Vladimir: ¡No intentes lanzar piedras sobre el tejado ajeno, que el tuyo también es de vidrio! Y, además, cuando acusas al ejército de Ucrania de neonazi y terrorista, en realidad tal parecería que estás contemplándote frente a un espejo.
Podríamos aglutinar muchas más semejanzas, pero las enumeradas bastan para alcanzar la justa conclusión y contribuir a que los «tontos útiles» que abundan por todas partes, logren al fin ver con claridad el personaje que encarna el gánster ruso, lo mismo que algunos artistas y músicos que merodean por el mundo libre y disfrutan de una existencia de extravagantes lujos, pero haciendo desacertados y dañinos comentarios. Mejor que continúen en su arte y su música a fin de salvar su manifiesta ignorancia militar y política. Igualmente quedarán desenmascarados —aunque ya sabemos que insistirán en repetir lo mismo—, los mal intencionados de la «quinta columna» que se disfrazan de ser objetivos, moderados, amantes de la paz y proponentes de un camino diplomático.
Vladimir Putin jamás firmará un “cese al fuego” ni una paz negociada sin aviesas intenciones de violarla a su conveniencia, exactamente igual que hizo Adolfo Hitler cuando firmó el Pacto de Munich en 1938 con el ingenuo primer ministro británico Neville Chamberlain, quien más tarde tuvo que dimitir.
Los tiranos totalitarios sólo entienden el idioma de la fuerza. Ese es el único acuerdo de paz que funciona con ellos. Recordemos a los cándidos venezolanos, tan adictos a las elecciones fraudulentas y a los inútiles movimientos de calles en sus vanos esfuerzos. Y también, desde luego, a los pobres cubanos en las manifestaciones nacionales de aquel mes de julio. Sin la aplicación de la fuerza no hay solución, algo que comprendió muy bien el insigne apóstol de Cuba José Martí, y que ha practicado desde un principio el abnegado y valeroso pueblo de Ucrania.
Como puede comprobarse sobradamente, el edicto de Putin, declarando su “Operación Militar Especial”, no era más que una excusa para dar rienda suelta a sus vaporosas ínfulas de conquistador imperialista y ladrón, intentando en sus absurdas pretensiones emular a Pedro I, quizá envidiándole que venció a Carlos XII de Suecia y que emprendió la conquista de Finlandia, o tal vez a Catalina II la Grande, imitando su licenciosa vida aunque sin poder aspirar a repetir su victoria sobre los turcos en el siglo dieciocho.
Mas, sin embargo, —muy a pesar de sus incoherentes espejismos— sus acciones y las consecuencias de las mismas han demostrado claramente y sin ambages que él, simplemente, es tan sólo una copia mala de Adolfo Hitler.
Felipe Lorenzo
Hialeah, Fl.
0 comentarios