Por José “Chamby” Campos
Esta primera columna del año 2025 es sobre una persona que cuenta con una gran trayectoria en las actividades deportivas de Miami. Desde hace mucho tiempo he querido contar su historia y todas las semanas la procrastino. La tengo como una prioridad y no la llevo a cabo por la razón de que somos muy buenos amigos. No me queda duda alguna que él jamás se enojará por mi omisión y yo por mi lado me vienen otras ideas y simplemente la pongo en segundo plano.
Sin embargo, hace unos días recibí una publicación sobre el baloncesto de High School donde nombraban a los mejores asistentes de entrenadores de Miami y la persona que tenían calificada como el mejor, era mi amigo.
En ese momento me auto critiqué por no haber relatado su historia cuando debería de haberlo hecho y me hice el propósito de que esta columna definitivamente sería dedicada a Rafael Oliva.
¿Quién es Rafael Oliva?
Quizás ese nombre no despierte ninguna idea, pero si entonces digo “Tuna” muchos asentarán la cabeza.
La gran mayoría de las personas no aprueban o se enojan de que se les mencione por un sobrenombre o apodo, pero en el caso de Rafael no existe ese complejo ya que cuando te tiende la mano él mismo se presenta como “Tuna”.
Junto a su madre Mercedes, Oliva y sus tres hermanos, dos hembras y un varón, llegó a Miami en enero del 1960 procedente de la ciudad de La Habana después de haber estado separados de su padre Rafael Sr. desde el primero de enero de 1959 por causas políticas. Su tío fue en vida el Mayor General del ejército norteamericano Erneido Oliva.
La familia se estableció en el área de lo que en la actualidad se conoce como “La Pequeña Habana” pero que en aquella época la llamaban “La Sagüesera”. Su papá fundó la primera pescadería exitosa del exilio, “El Pescador”, en la calle 8 y la 15 avenida.
Como casi todo niño cubano recién llegado el punto de partida en el área de socialización lo era un terreno de béisbol y para Rafael no fue diferente. Jugaba cada vez que se presentaba la oportunidad tanto de recreo como en ligas organizadas por las academias, como la famosa fundada por el inolvidable Emilio Cabrera llamada “Los Cubanitos”.
Al mismo tiempo debido al currículum de estudios en el colegio elemental se empezó a interesar en otro deporte, el baloncesto. Su pasión por el balón y el aro lo fueron sacando del diamante y lo fueron impulsando a las canchas.
Al llegar a la secundaria intermedia Ada Merritt Junior High “colgó” los spikes y de lleno se dedicó al baloncesto. Jamás se imaginó que aquel cambio se convertiría en una parte integral de su vida al punto que lo definiría para siempre. Rafael Oliva se quedó detrás para darle paso a “Tuna”, una leyenda del baloncesto de nuestra ciudad.
Su comienzo fue bastante tosco. Su figura de 6’4” lo ayudaba, pero la coordinación no cooperaba y a pesar de la enseñanza que recibía de los profesores no veía el progreso que él esperaba. Entonces decidió que su propio deseo lo llevaría a donde él quería llegar.
No hubo lluvia, enfermedades ni obstáculos que detuvieran su tesón por llegar a ser un buen jugador de baloncesto. Días tras días lo podías encontrar en cualquier parque donde existiera una buena competencia. Cuando se graduó de noveno grado ya se sentía que podía batirse contra cualquier contrincante.
Su próximo paso fue tratar de hacer el equipo del Miami High School, cuna de una tradición dentro del basketball colegial. Allí bajo las riendas del legendario Vince Schaefer y su asistente Bob Kaufman, Tuna no solamente integró el quinteto, sino que se ganó el puesto de abridor.
Todos sus amigos fuimos testigos de la metamorfosis sufrida por Tuna. Un atleta que daba la sensación de ser un descoordinado a uno que se convirtió en un estudiante del excitante juego de “gigantes”. Sin duda alguna su confianza y auto determinación lo llevaron a otro plano.
Cuando pasó a cursar los estudios universitarios recibió una beca para vestir la camiseta del Miami Dade College localizado en el downtown. En aquel momento Miami Dade contaba con otros dos recintos los cuales también tenían equipos de baloncesto. Para ese nivel y su posición de centro, sus contrincantes usualmente medían al menos cuatro pulgadas más que él.
Sin embargo, su valentía debajo de la canasta y su actitud guerrera lo llevaron a que se ganara el título del “Mejor Reboteador” de la nación, lo cual se ganó un elogio por parte de la prensa que lo llamó “El Pequeño Hombre Grande”.
Después de concluir su carrera siguió compitiendo en torneos amateurs tanto locales como estatales. Su amor por el deporte lo llevó a impartir instrucciones a los más jóvenes y este fue el paso que convenció a su excompañero del equipo de High School, Marcos “Shakey” Rodríguez que le diera la oportunidad de ser su coach asistente.
Shakey acababa de ser nombrado el sucesor de Schaefer y en ese momento nació una unión que ayudó a desarrollar el talento del área de una manera como nunca se había visto.
Miami High hizo historia. La superioridad fue tal que durante esos años los contrincantes solamente pudieron ganar menos de 10 partidos como visitantes. El gimnasio se abarrotaba en cada partido y era común ver a los más renombrados entrenadores del país sentados entre los aficionados.
Con la salida de Shakey de Miami High debido a haber sido escogido director del programa de la Universidad Internacional de la Florida, FIU, el binomio Tuna-Shakey se separa después de 14 años, cinco campeonatos estatales y más de 400 victorias. Tristemente más nunca compartieron una corte. A través del tiempo Shakey se lamentó de no tener a Tuna a su lado en el banco.
Pero como dicen que las pérdidas de unos son ganancias de otros; su antiguo pupilo Frank Martin fue el elegido para continuar el legado de Schaefer y Shakey. Martin, quien había sido su asistente en el equipo menor y hoy día es un respetado entrenador a nivel universitario, inmediatamente le pidió a Tuna que no abandonara el programa más prestigioso de la nación y del cual él había sido padrino activo.
Los próximos cuatro años Oliva siguió ayudando con el desarrollo de los jugadores y las estrategias de los partidos. El resultado fue otros tres campeonatos estatales, un subcampeonato nacional y más de 110 victorias para la icónica escuela localizada en La Pequeña Habana.
De allá a la fecha Tuna ha continuado asistiendo a coaches de baloncesto solo por el placer de enseñar a las nuevas generaciones.
De su árbol en adición a Martin también surgieron Anthony Grant (actual entrenador de la universidad de Dayton en Ohio), Allen Edwards y Sergio Rouco quien dirige a la selección nacional de El Salvador.
Nada le trae más orgullo que su familia. Conoció a su esposa María Serrano hace 57 años y llevan casados 47. De esa unión nació su hijo Michael.
Para la familia Oliva el baloncesto ha sido el instrumento que los ha mantenido unidos siempre. Primero cuando Tuna jugaba y luego cuando ayudó a su hijo en su desarrollo del deporte. Michael ha seguido sus pasos como jugador y entrenador.
En estos momentos Tuna se encuentra en medio de su temporada número 48 y cuestiona si será la última, al mismo tiempo que dice tener la misma pasión y deseo que lo ha llevado a entrenar toda su vida.
Mi deseo por su bien, el de esos jóvenes y sobre todo el baloncesto de esta ciudad es que Tuna continue patrullando las canchas de nuestra ciudad.
Felicidades, mi gran amigo.
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