquierda uno que otro presagioso toque de vergajo.

-¿Qué pasa conmigo…? -indaga, cada vez más atemorizado.

-Pasa que te metiste con Juana, la esposa de mi ayudante Felipito. ¿Te parece poco? -Generoso cuestiona y le propina una bofetada.

El joven, en ademán defensivo, retrocede y levanta los brazos.

198

199

-¿Pero te vas a poner guaposol -Jorocón grita y con el vergajo golpea repetidamente el torso del joven.

-¡Esto es lo que le espera al que vuelva a meterse con Juana! -Generoso exclama y con ojos fulgurantes de arrebato recorre los rostros espantados.

El chico cae al suelo. Se revuelca en el polvo y en amparo baldío e instintivo llora y patalea frenéticamente.

-¡Para que aprendas a respetar a las mujeres casadas! -Jorocón, jadeante, sermonea y le propina varias patadas.

-Y de ahora en adelante todos tienen que decirle doña Juana -Generoso impone – Y tú, deja de gritar como una mujer y levántate que vamos a ver a tus padres para que sepan la clase de perla que tienen por hijo.

El castigo aleccionador que sufre el hijo del matrimonio de carboneros y las amenazas de Generoso rinden los frutos deseados. Juana comienza a ser llamada doña y aunque en el interior de muchos hogares se prosigue calificándola con el apodo de Regimiento, en público no vuelve a suceder.

TT

Entonces, a finales de marzo, Juana le anuncia a Felipito. -Este mes no tuve el período y yo soy muy fija. Creo que estoy embarazada.

capítulo:

c

andel

Liduvina, -Felipitd ¿Cuál esj

incrementa d|

-Dedj Generoso.!

-¡Carao! el mortuorio!

Pero es( se tomen del

Cande! refrena laiJ riamos meja| un padre.? pone sentij que estojf a la vezqui «¡ Para dejí y soltando]

200

Temas similares…

0 comentarios

Enviar un comentario