El entierro del enterrador

Written by Libre Online

26 de septiembre de 2023

Capítulo III

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

-¿Trajiste comida?

-Esta mañana tenía tanta revoltura en la panza que cuando salí de la casa no quise traer almuerzo. Pero ya se me pasó. Toma este peso -Generoso saca un billete estrujado-. Ve a la tienda de don Pío Otero y compras una caña de pan; dos tomates de ensalada y una peseta de aguardiente. Después te llegas a la fonda de María Viña y le dices, de mi parte, que quiero dos frituras de bacalao grandes, pero acabadas de freír.

-Hace mucho calor para tomar aguardiente tan temprano -Felipito anota.

-Un trago es bueno para la digestión. ¡Ah! -repara-y no te demores en la fonda mirando las tetas de las hijas de María Viña.

Generoso luego del almuerzo y durante el resto de la jornada, a pesar de sus acostumbrados exabruptos, le brinda a Felipito las primeras señales inequívocas de confianza que llenarán décadas de amistad, trabajo y secreto compartido.

Felipito por instinto, más que por reflexión, capta el cambio favorable que se origina en los sentimientos del enterrador. Aquel primer día, pleno de camaradería e igualdad laboral, permanece grabado en la mente del ayudante de sepulturero como uno de los más notables de su vida. De sopetón, gracias a la facultad de ver ánimas que se niegan al anonimato del colectivismo universal, Generoso lo trata de igual a igual.

Al atardecer, concluido el último entierro y tras la partida de los deudos, Aquilino se les une para charlar y beber aguardiente.

Generoso, en esta ocasión, se muestra relajado y afable. Mientras Aquilino habla de plagas y castigos divinos, el enterrador le hace una seña cómplice a Felipito. La figura extemporánea y a veces traslúcida de Susanita, en monólogo atropellado, evoca un lance sexual que en vida gozó con Aquilino. Eli suicida José Luis Fernández Sosa declama el consabido poema y Chiqui Gómez Lubián, en franco alejamiento terrenal, aún conserva el estupor de la explosión que le causó la muerte súbita.

Es noche cerrada cuando Felipito regresa a su casa. Haber obtenido el trabajo, junto al estímulo del aguardiente que ingirió lo colman de alegría y seguridad.

Eufemia, molesta por la tardanza lo recibe a la puerta de la vivienda. Una simple ojeada le basta para convencerse que Felipito ha bebido. Parada enjarras bloquea el acceso y cuestiona al hijo.

-¡Has vuelto a tomar! Si empiezas así terminarás siendo un borracho como Generoso y Aquilino.

-Generoso me dio el trabajo. ¡Me quedo fijo! -dice sin tomar en cuenta el regaño de la madre.

-¿Te lo dio? -exclama deponiendo el enojo.

-Sí, me quedo fijo -repite.

-¡Qué bueno! Si te portas bien y eres cumplidor vas a tener trabajo fijo por el resto de tu vida. Los políticos municipales respetan las posiciones de enterrador y ayudante. ¡Viejo, viejo! -grita y penetra en la sala.

Balbino que acaba de sintonizar un nuevo capítulo radial de las aventuras de “Raffles: El ladrón de las manos de seda”, protesta y exige silencio.

-¡Cállate mujer! que Raffles al fin le va a robar el collar de perlas a la duquesa.

-¡Qué collar ni ocho cuartos! Tu hijo se quedó con el trabajo de ayudante de enterrador.

-¡No me jodas! ¿Verdad…? -profiere descreído.

-Sí papá, Generoso me dejó fijo -Felipito corrobora.

-¡Qué bien! Ahora sí tienes un futuro por delante y con derecho a retiro después de veinticinco años de trabajo.

-Llegó el momento en que debes dar dinero para la casa. La venta de flores está floja -Eufemia le recuerda al hijo.

-Sí mamá -el joven responde lleno de orgullo.

-¡Bueno, bueno!; váyanse para la cocina, luego hablamos más. Por culpa de ustedes no pude enterarme cómo Raffles le quitó del cuello el collar a la duquesa en medio del baile, sin que ella lo sintiera ni nadie lo viera. ¡Raffles es un bárbaro!

-Vamos hijo este viejo está bobo con los episodios -Eufemia señala despectiva y deja la pieza.

Sentados a la mesa de la cocina Tiburcio y Liduvina juegan damas, sobre un tablero de cartón hecho a mano. Las fichas las constituyen tapas metálicas de cerveza “Hatuey”, colocadas en posiciones opuestas.

Liduvina sin desatender el juego, con picardía codiciosa, le dice al hermano mayor.

-Oí que tienes trabajo y ganas dinero -Felipito sonríe y ella aprovecha-. Regálame un corte de guinga rosada para que mamá me haga un vestido.

-Yo quiero un guante de pelotero -Tiburcio reclama.

-No fastidien a su hermano que está cansado y todavía tiene que bañarse y comer -Eufemia los reprende.

(Continuará la semana próxima)

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