Nos dicen constantemente -con respecto a nuestro país- que “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”…
Eso no va conmigo, siempre desde que nací creí que Cuba era la primera maravilla del mundo.
A pesar de nuestros fallos era orgullosamente cubano y adoraba a mi terruño natal al cual nunca le encontré defectos.
Solo tuve que visitar a La Habana, un par de veces para comprobar que era una de las capitales más bellas e iluminadas del mundo. Cien por ciento de acuerdo con Celia Cruz cuando cantó: “¡ Como La Habana, mi hermano, no hay comparación”!
Vivía en el paraíso y sabiendas de que era un vergel. ¡Qué bellos Luyanó, Regla y Marianao la ciudad que progresaba con Orue a la cabeza!
Estaba muy claro en que era miembro de un extraordinario pueblo, rodeado de tremendos buenos amigos, con los mejores maestros, con cuatro iglesias de distintas denominaciones a mi alrededor, con procesiones donde participaba el pueblo entero, y dos gloriosos parques donde al visitarlos siempre me sentía acompañado.
Un hogar divino, un hermano super noble y unos padres extremadamente cariñosos practicantes de una leve disciplina.
Le juro que cuando la maestra de Kindergarten Violeta Espinosa -proveniente de Cárdenas- nos comunicó el bello piropo que el Almirante Cristóbal Colón le dedicó a Cuba “ya yo lo sabía y estaba de acuerdo con el gran genovés”…
Y no era solamente Güines, sino que Cuba entera era bendecida por la mano de Dios.
¡Guantánamo, Cienfuegos, Santiago de Cuba, Bayamo, Trinidad, Cristo, Yateras, Camagüey con sus bellos tinajones, Pinar del Río con el mejor tabaco del planeta, la preciosa Matanza cuna de mis amigos los hermanos Byrne y Demetrio Perez Jr. Y el indómito Oriente tierra de Antonio Calatayud y los Maceo.
Visité y soy testigo del encanto de Santiago de las Vegas, de San José, Cotorro, Madruga, Catalina, San Nicolás, Palos, Ciego de Ávila, Pipían, Melena y el glorioso Caibarién de Aldo Rosado.
Claro que sabía que había nacido en un Edén bañado por el Mayabeque, el Cauto, Dos Ríos, Almendares, por Varadero, Guanabo, Santa María del Mar, el Ancón, y hasta mis queridísimas Playas del Rosario y El Caimito.
Y cuando escuché la canción: “He perdido una perla” pensé: “¡No, perdimos más que eso, perdimos el collar de perlas completo!”
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