Capítulo VIII
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Al fin, después del incidente con Candelaria, Felipito desperdiga sobre el ataúd la segunda paletada de tierra que se amortigua en los terrones de la primera.
Candelaria, con rostro angustiado, busca los ojos de Juana y clama consuelo.
-Dime; dime que me iré pronto. Dime que no serán muchas las noches que tendré que dormir sola. Dime que vas a ayudarme a terminar y mejorar mi vestido de novia. Dime que cuidarás que la caja esté bien cerrada para que el vestido blanco no se manche de tierra.
Juana, ante tantos requerimientos, opta por animarla.
-Todo será como tú digas. Felipito y yo estamos contigo. Si quieres ven por unos días a vivir con nosotros y trae tu traje de novia. Muerto Generoso ya no tienes por qué esconderlo. Las dos trabajaremos en él y podrás probártelo, frente al espejo del escaparate del cuarto, cuantas veces quieras. Vas a quedar tan bonita que vas a parecer una artista.
– ¿Tú crees…? -se anima.
-¡Claro que sí! Me perdonas lo que voy a decir… pero -Juana le saca partido a la debilidad de Candelaria por los dramas radiales-. El entierro de Generoso y tu dolor se parecen al de las novelas. Si mal no recuerdo en “Divorciadas” pasó algo así.
-Te equivocas, fue en “Mi apellido es Valdés” -y por un segundo la faz de la anciana proyecta una expresión rutilante-. ¡Pero cómo sufro! -gime y lágrimas gruesas resbalan por sus mejillas.
Una y otra vez, Felipito rellena la pala en el montón de tierra blanda y la descarga en el fondo de la fosa. El sudor le moja el rostro y en la camisa, de tela burda, se dibujan mapas de humedad. Efectúa un alto; se despoja del sombrero de yarey y con el antebrazo izquierdo se enjuga la frente.
Los amigos del barrio forman un semicírculo, en forma de herradura, junto a la tumba. Más alejados, Román el zapatero y Aquilino, apoyado en el manubrio de la bicicleta, conversan en voz baja.
“Hasta la bicicleta Susana Patricia se ha puesto vieja. La pintura ya no brilla y los guardafangos están abollados”; Felipito rumia pesimista. “Lo único que sigue como una flor de siempreviva es el fantasma de Susanita”.
Antes de reiniciar el trabajo su mirada rastrea el rumbo de los quejidos de Candelaria. La anciana, extenuada, reposa la cabeza de cabellos canosos y enmarañados sobre el pecho liso de Juana que maquinalmente le acaricia las mejillas.
Felipito examina a su mujer y medita. “Nunca he sabido lo que Juana piensa. Ni cuando nos hicimos marido y mujer, ni cuando perdimos a Inmaculada, ni ahora mismo sé lo que pasa por su cabeza. Sé que siente y padece como todo el mundo pero no habla mucho. ¡Coño!, no habla… lee que te lee la biblia y esa mirada de gallina que nada más sabe comer y cagar… Bueno, ella casi no come, así que caga menos”; corrige el pensamiento.
En algún momento todos callan y el silencio gravita. Sólo se escucha el ruido de las paletadas de tierra y el encontronazo del viento contra el follaje de los laureles que se prolonga en el sol de la tarde, la constancia de la naturaleza y la calma estática del camposanto.
Felipito toma un respiro y sus ojos vuelven a imantarse en la figura de Juana, flaca y vestida de negro. La transpiración le nubla la vista y distorsiona la imagen de Juana que por caprichos de la memoria se le antoja en pretérito.
•••
Felipito de reojo, a pesar de la poca claridad que ofrece la luna menguante, sigue los preparativos para fusilar al Jabao. Dos reos lo han precedido en el ajusticiamiento. En el instante supremo, Felipito desvía la mirada y únicamente oye la descarga de los rifles y el posterior disparo de gracia que termina con la vida del hombre.
Acostumbrado a la presencia de la muerte, sus representaciones y símbolos, no alcanza a comprender el desasosiego que le provoca el final del Jabao.
Para rehuir la sensación de incomodidad se concentra en los preparativos de los cinco enterramientos. Es entonces que vuelve a reparar en Juana Regimiento. La joven, con un soldado de aspecto infantil, ultima los detalles económicos y duración de un encuentro sexual. Cerrado el trato se ocultan, por algunos minutos, detrás de un conglomerado de panteones. Cuando reaparecen el militar finge desdén, apura el paso y su figura se falsea, en brumas, a la altura de los laureles.
Juana, por su parte, se alisa la falda y camina con la calma de alguien que disfruta de un paseo nocturno.
(Continuará la semana próxima)
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