Existe una regla de oro de la idiosincrasia cubana que dice que: “Es preferible ser malo mejor que ser pesado”. Y el que liga el parlé con ambos defectos lo discriminamos con furia y rigor.
Y así fue con Raúl Castro y con el argentino Ernesto Guevara de la Serna. Ustedes hagan memoria sobre la etapa inicial para poder pasar a preguntarles: ¿Alguien escuchó a un compatriota decir: “¡Qué simpáticos, qué graciosos, qué agradables son Raulito y Ernestico!”?
De eso nada, a la población cubana ambos les cayeron como el clásico hígado frío a las 12 de la noche.
Y a eso había que agregarle que en una revolución y un ejército presumiendo de machos enteros y considerados “triunfadores de una guerra”, Raúl tenía un tipo de cherna solamente superado por “Liberace”.
Al argentino, mientras tanto, se le salía por encima del hediondo uniforme su arrogancia y su firme creencia de que “él era superior en todos los sentidos al resto de sus compañeros de armas”. Y, de paso, del pueblo cubano en pleno.
Es decir, que mientras muchos erróneamente se desvivían en guataquerías para con los barbudos, al Che lo consideraban un engreído y a Raúl -quien obviamente lucía un pajarraco con su cola de caballo- los cubanos (por su cara lampiña, sus ojos rasgados y oblicuos y por su amaneramiento) enseguida comenzaron a llamarlo “La China”…
El tirano, para ver si podía evitarle la fama de bisexual a su medio hermano, dictó la orden de que se casara con Vilma Espín.
Pero eso no funcionó. Tanto es así que todavía, a estas alturas, existen muy pocos compatriotas que no crean que el tipo apunta y banquea…
Guevara tampoco pudo quitarse de encima su bien ganado “estigma” de ser un bofe. Y se acentuó después de aquel inolvidable incidente en que, ante las cámaras de televisión, increpó al locutor Germán Pinelli cuando este deseaba ganarse su atención gritándole de lejos “¡Che, Che!”, y le dijo muy bravo y sin compasión: “¡Yo soy el Che para mis amigos, usted me tiene que llamar Comandante Doctor Guevara!”
Encima de eso hace patente su desdén y desprecio por los cubanos firmando los billetes nacionales con su seudónimo.
Y , desde luego, el baño de sangre iniciado por “la china” en Santiago de Cuba y el genocidio del atorrante en La Cabaña no los ayudó en nada a ganar un concurso de simpatías en la nación.
Al contrario, hoy en día y sin temor a equivocarnos podemos darles los títulos de haber sido los dos hombres más repugnantes- seguidos muy de cerca por Faure Chomón- que han pisado la tierra cubana. Vaya, hicieron lucir gracioso hasta a Valeriano Weyler.
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