Capítulo III
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
“¡Qué bien habla este hombre!»” Felipito piensa cuando el administrador del cementerio finaliza el panegírico luctuoso, dedicado a la memoria del sepulturero.
La emoción del momento le nubla los ojos de lágrimas y para disimular enfrenta el sol de la tarde abrileña. A su lado, Juana lo contempla de soslayo con la aparente frialdad que Felipito siempre asocia con la mirada fija de una pollona indolente.
Frente a ellos, disfrutando el dolor del momento, Candelaria fantasea y se compara con una heroína de novela radiofónica que, en accidente trágico, pierde al joven amante. Imagina, en su papel de primera actriz, que la reclusión en un convento de monjas sería el destino apropiado para el personaje que incuba en su mente. “Amor maldito”; piensa en un título. «Juramento al pie de la tumba»; varía inspirada por el enterramiento de Generoso. “Más allá de la muerte”; cavila complacida.
De Candelaria la vista de Felipito, al azar, salta de un asistente a otro, hasta que topa con Aquilino que se halla apartado de los demás. Aquilino a causa del accidente que lo deja cojo de la pierna derecha, se recarga en la izquierda. Y para lograr la prestancia que la ocasión merece, con las dos manos, se apoya en el manubrio de la ya gastada bicicleta. Su inseparable Susana Patricia.
Felipito aspira la brisa fresca de la tarde y con los ojos llenos de sol y lágrimas desata el flujo de los recuerdos. Recuerdos inherentes a su vida en el barrio; al cementerio que tanto ama y donde se hizo plenamente hombre. Aquí, en el camposanto, tuvo su primera experiencia sexual. Conoció el rostro apático de la muerte y la incomunicación egoísta de los espectros.
Vecinos y amigos del difunto rodean al administrador del cementerio y elogian sus palabras: “¡Tremenda despedida de duelo!”; dice uno palmeándole la espalda. “¡Te la comiste, mi socio!”; pondera otro y le oprime las manos.
Candelaria suelta un sollozo y Juana corre a consolarla. Felipito y Aquilino cruzan una mirada triste y el primero evoca jirones de su pasado como ayudante del enterrador.
***
Felipito al finalizar su primer día de trabajo en el cementerio, cumple la orden de Generoso y se encamina, en busca de una botella de aguardiente, a la licorería “Cuadrado”. Pero primero, siguiendo las instrucciones del enterrador, trata de ver a su padre para que le preste la bicicleta. Eufemia que ya se retira de la venta de flores, auxiliada por los dos hijos menores, le informa.
-Balbino fue a pagar una cuenta y tú sabes lo demorón que es él.
Tiburcio que tiene ocho años de edad le pregunta con curiosidad infantil.
-Felipito, ¿cuántos huecos hiciste?
Liduvina de doce años y hálito de pubertad también se interesa.
-¿Enterraste alguna niña…?
-Dejen a su hermano tranquilo y acaben de recoger los cubos con las flores -Eufemia les exige.
Felipito, contrariado por la tardanza, en franca carrera transita las calles que lo separan de la licorería.
La llegada de Felipito a la fábrica de licores coincide con la terminación de la jornada laboral. En medio de los obreros que salen distingue a Aquilino que se retrasa un poco porque con un paño limpia el sillín de Susana Patricia. Luego de lustrar el asiento, Aquilino monta en la bicicleta e inicia un pedaleo corto. En ese preciso momento Felipito, sudoroso y jadeante, se planta en medio de la vía, provocando el asombro de Aquilino que bruscamente aplica los frenos del vehículo.
-¡Muchacho! ¿Qué te pasa…? ¡Parece que huyes de un toro bravo…!
Felipito respira hondo y con voz entrecortada le anuncia el recado de Generoso. Aquilino rechaza el pago por la botella de aguardiente y manifiesta.
-Entre amigos el licor no se cobra. Espera un poco -dice y regresa al interior de la fábrica.
Cuando reaparece lo hace con dos litros de aguardiente, disimulados dentro de una jaba de lona que por el asa cuelga en el manubrio de la bicicleta.
-Monta en el asiento trasero para que no tengas que regresar caminando -invita a Felipito, mientras él se acomoda en el sillín.
-¡Por favor!, para en la botica de Arturito que necesito comprar un medio de bicarbonato -Felipito le pide al divisar el anuncio lumínico que sobresale de la fachada de la farmacia.
Aquilino, complacido Felipito, pedalea con vigor y en pocos minutos devora la distancia que los separa del cementerio.
Generoso que acaba de cerrar la verja de acceso aguarda, con las llaves en las manos, del lado de adentro.
-No pensé que vinieras -se dirige a Aquilino, en tanto abre la reja.
-Para darme un trago en buena compañía siempre estoy disponible. ¡Ah! -rectifica -y no me ofendas más mandando dinero para que te venda bebida. Cuando quieras comprarla en la licorería, si deseas pagar, pregunta por el dueño; nunca por mí.
-No te encabrones, que no es para tanto -Generoso contesta sonriente.
0 comentarios