EL BESO DE JUDAS

8 de abril de 2025

Estamos acercándonos a la celebración de la Semana Santa, y aturdido por los excesos carnavalescos de las ciudades de Miami y Coral Gables y entristecido por la turbia secularización de nuestra sociedad, se me ha ocurrido escribir sobre Judas. Considero que el conflictivo apóstol se ha convertido en el modelo que siguen los que hoy día ignoran a Cristo, descuidan su devoción religiosa y adoran a dioses  falsos.

En el Nuevo Testamento se mencionan a siete personas llamadas Judas, evidencia de que tal nombre era común en época de Jesús; pero el que vendió a su Señor besándole el rostro para identificarlo ante sus captores es probablemente el más mencionado de todos. 

En el libro titulado ”Yo, Judas” del escritor Taylor Caldwell, el discípulo traidor se presenta a  sí mismo como un hombre culto, adinerado y con tendencias místicas que se fascinó con las enseñanzas de Jesús; pero al correr del tiempo se sintió frustrado por la pasividad  del Maestro y trató de impulsarlo a que provocara una rebelión contra el brutal imperio romano, lo que contrariamente a lo que esperaba produjo la sentencia de muerte pronunciada por Poncio Pilato. Esta historia sugiere la tesis de que Judas confiaba en que Jesús sería el libertador de la nación y motivado por su fe en el Señor quiso provocar la situación que produjera la victoria redentora. Esta tesis se ajusta a referencias bíblicas sobre el uso de la fuerza bélica para consumar los designios de Dios. Basta que leamos el Libro de Josué para confirmar lo dicho.  Algunos intérpretes bíblicos no están muy lejos de considerar a Judas como un héroe que sacrificó su propia vida para propiciar a Jesús el escenario para que cumpliera la asignación liberadora que supuestamente  recibió de su Padre celestial.

En otro libro, titulado “The Lost Gospel”, (“El Evangelio Perdido”), el autor Herbert Krosney nos presenta una autobiografía apócrifa supuestamente escrita por Judas Iscariote. Estas son textualmente las palabras introductorias: “de entre las ruinas de la Biblioteca de Alejandría, Iberias, un monje egipcio cristiano, recuperó milagrosamente un manuscrito  extraído de las llamas. Escondiéndolo en su túnica se lo lleva al Valle de los Reyes para leerlo lejos de miradas indiscretas.  Su sorpresa no podía ser mayor, escrito en un griego muy culto el manuscrito es el diario de Judas Iscariote. En su lectura Iberias descubre que Judas procedía de una familia judía y farisea, y que no era el pobre ladrón a quien todos acusaban. La pobreza de Judas era en realidad voluntaria. Según el documento rescatado se había desprendido de todas sus riquezas para seguir al Mesías”.

En una de las expresiones más impactantes que en el supuesto Evangelio de Judas  comparte Jesús con el hombre que habría de traicionarlo aparecen estas palabras “tú serás superior a todos los demás, porque eres tú quien vas a sacrificar al hombre que cubren estas vestiduras”. Es decir, se indica la idea de que sin la traición de Judas no hay redención para los pecadores. Si él no hubiera entregado a Jesús éste no hubiera derramado su sangre en el Calvario para la proclamación del evangelio de salvación.

¿Es responsable un hombre de sus actos si los mismos les fueron planeados por Dios?  La respuesta afirmativa a esta pregunta es la tesis del supuesto evangelio de Judas, tesis que Ireneo, padre de la iglesia primitiva no compartió basándose en el hecho de que Dios no usa el pecado como un medio para hacer cumplir su voluntad.

En La Biblia hay dos versiones sobre la muerte de Judas. Una en el evangelio de San Mateo, la más comentada, se  afirma que cuando Jesús estaba a punto de ser entregado llamó “amigo” a Judas diciéndole “haz lo que viniste a hacer”.  Se consuma la traición y Judas, confundido y tembloroso, termina con su propia vida por medio del suicidio. El evangelista simplemente añade que “entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron”.  La otra versión aparece en el Libro de los Hechos en palabras del Apóstol San Pedro: “hermanos, tenía que cumplirse la Escritura en la que el Espíritu Santo predijo acerca de Judas”. Continúa  Pedro diciendo que  Judas “con el precio de su infamia adquirió un terreno, y cayendo de cabeza se reventó por el medio y todas sus entrañas se derramaron”.

Es oportuno indicar que ambas narraciones no son contradictorias. Las palabras son diferentes, pero el contenido es el mismo. Lo que se quiere decir en Las Escrituras es que la muerte de Judas fue el pago a una infamia. No murió víctima de una piadosa enfermedad ni terminó su vida con el logro de una admirable heroicidad.  Las profecías bíblicas anticipan cómo sería la muerte de Jesús y hablan de una entrega traidora y de una deserción cobarde; pero no identifican por nombre a la persona culpable. En el caso de Judas la profecía no escogió al traidor, fue el traidor el que se acomodó a la profecía.

Las presunciones de que Judas haya actuado por patriotismo  o expectación religiosa se invalidan ante el hecho de su suicidio. ¿Por qué habría de matarse un hombre que tenía méritos para sentirse como un héroe que cumplió una misión? Judas es simplemente un individuo dominado por la ambición, corrompido  por la envidia y orientado hacia la maldad. 

Lamentablemente hubo pocos amigos de Jesús que se acogieron al noble sentimiento de la piedad. Mencionamos a Nicodemo, a José de Arimatea y a “un cierto Simón de Cirene”. Estas tres personas son las únicas identificadas que tuvieron una actitud compasiva ante el martirio de Jesús. Los evangelios mencionan a un joven que se mantuvo, sin huir, en la distancia y exaltan el nombre de María, la santa madre hincada ante los clavados pies de su Hijo amado, y finalmente se refieren a las piadosas mujeres que fueron temprano en la mañana del domingo a cumplir con sus devotos deberes. Posteriormente se mencionan a los once apóstoles restantes, los que después de la resurrección regresan a Jesús. Todos, menos Judas, quien prefirió su propia destrucción antes de optar por los beneficios del arrepentimiento. 

Cristo fue ignorado por aquellos a quienes santificó con milagros de sanidad, por los que alimentó en la rocosa montaña que le servía de púlpito para predicar La Palabra y por todos los que de sus manos recibieron inefables bendiciones. La indiferencia, ingratitud y olvido de muchos son actitudes que tristemente reflejan la dolorosa traición de Judas,

Algunos intérpretes bíblicos sugieren que el hecho de que Judas haya tratado de devolver las treinta monedas de plata por el desafuero de su traición implica la posibilidad de que se haya arrepentido de la misma. No obstante, estimamos que esa desesperada acción de Judas lo que propone en la enseñanza de que siempre terminamos odiando lo que obtenemos por medio de un acto de maldad.  Incluso, si nos atenemos a las palabras pronunciadas por Pedro, quien afirma que Judas en lugar de lanzar las mal habidas monedas  al piso del santuario las utilizó para comprarse un terreno, confirmamos que los resultados del pecado cometido siempre son funestos. Judas, dice Pedro, cayó desbaratándose el vientre y esparcidas en el fango sus entrañas.

Recordamos que Jesús en la última Cena  con sus discípulos habló de que entre ellos estaba el que habría de traicionarle. Azuzados por la duda, cada uno preguntó ‘¿soy yo?’ La inseguridad prevaleció en los más cercanos compañeros de Jesús. Han transcurrido siglos sobre siglos y entre los seguidores del Redentor permanecen la duda y el riesgo de la traición.

Cuidémonos nosotros de no ser como Judas. Después del beso fraternal no puede jamás prevalecer el veneno de la traición.

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