Observando desde las alturas el ocluido cenagal, era imposible ubicar dónde se hallaba el emplazamiento.
El Coronel General Kurt von Zeitzler, jefe del Estado Mayor general del ejército, también destacado allí, rogó en repetidas ocasiones al obstinado dictador alemán que ordenara la inmediata retirada a fin de preservar el Sexto Ejército, cuya fuerte penetración le había llevado, sin embargo, mucho más adelante de las líneas alemanas hasta alcanzar la mencionada ciudad de Stalingrado, pero corriendo el gravísimo peligro de ser totalmente rodeado por las formaciones militares del enemigo.
Transcurridas agobiantes semanas de múltiples y urgentes súplicas contra la monolítica determinación de prórrogas desesperantes, el Sexto Ejército quedó finalmente sitiado en lo que se conoció como “La bolsa de Stalingrado”, pero el diligente general von Zeitzler seguía abogando por la salvación de sus valiosas tropas demostrando que podía romperse el cerco hasta alcanzar las líneas alemanas situadas aún a moderados kilómetros de dicha metrópoli.
Hitler prometió que les abastecería desde el aire, algo imposible tratándose de tal magnitud de unidades militares. Tras exasperantes semanas más, cuando ya la distancia era mayor entre las líneas alemanas y la ciudad, von Zeitzler se encolerizó una mañana y se enfrentó al dictador casi exigiéndole que ordenara la evacuación inmediata y salvara al Sexto Ejército. El déspota nazi le contempló con una mirada glacial y le espetó al rostro: —¡No abandonaré el Volga! Fin de la discusión. Algunos días después, como para afirmarse más en su despiadada decisión, Adolfo Hitler ascendió al general von Paulus a Mariscal de Campo, instándole con ese ascenso, de modo velado, a que cometiera suicidio, ya que ningún Mariscal de Campo alemán se había entregado jamás al enemigo. Para el dictador nazi la vida humana carecía de todo valor, y jamás dio muestras de reflexión ante los crímenes que cometía. ¡Igual piensa el gánster ruso!
Ignorando aquellas oscuras insinuaciones, el Mariscal Federico von Paulus se entregó con los pocos oficiales y soldados remanentes, ya sin víveres, municiones o agua potable, el 2 de febrero de 1943, sirviendo años más tarde como testigo de cargo en el proceso de Nuremberg contra los enjuiciados dirigentes nazis.
El criminal autócrata alemán, que en nada apreciaba la vida de sus mejores tropas, ni pensó jamás que estaba condenando a la aniquilación a miles de jóvenes que tenían madres, padres, hermanas, novias, esposas, hijos, se apareció poco tiempo después con una “brillante idea” en la reunión diaria de su estado mayor, declarando jovialmente: —¡Formaremos otro Sexto Ejército! ¡Acordémonos de Federico el Grande!
Así concluyó con entusiasmo el cruel y cínico dictador alemán aquel calamitoso capítulo de la guerra, sin importarle para nada las vidas perdidas. Se reclutarían otras tropas, y si fuere necesario se reclutarían otras más, y luego otras.
¡Exactamente igual ha hecho el gánster ruso ante las masivas pérdidas sufridas en Ucrania!
En Stalingrado, quedaron sacrificadas más de veinte divisiones alemanas conglomerando alrededor de 250,000 tropas y oficiales, los estados mayores de cinco cuerpos de ejército, el cuartel general del Sexto Ejército, tropas del Cuartel General, ingenieros, artillería de campaña, tanques, batallones de cañones de asalto y un cuerpo de artillería antiaérea de la «Luftwaffe», la fuerza aérea alemana.
Se perdió allí, encerrada en un bolsón de veinticinco millas de longitud por unas doce de anchura, la mejor masa de combate de las fuerzas armadas alemanas, y, en opinión de muchos historiadores, ese gigantesco descalabro militar marcó el principio del fin de la Alemania nazi.
Pero, repetimos, la Historia nunca nos permite obviar las similitudes.
En Ucrania, la desastrosa invasión rusa ha incurrido en más de 200,000 bajas entre muertos y heridos, más de 3,500 carros de combate destruidos o capturados entre tanques T-80, T-72 y los desempolvados T-62, así como vehículos BMP-2, BMP-3 y Tygr-M de transporte de tropas, al menos 25 helicópteros de asalto Ka-52 y Mi-24 de ataque, numerosos jets de combate, entre ellos, el Sukhoi Su-25, y el Su-35 avanzado, e incontables unidades modernas y antiguas de artillería lastrada y autopropulsada, a más de numerosas baterías lanza-cohetes. Las pérdidas rusas en territorio ucraniano quizá no alcancen aún las de la famosa hecatombe de la Alemania nazi en Stalingrado, pero deben estar acercándose a pasos agigantados, sin duda alguna.
Y ello, a pesar de que, hasta ahora, no han llegado los poderosos vehículos de combate “Bradleys”, y los transportes blindados «Stryker» de ocho ruedas desde Estados Unidos; los tanques ligeros «Leopard-1», los pesados «Leopard-2 A6», y los transportes blindados «Marder» desde Alemania y Polonia; los tanques británicos «Challenger-2»; los tanques ligeros de ruedas AMX-10RC de fabricación francesa; los vehículos blindados CV-90 y las prestigiosas unidades móviles de artillería auto-cargable tipo «Archer» de elaboración sueca, estas últimas aceptadas como las más rápidas del mundo en secuencia de disparo; y, finalmente, las nuevas y efectivas bombas volantes GLSDB norteamericanas de alta precisión, capaces de penetrar profundamente con un alcance de 93 millas, más del doble de los conocidos «HIMARS» usados de manera tan efectiva y letal por las fuerzas de Ucrania, con 43 millas de penetración.
Felipe Lorenzo
Hialeah, Fl.
Pero, al gánster ruso —como antes al dictador nazi— tampoco le importa la magnitud de sus pérdidas ni las familias de sus aniquiladas tropas, y menos aún le preocupa las cuantiosas víctimas inocentes que sus indiscriminados ataques con misiles han ultimado. Reclutará 300,000 tropas más —mal entrenadas y equipadas, como carne de cañón—; y si de nuevo las mismas son aniquiladas por las endurecidas brigadas mecanizadas ucranianas, él reclutará otras 300,000, lo mismo que hizo hace algo más de ochenta años el malvado sátrapa nazi cuando anunció alegremente que crearía otro Sexto Ejército.
A medida que el dictador alemán se sentía más y más acorralado, aumentaban sus acciones terroristas, su exagerada propaganda y sus constantes amenazas. Dijo que cambiaría el curso de la guerra con sus nuevas bombas autopropulsadas V-l, lanzadas desde rampas construidas en la costa norte de Francia, y las avanzadas V-2, lanzadas desde plataformas móviles lo cual las hacía menos susceptibles a ser detectadas y destruidas por la nutrida aviación aliada. Sus mejores generales le insistieron para que las dirigiera contra los aeropuertos de Inglaterra y sus fábricas militares, pero el dictador alemán se negó, y las usó como armas de terrorismo contra civiles desarmados dejándolas caer sobre Londres para alimentar el pánico entre la población.
El gánster ruso, igualmente, utiliza sus misiles contra la población civil de Ucrania para sembrar el terror y asesinar a todos los habitantes que pueda, aunque sus «cajitas orgánicas de resonancia» repitan hasta el cansancio que las fuerzas armadas rusas no atacan objetivos civiles, sino sólo militares. ¡Sí, claro!
Adolfo Hitler amenazó con su potente «Cohete de Nueva York», aparentemente haciendo alusión a la primera bomba atómica que preparaba Alemania. Pero lo hizo sabiendo que sus esperanzas habían quedado ya borradas para siempre desde hacía mucho tiempo cuando la planta electroquímica de «Norsk Hydro», emplazada en un sitio remoto y casi inaccesible de las alturas escandinavas, había sido saboteada y sus depósitos de óxido de deuterio (conocido como «agua pesada») habían quedado destrozados por esa intrépida acción de un comando inglés. Sus repetidas afirmaciones al respecto eran sólo un «bluff’.
Vladimir Putin, por su parte, ha intentado intimidar con sus misiles hipersónicos (Kh-47M2) «Kinzhal», pero sólo dos o tres han sido arrojados en Ucrania sin mayores daños que los regulares cohetes crucero. Y los misiles hipersónicos rusos no mantienen esa alta velocidad durante todo el trayecto, ofreciendo etapas de su vuelo en que son vulnerables; son imprecisos, muy costosos, y la alta temperatura de 3000 grados en velocidad de Mach-5 ha entorpecido el uso de sus sensibles instrumentos de a bordo. Igualmente ha proclamado que su nuevo tanque «T-14 Armata» es el más poderoso del mundo, pero algunas versiones afirman que sólo dos han entrado en el teatro de operaciones de Ucrania, y varios oficiales de brigada sostienen que no han visto ni uno. El gánster ruso es también muy proclive al «bluff.
Y, como dato curioso, se debe saber que el sistema de munición auto-cargable del T-14 es mucho más lento que el manejo manual empleado por la mayoría de los tanques de occidente. ¡Por cada disparo efectuado se recibirían tres! ¡Bienvenidos a Ucrania!
Adolfo Hitler conminó al Gran Almirante Doenitz para que notificara a los comandantes del Grupo de Ejércitos del Oeste, que los nuevos submarinos eléctricos hundirían a la flota aliada fondeada en la bahía del Sena en el verano de 1944. La realidad es que solamente uno, ciertamente, logró navegar bajo toda la flota sin ser detectado, pero sus tubos de lanzamiento se hallaban vacíos ya que los torpedos especiales para ese sumergible ni siquiera estaban listos. Otro «bluff de Hitler y Goebbels, su ministro de propaganda, engañando a sus propios oficiales con la ilusión de «las nuevas armas». También estuvo presente, junto a toda la jerarquía nazi, en la botadura del acorazado «Bismarck» afirmando que su poder era muy superior a cualquier buque inglés de superficie y calificándolo de «invencible». Pero fue hundido el 27 de mayo de 1941, a sólo seis días de haber zarpado.
Vladimir Putin había declarado al «Moscú», el buque de superficie más avanzado de su clase, equipado con visibles tubos lanza cohetes a ambos lados de su estructura. Era el potente buque insignia de la flota del Mar Negro, y merecedor de llevar el nombre de la capital rusa. Pero las fuerzas armadas ucranianas, sin prestar atención a sus amenazas, lo enviaron al fondo del mar con dos misiles Neptuno de fabricación doméstica.
El gánster ruso ha esgrimido con aburrida frecuencia la amenaza nuclear, y sus cotorras repetitivas del Kremlin las mantienen en vigencia oral casi a diario, como si Rusia fuera el único país que posee armas nucleares. Pero deberían aprender del taimado Chino Rojo Xi Jinping, que ni siquiera menciona eso, a pesar de la crisis con los «globos espías» chinos y las hostiles y marcadas diferencias sobre Taiwán.
Vladimir: ¡No intentes lanzar piedras sobre el tejado ajeno, que el tuyo también es de vidrio! Y, además, cuando acusas al ejército de ucrania de neonazi y terrorista, en realidad tal parecería que estás contemplándote frente a un espejo.
Podríamos aglutinar muchas más semejanzas, pero las enumeradas bastan para alcanzar la justa conclusión y contribuir a que los «tontos útiles» que abundan por todas partes, logren al fin ver con claridad el personaje que encarna el gánster ruso, lo mismo que algunos artistas y músicos que merodean por el mundo libre y disfrutan de una existencia de extravagantes lujos, pero haciendo desacertados y dañinos comentarios. Mejor que continúen en su arte y su música a fin de salvar su manifiesta ignorancia militar y política. Igualmente quedarán desenmascarados —aunque ya sabemos que insistirán en repetir lo mismo—, los mal intencionados de la «quinta columna» que se disfrazan de ser objetivos, moderados, amantes de la paz y proponentes de un camino diplomático.
Vladimir Putin jamás firmará un «cese al fuego» ni una paz negociada sin aviesas intenciones de violarla a su conveniencia, exactamente igual que hizo Adolfo Hitler cuando firmó el Pacto de Munich en 1938 con el ingenuo primer ministro británico Neville Chamberlain, quien más tarde tuvo que dimitir.
Los tiranos totalitarios sólo entienden el idioma de la fuerza. Ese es el único acuerdo de paz que funciona con ellos. Recordemos a los cándidos venezolanos, tan adictos a las elecciones fraudulentas y a los inútiles movimientos de calles en sus vanos esfuerzos. Y también, desde luego, a los pobres cubanos en las manifestaciones nacionales de aquel mes de julio. Sin la aplicación de la fuerza no hay solución, algo que comprendió muy bien el insigne apóstol de Cuba José Martí, y que ha practicado desde un principio el abnegado y valeroso pueblo de Ucrania.
Como puede comprobarse sobradamente, el edicto de Putin, declarando su «Operación Militar Especial», no era más que una excusa para dar rienda suelta a sus vaporosas ínfulas de conquistador imperialista y ladrón, intentando en sus absurdas pretensiones emular a Pedro I, quizá envidiándole que venció a Carlos XII de Suecia y que emprendió la conquista de Finlandia, o tal vez a Catalina II la Grande, imitando su licenciosa vida aunque sin poder aspirar a repetir su victoria sobre los turcos en el siglo dieciocho.
Mas, sin embargo, —muy a pesar de sus incoherentes espejismos— sus acciones y las consecuencias de las mismas han demostrado claramente y sin ambages que él, simplemente, es tan sólo una copia mala de Adolfo Hitler.
Felipe Lorenzo
Hialeah, Fl.
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