El entierro del enterrador

Written by Libre Online

30 de julio de 2024

Capítulo IX

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

-¡No me importa lo que has hecho! -se obstina-. Y si alguien se mete contigo, ¡le parto la crisma! -más reflexivo prosigue-. En el Barrio del Cementerio la gente se fija poco en esas cosas. Aquí la vida no es fácil y todo el mundo piensa en resolver el condumio diario. Por otro lado, en este pueblo, el que no tiene de congo tiene de carabalí.

-Otro día hablamos -dice y se incorpora.

-Quédate a dormir conmigo… -propone tímidamente.

-¡Qué va! Ya hice mi trabajo y ahora quiero descansar.

-¡Por los restos de mi madre te juro que no te toco! -casi le suplica-. Estoy muy solo.

-Yo también. En verdad nunca me ha gustado dormir sola. Desde que nací y mientras tuve familia siempre dormí con dos o tres. En el rancho éramos siete y nada más había dos camas de hierro y una hamaca, para el abuelo. Pero una cosa es dormir con alguien de tu propia sangre y otra es hacerlo con un extraño que cada vez que se despierta quiere montarte como si fueras una puerca ruina. ¡Ese perro ya me ha mordido bastante!

-¡Prueba conmigo! No estoy engañándote, cógeme confianza -ella titubea y él insiste-. Mis intenciones contigo son serias.

-Está bien -accede-. Pero para dormir no te me pegues.

Felipito se hace a un lado y ella vuelve al lecho.

Están tendidos de espaldas y comparten una timidez súbita. Juana disimula y con los ojos, a la escasa luz de la lámpara, cuenta las vigas del techo. Felipito quiebra el silencio.

-Es raro el domingo que no voy a cazar tomeguines. Tengo una jaula de güin con cuatro trampas de remolinos que son un fenómeno. Y como señuelo un tomeguín del pinar que no para de cantar. Acompáñame este domingo.

-¿A cazar tomeguines? -se sorprende.

-Claro que sí. Eres guajira y tiene que gustarte el campo.

-Me gusta el campo -corrobora-. Mi padre, que en paz descanse, con un casillo agarraba guineos jíbaros para darnos de comer. De niña, junto a mis hermanos, lo ayudaba.

-Entonces… ¿vas a acompañarme?

-Hace tiempo que no me entretengo -comenta para sí.

-Embúllate y dime que sí!

-Para el domingo faltan tres días, luego te digo. Ahora déjame dormir -elude concretar y cierra los ojos.

Felipito al amanecer del día siguiente, como es usual, despierta con el canto de un gallo cercano. De un vistazo comprueba que Juana no está a su lado. Se lanza del lecho y sobre la mesita de noche descubre el peso que le pagó por los servicios sexuales. Inquieto la busca en el resto de la vivienda y no la encuentra. Juana se ha marchado sin despedirse.

Esa noche, antes y después de los fusilamientos, tampoco la ve en el cementerio. Preocupado y con creciente mal humor no disfruta el manejo de la excavadora. Generoso, medio borracho, por ratos lo embroma y por ratos despotrica contra el ruido y el humo que despide la maquinaria.

Aproximadamente, a las once de la noche regresa a la casa. Para su sorpresa, Juana está sentada junto a la puerta y con su cuerpo bloquea el acceso a la vivienda. La joven inclina el torso hacia delante. Las piernas, recogidas, las enlaza con las manos y a la altura de las rodillas oculta el rostro entre los brazos desnudos.

-¡Todo el santo día he estado preocupado por ti! Esta noche tampoco estuviste en el cementerio. ¿Por qué en la mañana te fuiste sin despertarme y dejaste el dinero? -Felipito atropella las palabras y deja escapar el reproche.

Juana no responde ni varía la posición corporal. Sin embargo, exhala un gemido ronco.

-¿Qué pasa Juana…? ¿Por qué no hablas…? -se inquieta y se agacha frente a ella-. ¿Estás enferma? A ver… levanta la cabeza -al no lograr contesta le separa los brazos y la toma por la barbilla. Ella rehuye el contacto y Felipito delicadamente, pero con firmeza, la fuerza a levantar el rostro. Un vestigio de luna penetra la noche y adivina las facciones de la joven.

-¿Pero qué te han hecho…? -exclama espantado-. ¿Quién fue el hijo de la grandísima puta que te ha puesto la cara así..? -ella solloza y busca la protección del hombre-. ¡Dime quién fue que lo mato!

De manera paradójica una retransmisión del programa humorístico “La Tremenda Corte”, saturado de risa, brota de una vivienda próxima: “¡A la reja…!”, el personaje radial Trespatines grita a voz en cuello para terminar lamentándose. “¡Cosaaa más grande la vida…!”

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