EL CURANDERO

Written by Libre Online

28 de noviembre de 2023

Por Eladio Secades (1950)

No puede escapar a esta colección de semblanzas de costumbres el curandero. Que llega a nuestra vida recomendado por el amigo que al hacernos el cuento nos dice que ya estaba cansado de ver a los mejores médicos. La culpa de que sea del todo cierto el refrán de que “de médico, de poeta y de loco todos tenemos un poco”, no la tienen los locos, ni los poetas, sino los médicos malos. Que tiene algo de poeta, algo de loco y nada de médico. 

Los refranes sirven para que la memoria se confunda con la cultura y para que los imbéciles no lo parezcan. Ganar glorias colocando refranes es como llegar a la posteridad con equipaje ajeno. Hay personas ordenadas que para cada sucedido tienen un refrán y para cada camisa una corbata que haga juego. Los curanderos existen porque es más fácil que venga la fe en una hierba extraña que en un análisis clínico. Siempre en un pueblo cercano hay una señora vieja que está haciendo curaciones prodigiosas y se empeña en llevarnos un amigo que tenía una tía desahuciada. Los familiares no lo querían creer, pero lo creyeron cuando vieron a la enferma soltar el escapulario y coger la espumadera. Así nos animan y vamos, porque nada se pierde con probar. 

Al curandero sin saber medicina, le exigimos más que al médico. No pretendemos que descubra nuestra enfermedad, sino que la adivine. Por eso empezamos a creer cuando en vez de revelarnos el padecimiento nos dice que tengamos cuidado con una persona trigueña que quiere hacernos mucho daño y ya aceptamos cualquier diagnóstico como aquellos que hacían los médicos de chaleco blanco y leontina que tomaban el pulso, mandaban sacar la lengua, tocaban un rato el bongó en el vientre del enfermo y terminaban diciendo que tuviera cuidado con el sereno. 

El laboratorio ha ido acabando con el ojo clínico. El ojo clínico es la psicología de la medicina. Es la ciencia por adivinación. Ahora el médico nos ve por fuera y los rayos X por dentro y no sabemos a quién darle las gracias ni a quién echarle la culpa. Los que nacieron para el comercio y fueron a la Universidad son aquellos que saben que un enfermo que se cura es un cliente que se va. El neurasténico acaba siendo amigo de su médico.

Sin saberlo, el compañero que nos quiere está en víspera de volverse curandero. Cree que la enfermedad que tenemos es la última que tuvo él. 

Los que han sido muy enfermos. Llegan a ser un poco médico, ser un poco médico es ser curandero del todo. Los que padecen del hígado se imaginan que son de origen hepático todos los trastornos que afligen a la humanidad. Ha sido en los últimos años que se ha descubierto que para la mala educación es mejor un colagogo y acostarse diez minutos del lado derecho que un manual de urbanidad. Ahora a Carreño lo venden en las boticas y cuando decimos de fulano que tiene buen corazón le hacemos un panegírico a la vesícula. 

Todavía no se ha hecho bien la clasificación del amigo pedante que quiere curarnos. De todas maneras, los hay tan buenos que encima de que nada cobran por la consulta. Nos dan tres días de plazo y podemos escupirles la cara si no nos hemos puesto bien. Mientras le decimos lo que sentimos y lo que estamos haciendo para evitarlo van practicando muecas de desagrado. No están de acuerdo con el médico que nos trata o que nos maltrata. En el tono más grave y convencido, nos dicen:

–No vayas a ver ningún médico más, pero eso sí ¡vas a hacer lo que yo te diga!

Aquí una pausa provocada por los amigos que se ponen entre cursis y dramáticos para preguntarnos:

–¿Tú te quieres curar? Jorge, estaba peor que tú, que tienes que ver. Yo quisiera que estuviera aquí para que él mismo te lo dijera. Cuando lo encontré estaba así (enseñan el dedo meñique), pues ya es otro hombre. Ya puede comer de todo hasta carne de puerco.

Los médicos se pasan la vida suprimiendo el café y cada día hay más lecherías, la nicotina y cada día hay nuevas marcas de cigarrillos y la carne de puerco y no hay un cerdo que muera de viejo.

El curandero profesional asocia la botánica que no conoce a la charlatanería. Como algunos botánicos, una misma hierba puede servir para el amor y para el estreñimiento, dos males paralelos. Todos los años aparece un guajiro misterioso que cura la lepra y otro que cura el cáncer. Los enfermos tienen que ir al amanecer y esperar turno, porque la medicina de mentiras parece la medicina de verdad. 

Agotar un conocimiento es llegar a dudar de él. Hay un punto remoto, pero cierto en que el genio que sabe demasiado se asemeja al charlatán que no sabe nada. Y conste que para que me entiendas mejor no voy a recordar el caso de Asuero. Asuero llenó el mundo de discípulos que tuvieron que dejar el trigémino para dedicarse a la política, los paralíticos se alegraron un rato, pero volvieron a serlo y los médicos que fracasaron en el deseo de hacerle un bien a la humanidad metiéndose a políticos, fueron a ver si triunfaban haciéndole un mal. Algunos médicos que se dedican a la política cambian votos por recetas. Lo que depende puede ser un engaño mutuo. Si el criollo cree en los curanderos es porque en el fondo no cree en nada ni en la Constitución ni en la vacuna, si acaso un poco en la Lotería Nacional, que es un sistema fragmentado de esperanza hecho para un pueblo que vive de esperanzas.

 La primera esperanza consiste en encontrarnos pobres y amanecer ricos. La segunda esperanza es que si no salió en un premio grande, salga en un premio chico, pero queda otra esperanza más, la de esperar la lista oficial. La lotería sería hasta una institución patriótica, si no fuera por la niña que no nos deja tranquilos en el café porque nada más le queda un pedacito. 

Hay también la vieja de solar que no cree en la medicina porque en su familia se murieron muchos o porque no se murió nadie. En este último caso dirá que en su época no se conocían las vitaminas, ni la sulfa y las mujeres pasaban por las viruelas, el sarampión, el dengue y encima parían sin gas. Tardaban más en morirse. Un viudo joven, era un acontecimiento para estas viejas que casi siempre tienen un hijo haragán y un canario anciano. La Medicina de niños nace y muere en el aceite de ricino. Con el llanto, el paleteo y la nariz agrietada. Y la Medicina de los adultos empieza en la cataplasma y muere en lavativa.

Cuando hay enfermos en el solar, cada vecina que lo visita le da un remedio. A esto se le puede llamar junta de curanderos. El médico es una cosa que se despierta a las tres de la mañana o que no se ve nunca. Pero siempre hay una señora que sabe de enfermedades y de poner inyecciones. Interroga al paciente y se despide diciéndole que no tenga cuidado, que de esta no se vira. Se marcha orgullosa de haber ejercido un sacerdocio. Pero con deseos de encontrar a otra vecina para comunicarle su asombro. No por chismear, Dios la perdone. 

Aunque parezca mentira, en los once años que hace que vive en el solar no había estado nunca en el cuarto de Candita. El muchacho no tiene nada. Lo que no se explica es cómo puede dormir tanta gente en una sola cama. La miseria es capaz de hacer del sueño de toda una familia los pliegues de un bandoneón cerrado.

Temas similares…

Ser ‘Pesao’ es un crimen

Ser ‘Pesao’ es un crimen

Por Eladio Secades (1957) ¿Podría llegarse a la completa definición del “pesao”? Pensar que se es muy simpático es...

0 comentarios

Enviar un comentario