Capítulo II
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Aquilino y Susanita intentan argumentar, pero Generoso los detiene con un ademán de manos. Luego aferra la botella de ron y rellena los vasos.
-¡Por los novios! -brinda con un brillo de complicidad en la mirada.
Esa noche sería inolvidable para Candelaria. Los lamentos ahogados de Susanita; el jadeo de Aquilino y el chirrido del lecho contiguo, despiertan en ella un puro y juvenil deseo carnal que sorprende a Generoso. La colombina les resulta pequeña; caen al piso de la cocina y ruedan abrazados, mientras los despojos del cerdo, testigo mudo, desde la mesa despiden olor de adobo.
Semanas después Susanita queda encinta. Para mortificar a los padres, ministros protestantes, que no le perdonan la desobediencia que culminó en la fuga amorosa, se convierte al catolicismo y disuade a Aquilino para que el párroco Alberto Chao santifique la unión. Por empecinamiento de Aquilino la boda se celebra dentro del cementerio. Exactamente junto al panteón donde la declaró su esposa y ambos conocieron al enterrador. Generoso y Candelaria fungen de padrinos.
Con el paso de los meses la preñez quebranta la salud de Susanita y deforma su otrora cuerpo grácil. Sin embargo, a pesar de no sentirse bien, la joven cumple su palabra y le enseña a Candelaria los rudimentos de la lectura, así como el acto de la firma personal.
Cercana la fecha del parto, Candelaria, con celo de madre, convence a Aquilino para que Susanita pase los días previos en su compañía: «Quedándose en mi casa puedo atenderla mejor. Con las primerizas uno nunca sabe». Aquilino acepta la propuesta y por más de una semana duerme solo en la habitación que alquila y funge de hogar de la pareja. No obstante, por las tardes, al finalizar el trabajo en la licorería, visita a la esposa en la morada del enterrador. Allí comparte la mesa y palpa la calidez familiar.
Para Candelaria constituyen veladas inolvidables en las que Aquilino, rodea a su compañera de cariño y atenciones mientras, todos juntos, escuchan los consabidos episodios radiales que cierran la programación del día, dedicada al amor y a las aventuras, con un capítulo más de la serie titulada: «Raffles: El ladrón de las manos de seda».
Aquilino, invariablemente, como colofón lee un pasaje bíblico o narra un cuento donde la bondad y la belleza derrotan a las fuerzas del mal.
Por entonces, resulta tan fuerte la ilusión que Candelaria se forja en torno al compromiso matrimonial que un mediodía, venciendo los temores de la marginalidad cultural, se presenta en el cementerio e interrumpe la faena de Generoso que, al resistero, cava una fosa. Al distinguir la sombra humana que el sol proyecta sobre la tierra, el sepulturero levanta los ojos. Se despoja del sombrero y con los antebrazos, protegidos por las mangas de la camisa, en movimientos alternos, se limpia el sudor que le perla el rostro: «¿Qué haces aquí?»; inquiere áspero. Ella vacila, pero armándose de valor lo enfrenta: «¿Por qué no casarnos igual que hicieron Susanita y Aquilino? El padre Chao nos conoce; estoy segura que no tendríamos que pagarle la boda».
El enterrador desata una expresión irónica y responde de manera tan despectiva que cala, hurga y lastima la sensibilidad femenina de Candelaria: «¡Estás muy vieja para tanta come-mierdería!».
Desgarradores dolores de parto se le presentan a Susanita una serena madrugada otoñal. La criatura que resulta hembra, y para la que Aquilino hubiese preferido el nombre de Patricia, nace muerta. Susanita media hora después, víctima de una hemorragia incontenible, también muere. Estériles fueron los esfuerzos de Candelaria y otras mujeres de la vecindad en su afán por atajar la sangre que se fuga del cada vez más exangüe cuerpo.
La desgracia de la familia de Aquilino conmociona a los habitantes del Barrio del Cementerio y Llega y Pon. Felipito que, por entonces, aún es bastante pequeño, nunca olvidará el velatorio y el entierro. ¡Susanita fue tan frágil y bonita!
Aquilino, a raíz de la pérdida de la esposa y la hija se vuelve taciturno y resentido de Dios al cual, biblia y cuchilla en mano, no se cansa de cuestionar cada vez que se pasa de tragos.
En memoria de los afectos desaparecidos, adquiere una bicicleta de fabricación china de color negro brillante, con manubrio y pedales plateados. En la parte más visible de la estructura metálica graba, en letras doradas, el nombre compuesto de Susana Patricia. El amor simbólico que deposita en el vehículo es tan genuino que no admite que en su presencia, simplemente, la llamen bicicleta: «Tiene nombre propio. Susana Patricia, así se llama»; corrige cortés a los desconocidos y agrio a los amigos olvidadizos.
Es en tan lejana fecha que Candelaria, golpeada por la negativa de Generoso a casarse y la romántica muerte de Susanita, con bríos adolescentes, se refugia en el mundo imaginario de aventuras y novelas radiales. El desbocamiento de las fantasías la lleva, sin conocimiento del sepulturero, a guardar dinero para, llegada su hora final, ser enterrada vestida de novia. ¡Nada ni nadie le impedirá desposarse…! ¡Aunque sea con la mismísima muerte!
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