Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Capítulo IX
El viento vuelve a embestir el follaje de los laureles y el jipido de Candelaria hiere el sol de la tarde abrileña.
Felipito llena los pulmones de aire y prosigue tapando la tumba en la que reposan los restos de quien en vida fuera su jefe y compadre.
“Quiero acabar”; piensa con fuerza de músculo sudoroso y empecinado. “¡Qué falta me hace otro trago! En cuanto termine el entierro me tomo una botella de aguardiente con Aquilino. ¡Hasta el culo me suda!”.
-Descansa otro poquito o deja que tu hermano te ayude -la voz de Juana se eleva y recibe el murmullo aprobatorio de los presentes.
-Dije que lo haría solo -responde terco y con el reverso de la mano izquierda se limpia la saliva que se acumula en las comisuras de los labios. “Juana siempre me ha cuidado”; piensa con gratitud. “En la cama nunca fue muy caliente, pero me quiso y me quiere. Por eso la baba se me cortó hasta la desgracia de nuestra difunta hija. ¡Y ni qué se diga de Candelaria!”.
Evocar al viejo enterrador, le anuda la garganta y una ola de sentimentalismo le trepa a los ojos. “Juana, mi pobre Juana”; y el pasado, tan ligado a la muerte, retorna en los colores inalterables de la tarde.
***
Cuando Felipito, con los albores del día, llega junto a la reja del cementerio, Generoso lo recibe con una retahíla de frases malhumoradas.
-Llevo rato esperando. Bien claro te dije ayer que hoy estuvieras temprano. ¡Qué va!, eres tan irresponsable que no confío más en ti. Dame la llave a ver si acabo de abrir este candado de mierda -demanda y de un manotazo hace que el candado golpee contra los barrotes de la reja.
-Toma… toma las llaves… pero deja que te explique…
-¡Qué carajo vas a explicar! Que te tiraste a la putica y que te quedaste dormido. ¡Conozco la historia!
-¡No…! No fue así… pasaron otras cosas…
Generoso abre el candado. Empuja la verja y le cede el paso al ayudante.
-¿Y qué cosas pasaron? -se interesa.
Felipito se detiene. Una sonrisa pícara le ilumina el rostro y con orgullo masculino proclama.
-Juana pasó la noche conmigo. Después del palito que echamos en la casita de las herramientas la invité a dormir en mi casa y me regaló otro palito.
-¿No pagaste el segundo?
-Me lo regaló -repite orondo.
-¡Vaya, vaya!, resulta que también eres chulito. Aunque pensándolo bien ella lo que hizo fue pagarte por el alojamiento -Generoso destaca socarronamente.
-Bueno, le ofrecí mi casa sin interés. Hizo lo que hizo porque quiso. Yo no se lo pedí.
-Apunta el día y la hora en que dejaste de ser primerizo y vamos a trabajar que temprano tenemos dos entierros -Generoso dice de mejor talante.
Más tarde, mientras retiran la tapa de mármol de un panteón. Generoso repara en el ayudante y exclama.
-¡Felipito…!
-¿Qué fue…? ¿Qué hice mal…? -responde asustado y casi suelta la argolla de bronce por la que sostiene la tapa.
-¡Agárrala bien, que si se cae me parte una mano!
-¿Por qué gritas…? ¿Qué pasó…? -el ayudante insiste.
Generoso sonríe. Coloca un cigarrillo entre sus labios y con movimientos mesurados lo enciende. Aspira una larga bocanada de humo y la expele por boca y nariz.
-Es que se te ha cortado el babeo.
-¿Cómo…? -Felipito profiere e instintivo se toca los labios.
-¡ Se te acabó! -el enterrador afirma-. El día que empezaste a trabajar conmigo te lo dije. Dije que, a lo mejor, el día que te acostaras con una mujer se te cortaba la baba. ¿Te acuerdas?
-Me acuerdo, pero pensé que era una jodedera tuya.
-Ninguna jodedera, hablé muy en serio. Juana Regimiento hizo el milagro.
-Esta noche vuelvo a estar con ella y voy a preguntarle si quisiera…
-¿Quisiera qué? -Generoso lo interrumpe.
-Bueno… si quisiera… quisiera ser mi mujer para toda la vida.
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