Epílogo
“Deambulé por los caminos
habitados de fantasmas…”
“Locura”
Agustín “Chiqui” Gómez-Lubián Urioste
(1937-1957
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Aquilino permanece callado. Voltea al reptil y con la punta de un dedo acaricia la piel suave del vientre que se contrae y distiende al paso de la respiración.
-Animalito del Señor -murmura risueño. Lo deposita en la tierra y permite que escape.
Resignado, Felipito contempla la visión de Susanita que, en esta ocasión, amamanta a la pequeña Patricia y le habla de papá Aquilino.
“El día que Aquilino muera Susanita y Patricia dejarán de joder. Se irán juntos y, si todavía estoy vivo, no los veré más”, piensa conmovido.
-Un último buche y nos vamos -Aquilino dice en alegría fugaz. Levanta el recipiente de vidrio verdoso y la nuez, bajo la piel del cuello, se contonea al paso del líquido ardiente.
-Vete tú. Todavía tengo que recoger la pala, el pico y terminar otras cosas -Felipito responde.
-Nos vemos mañana -Aquilino se despide-. Tómate el aguardiente que queda -recomienda y sale a una de las vías que conducen al exterior. Monta la bicicleta y pedalea despacio. El espectro de Susanita lo persigue por un tramo y después se desvanece en el aire.
-Junta las rejas, para que la gente crea que el cementerio está cerrado -Felipito grita y se incorpora. Con el brazo izquierdo, sin voltear el rostro, Aquilino efectúa un saludo.
Las tinieblas devoran los últimos bolsones de luz y Felipito, maquinalmente, se lleva la botella a la boca salivosa. Sin prisa retorna a la tumba de Generoso y recoge el pico y la pala.
“Román me aseguró que por ser compadre de Generoso no vería su fantasma. Pero estoy seguro que está. No es el caso de mi hija que, según Román, por ser un espíritu puro se elevó enseguida. Generoso fue un viejo tomador y jodedor. Alardeaba que antes de empatarse con Candelaria se había cogido un montón de putas. Además, tendrá que esperar por ella”. Se limpia la comisura de los labios y enjuicia. “Que el babeo volviera tiene que ser un castigo. Román lleva tiempo hablando de culpas y Generoso, en cuanto Inmaculada nació, empezó con la misma pejiguera. Nunca me dijeron nada, pero ellos sabían algo. Mejor así… mejor no saber”.
Sobre los hombros coloca el pico y la pala y se dirige a la casita de las herramientas. A un costado de la edificación, cubierta por una lona de color verde olivo, desteñida. La excavadora mecánica se yergue como un bulto de memoria ominosa.
“Hoy enterré a Generoso, pero ¡carajo!, qué contento estoy” admite con un palpitar ligero. “Ayer por la noche, en el mortuorio, el administrador del cementerio me dijo que yo era el nuevo enterrador. Me lo dijo al oído, bien bajito. Hasta el momento no se lo he dicho a nadie. Ni tan siquiera Juana lo sabe… ¡Cuando se lo diga se va a llevar tremenda sorpresa! Si papá y mamá vivieran para que vieran esto. Tengo que escoger un buen ayudante”, cavila fríamente. “Además de trabajador tiene que, como yo, ver a los muertos. Mañana mismo empiezo a probar gente”.
Cuando Felipito cierra la puerta de la casita de las herramientas las tinieblas predominan. Le da el frente a la distante verja de acceso y respira el aire nocturno que baja del cerro Capiro.
“Mis muertos son mis muertos y un día nos iremos todos juntos. Pero mientras tanto yo, Felipito Dopico Corujo, soy el enterrador”.
La dicha se convierte en orgullo. Un rastro de baba le moja la barbilla y respira. Respira a pleno pulmón los aromas de la noche.
FIN
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