Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Capítulo X
Felipito termina de curarla. Se incorpora y eufórico manifiesta.
-Vas a quedarte en mi casa, hasta que estés bien o quieras. El domingo, si estás mejor, vamos a ir a cazar tomeguines -la contempla entre sentimental y apasionado-. ¡Te quiero!… te quiero mucho y quiero que seas mi mujer.
Una ternura inefable atenaza la garganta de la joven y le humedece los ojos amoratados.
-¿Qué dices…? -la conmina.
Ella hace un esfuerzo y la voz le brota trémula.
-Me quedo… gracias por brindarme tu casa. Lo otro… después veremos.
A partir de ese instante Felipito comienza a rodearla de atenciones, halagos y mimos.
Al día siguiente le narra al enterrador lo sucedido. Generoso impuesto de los pormenores del abuso desecha su rudeza e ironía habitual para, sinceramente, lamentar el percance.
Como les aguarda una larga jornada de trabajo que culminará en fusilamientos nocturnos, Generoso con un niño, vendedor de flores, manda a buscar a Candelaria.
La mujer, un poco extrañada, no demora en aparecer. No es usual que, en horas de trabajo, el marido la haga concurrir al camposanto.
-¿Qué pasa…? -aborda al enterrador.
-Nada que no tenga solución -la tranquiliza.
Entonces Generoso la pone al corriente de lo que le sucedió a Juana y de las intenciones de Felipito.
-Pobre muchacha -Candelaria se conduele.
-La cuestión es que hoy vamos a tener mucho trabajo. Y en la noche hay que enterrar a los fusilados. Con el capitán Rodríguez nunca se sabe. El no tiene hora fija para empezar y terminar las matazones -el sepulturero explica.
Candelaria le dedica una mirada maternal a Felipito y dice.
-No te preocupes. En cuanto salga de aquí voy a darle una vuelta. Es más, la gallina vieja que iba a matar para el almuerzo del domingo, la mato hoy y preparo una sopa con bastante enjundia y le llevo un plato a Juana. Una sopa así revive un muerto. ¿Quieren para el almuerzo?
-¡Estás loca mujer! -Generoso profiere-. Si a punto de mediodía, con el sol que está haciendo, nos disparamos un plato de sopa caliente el vapor nos derrite.
-¿Y no los derriten los aguardientazos que se pegan todos los días…?
-¡Está bueno de descarga y arranca a darle una vuelta a Juana! -Generoso la despide fingiendo mal humor.
Esa noche cuando Felipito regresa a la casa, Juana lo espera envuelta en la misma bata de dormir que, dos noches atrás, él le prestara. Un rato antes, la joven había tomado un baño e ingerido más sopa de la que Candelaria cocinó al mediodía.
Ahora, sentada junto al receptor de radio escucha el programa humorístico “Cascabeles Candado” y, en un intento de sonrisa dolorosa, distiende los labios contusos con las ocurrencias de Mamacusa Alambrito, personaje protagónico, que invariablemente se califica como: “La del alma grande y el cuerpo finito”.
Al verlo llegar Juana se incorpora y fuerza la sonrisa.
-¡Qué buena gente es Candelaria! Me trajo sopa y me trató como si me hubiera conocido de toda la vida. ¡Ah!, también trajo comida para ti.
-¿Es sopa…? -indaga un poco desilusionado.
-No. Arroz blanco, picadillo y yuca. Le dije que podía cocinarte, pero me respondió que descansara, que tu comida y la de Generoso ya estaba hecha.
-Candelaria es muy noble, aunque Generoso con sus jodederas la tiene hecha un saco de resabios. A ver tu cara -se aproxima a Juana-. La hinchazón está bajando. Los ojos ya se te ven.
-Lo que más siento es el labio de abajo. Lo tengo partido por dentro y cuando hablo o como me duele. ¡Qué manera de arderme con la sopa caliente!
-Para eso no hay como la miel de abeja. Voy a darte una cucharada y la aguantas en la boca contra el labio, sin tragar, el tiempo que más puedas. Yo creo que si sigues mejorando el domingo puedes acompañarme a cazar tomeguines. ¿Qué crees tú…?
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