EL CHORI una Leyenda del  Folklore Habanero

Written by Demetiro J Perez

24 de septiembre de 2024

Por: Álvaro J. Álvarez

Quien no recuerda haber visto en algún punto de La Habana estas cinco letras CHORI.

Mucho antes que el grafiti se conociera, ya este personaje se daba a conocer de su propia mano y con una tiza en cualquier columna, piso o pared de La Habana.

Silvano Shueg Hechavarría “El Chori” nació el 6 de enero de 1900 en calle Trinidad # 56 entre Reloj y Calvario, en Santiago de Cuba. Su madre Eloysa Hechavarría, su padre Silvan Shueg.

Tenía una media hermana Carmita Shueg.

En su tierra cantó, con el honor de conocer a los grandes trovadores Sindo Garay y Manuel Corona. La percusión lo acompañaba desde entonces por los bares y cafés de Santiago.

A La Habana llegó en 1927, trabajó en la Academia de Baile de Marte y Belona (muy famosa academia, en Monte esquina a Amistad, en los altos del café del mismo nombre, que se mantuvo hasta que en 1954 se demolió el edificio que la albergaba) donde se aprendía a bailar pagando 10 centavos por cada pieza.

Después se montó en un tranvía hacia la Playa de Marianao, donde confluía la bohemia capitalina, para allí pronto devenir en una verdadera institución de la percusión.

Con mucho atrevimiento y seguridad llegó hasta el Club Los Tres Hermanos y pidió una oportunidad para demostrar quién era él. Choricera, como se hacía llamar, con su raro atuendo, pañuelo rojo atado al cuello, cruz de madera colgada al cuello y algo de misterio, pidió algunas botellas de cerveza, las llenó con agua a distintas alturas, las colocó sobre la mesa, profirió entonces un grito espantoso, abrió los ojos desorbitados, sacó la lengua y con sus baquetas empezó a extraer raros sonidos muy recónditos a aquella hilera de botellas que sonaban como una marimba.

Cantaba con una voz gruesa, ronca, gastada y profunda, como salida de la selva. A veces se asemejaba a algo así como si fuera un juicio. Aquello parecía surrealista, es lo que llama la gente de la farándula.

Pronto pasó a trabajar en centros nocturnos de la Playa de Marianao, como los bares y cabarés de tercera categoría, casi marginales: El Niche, Choricera, Panchín, Rumba Palace, La Taberna de Pedro, Pensilvania y Los Tres Hermanos. 

Después las ocurrencias fueron muchas, incluyó timbales, bocinas, sartenes, cencerros y demás instrumentos extraños en aquellas veladas que comenzaban a llenarse. Por allí pasaron estrellas foráneas como: Agustín Lara, Cab Calloway, Gary Cooper, Toña la Negra, Berta Singerman, Errol Flynn, Ernest Hemingway, María Félix, Imperio Argentina, Josephine Baker, Pedro Vargas, Tito Puentes, Ava Gardner, Lucho Gatica, Tennessee Williams.

Del patio: El Benny Moré, Barbarito Diez, Ernesto Lecuona, Juana Bacallao, Celeste Mendoza, La Lupe, Rita Montaner y todos los que llegaban curiosos por aquellos sitios tan llamativos.

Por ese motivo en 1956, hasta La Choricera llegó nada menos que el monstruo del cine Marlon Brando. Brando fue inspirado por el escrito del columnista Drew Pearson, del New York Times, donde expresó: “El turista que visite La Habana y no llegue hasta la Playa de Marianao, para ver al Chori, no conoce La Habana”.

No le interesó conocer los fastuosos cabarés Tropicana, Sans Soucí, ni Montmartre, sino pidió que lo llevaran a la Playa de Marianao a conocer al Chori. “Quiero encontrarme con la auténtica música cubana”. Después de disfrutar estupefacto aquel espectáculo, propuso al Chori llevarlo a Hollywood para mostrar al público su inmenso talento. El percusionista fue llevado por el agente teatral hasta el aeropuerto de Rancho Boyeros. En el momento de la partida, el músico dijo ir a tomarse un café y desapareció. Un tiempo después ya estaba en su cueva con un trago de ron y diciendo a sus amigos: “Ni por aire ni por agua voy a ningún lado”.

Dos años antes, en 1954, El Chori había participado con sus timbales en la película Un extraño en la Escalera, filmada en La Habana con el protagonismo de los mexicanos Arturo de Córdova y Silvia Pinal. Mas no es todo. Errol Flynn, el gran aventurero del cine norteamericano de entonces, lo contrató cuando filmó La pandilla del soborno (The Big Boodle), rodada en La Habana. Otras celebridades del espectáculo decididas a escucharle también se llegaron hasta las afueras de la ciudad para ver un espectáculo que era ya una de las atracciones de la farándula capitalina. Al Chori tal vez se le conocía más en el exterior que en su patria.

El Chori era capaz de producir sonoridades inesperadas pero atrayentes, diríase más bien selváticas, que llevaban al éxtasis a los presentes, en particular si se trataba de forasteros y turistas que no comprendían el significado de los cantos, pero percibían las sensaciones implícitas en aquellas expresiones. 

Hasta donde se sabe fue el autor de Hallaca de maíz y Se acabó la choricera…

“Se acabó la choricera, / bongó camará. / Un chorizo solo queda”.

George Gershwin, el compositor de Rapsodia en azul y Obertura cubana, salía del exclusivo hotel Almendares para oír y aplaudir al cubano en La Choricera, y se midió de tú a tú con Tito Puente, que recordaría por siempre aquel encuentro con un: “Yo nunca vi nada igual en mi vida”. Entusiasmó al poeta norteamericano Langston Hugues con su espectáculo.

Federico García Lorca, en el verano de 1930, se hizo habitual en Las Fritas, para ver su espectáculo. Escritores de la talla de Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante lo aluden en sus novelas. 

El Chori aparece en el polémico documental PM de 1961 que causó aquella gran novela de FC cuando dijo: “dentro de la revolución todo fuera de la revolución nada” y luego el comienzo de la censura, la cual efecto, entre otros, a Ela O’Farrill por su canción Adiós Felicidad.

El genial guionista de cine italiano Cesare Zavatini lo conoció en La Habana de 1953 y dejó constancia del encuentro. Lo recuerda con su labio caído, los ojos fijos en no se saben dónde, sus estremecimientos de borracho tímido y aquella actitud suya con la que parecía que hablaría con Dios, antes de empezar a golpear con unas baquetas irrompibles cualquier superficie hasta que hacía silencio, un silencio inesperado con el que volvía al acecho. 

La revista Life le dedicó un reportaje de dos páginas, tocaba los timbales y tiraba los caracoles.

Trabajó en el show del Cabaret Sans Souci, junto a Miguelito Valdés. Ello es la mejor evidencia de que el timbalero intuitivo poseía el talento de los elegidos, el don de la simpatía, la autentici-dad y la raigal convicción de portar en sus toques el brío de los ancestros.

El Rey se mantuvo hasta 1963 en la Playa de Marianao, el show se fue apagando, el músico se refugió en su laberinto, un viejo caserón solariego en la calle Egido #723.

Eran los tiempos finales, ya no hay cabarés en la Playa, frecuentaba la Peña que Alfredo González Suazo, conocido como Sirique, mantenía en su herrería en la calle Santa Rosa entre Infanta y Cruz del Padre, en el Cerro. Eran encuentros dominicales que trajeron la presencia de Sindo Garay, Miguel Matamoros y Graciano Gómez. Los asistentes, músicos todos muy reconocidos en su tiempo, decidieron formar una orquesta, Los Tutankames, que contaba con un maestro en cada instrumento y parecía ser en conjunto un Asilo de Ancianos. Chori fue el percusionista de la agrupación y tuvo en esa peña su última aparición en una película, aunque fue como espectador. 

Llegó abril de 1974, nadie reparaba en el asunto, pero al pasar de los días empezó a sentirse la ausencia de Silvano en el patio del solar de la calle Egido # 723. El olor a muerto iba invadiendo el espacio. Rompieron la puerta del cuartucho que ocupaba El Chori y allí estaba en efecto.     

¡Nunca se supo el momento exacto en que se acabó la choricera!

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