El año 2022 ya está prácticamente en el breve remanso de sus últimos días. Asomado al pórtico de luz donde muy pronto comenzará su andar, envuelto en un manto de enigmas y renovadas ilusiones está el 2023. Es lento este peregrinar, a veces por intransitables caminos, con el agobiante peso de más de seis décadas de lucha cargado en nuestras espaldas y, sin que podamos evitarlo, llevamos el desgarro que produce la orfandad de la patria, que impone la tristeza en nuestras almas. Es dura la experiencia, pero si queremos alcanzar la tan ansiada libertad, no hay otra alternativa que seguir adelante, siempre dispuestos a continuar la ruta en busca de ese nuevo amanecer, libre de imposiciones y pesadas cadenas que anuden nuestros pasos. Continuar la lucha es nuestro destino, sin pedir permiso y sin esperar por nadie; sin importarnos las incomprensiones, ni la cuota de sacrificio que aún tengamos que aportar. No hay otra alternativa. Es un imperativo de que en cada momento estemos conscientes, como un dictado de nuestra conciencia y ese espíritu fuerte que Dios ha puesto en nuestros corazones, de que más allá de todo golpe del destino, de cada adversidad, estemos dispuestos a continuar la lucha sin vacilaciones. Porque la libertad de Cuba es nuestro mayor anhelo y es la naturaleza del amor y del bien que nos guía y nos invita a que continuemos siendo fieles a esa inefable transparencia que siempre ha inspirado nuestros actos como luchadores. Y se hace imperativo también, por encima de todo, el honrar con nuestras acciones el histórico legado que han escrito con amor y con sangre nuestros mártires.
Como ha venido ocurriendo durante los más de 63 años de feroz tiranía, es de suma importancia que sigamos firmes en la batalla por devolver a nuestro pueblo su derecho a ser libre; a despojarse para siempre de las agonías, del cúmulo enajenante de miserias y desesperanzas. Es difícil vivir con un presente de angustia y desesperación, pero más difícil aún es vivir sin las posibilidades de un futuro luminoso, atascado el porvenir en un pantano lúgubre y oscuro, con el lodo de una horrenda tiranía borrándoles las pupilas, atascando sus labios a la indefensa población.
Para que nuestro pueblo alcance la felicidad no basta ya con que sus esclavizadores “se abran al mundo”. Ni que el mundo “se abra a Cuba”, como proclamó varios años atrás el Papa Juan Pablo II. Por los días cuando se llevó su viaje pastoral a la Isla, en medio de la represión y la ensañada persecución de Fidel Castro a sus opositores, la visita puede considerarse si no incomprensible al menos inoportuna. A pesar de que han transcurrido muchos años, todavía se recuerda el llamamiento del Santo Padre a la reconciliación, en un gesto cargado de amor y compasión, de espontánea ternura, aunque en parte no carente de frustraciones ante el grado de intransigencia y maldad de quien, ante la humana intención en la que se apoyaba la convocatoria del Sumo Pontífice, en todo momento el tirano se aferró a la preservación de su régimen autoritario y corrupto, sin dejar de hacer uso del terror, puesto en práctica desde el primer día de su ascenso al poder, junto a su despiadada crueldad, el engaño y la trampa.
Es demasiado tarde para buscar soluciones en base a un entendimiento con el régimen comunista de Cuba. Mucho menos por iniciativa o convocadas por el Vaticano, en el instante cuando la autoridad máxima de esta institución religiosa descansa en la voluntad de Jorge Mario Bergoglio, el controversial Papa Francisco, extremadamente complaciente con los que se sienten identificados y profesan el culto de la engañosa filosofía de la extrema izquierda, sin que para ello tome en cuenta que este bando, bien sea intelectual o político, tiene su origen en el comunismo ateo y nauseabundo, violador de todos los derechos, las posibilidades al progreso y la paz espiritual de la familia, al imponérseles un sistema enajenante de miserias y de humillaciones.
Entre ellos, como reafirmación concreta de su inapropiada conducta, de su descalificación como mediador en el conflicto de Cuba, es su aparente confusión entre el bien y el mal, entre el honor y el deshonor, entre la justicia y la injusticia. Y como hecho palpable de su parcialidad, podemos señalar, a pesar de su bien documentado expediente de asesino del segundo al mando del castrismo, la vergonzosa reafirmación de la amistad entre Raúl Castro y el Papa Francisco, quien recientemente asombró al mundo con su absurda confesión al revelar, sin ningún tipo de remordimiento ni de escrúpulos: “Con Raúl Castro tengo una relación Humana”. Algo tan decepcionante como si proclamara que esa misma relación la tiene con el diablo.
El año 2023 ya está tocando a nuestra puerta. Apenas faltan unos días para que comience a asomarse por el portón del alba. Atrás quedan días oscuros para el pueblo de Cuba. Días de incertidumbre y privaciones. Días de desesperanza, violencia gubernamental y desconsuelo. Pero queda también la experiencia, la certeza de que hay que barrer la casa, limpiar la podredumbre acumulada en todos los rincones y, porque para alcanzar la libertad resulta imprescindible, echar a la basura las amargas cenizas de la impotencia y el miedo. Si apretamos el puño y buscamos la fuerza en las experiencias de otros pueblos esclavos que triunfaron en su empeño a ser libres, no tardaremos en poner de rodillas a la tiranía comunista de Cuba. No, no estamos en tiempo de renovar simplemente el maquillaje de la tiranía, de ese sistema criminal y perverso que hace más de seis décadas se apoderó por la fuerza de los destinos Cuba, convirtiendo a sus instituciones en parasitarias dependencias del Estado esclavista, al servicio exclusivo de los opresores.
Para que nuestro pueblo alcance la felicidad se hace imperativo como primer paso, la eliminación de su escenario político de todo lo que signifique castrismo, que en la práctica significa todo lo que huela a podrido en las herrumbrosas estructuras de la tiranía. Son muchos los atropellos y los crímenes, que bajo ningún concepto han de quedar impunes. Se hace imperativo, a la misma vez, que se destierre el odio y la venganza, un verdadero orden de paz y de justicia. Para que ese árbol del mal simbolizado en el aberrante comunismo desaparezca para siempre de nuestra amada patria, hay que amputarle las ramas, despojarlo del tronco, cercenarle de un tajo las raíces, de manera que cese su floración de engaños, sus frutos de maldad, la inhumana sombra que proyecta su tóxico follaje camuflado con disfraz verde olivo.
Recordemos siempre como inspiración esta célebre frase del genial poeta Bengali Rabindranath Tagore: “El bien puede resistir derrotas; el mal, no”. Ánimos y adelante. ¡Que seas tú, cubano, parte integral de la historia por la libertad de Cuba!
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