El Amigo Mujeriego

Written by Libre Online

17 de junio de 2025

Por Eladio Secades (1956)

Difícilmente el cubano deja de tener tres cosas. Un compañero de colegio influyente a quien nunca ha querido molestar. La esperanza de colocarse en el gobierno. Y suerte con las mujeres. Para los que combaten lo femenino, tienen suerte con las mujeres los que nunca han tenido mujer. O los que tuvieron mujer y la perdieron. O los que la tuvieron y se aburrieron de ella. El amor es un mano a mano en el que sale ganando el que se aburre primero. Esos tres caminos conducen a una soledad sin dictadura casera. Que equivale a decir sin celos y sin arañazos. Al cubano cuando es joven y se cree conquistador, no le gusta amar. Sino dejar que lo amen. El cubano viejo ya tiene que apurarse un poco más. Entonces le pasa lo que a esos jugadores de póker que tienen poco resto y quieren seguir tirando faroles. Mal síntoma es que el amor nos deje igualmente cansados como si hubiésemos subido una escalera de caracol. 

La verdad es que al criollo le gusta querer más allá de donde le permite la juventud. Cuando el idilio no es un intercambio de juventud, entonces es un intercambio de juventud por dinero. O por gratitud. Que es peor. Aunque hay quienes se ilusionen pensando que cuando la juventud se acaba, quedan los secretos del amor. Que los hombres viejos dominan. Y los muchachos ignoran. Los amigos que se resisten a comprender la barriga que les ha crecido, los pelos que les faltan y los años que les sobran, nos dicen que muchas mujeres no pueden resistir las tonterías de los pepillos. Y que prefieren a los hombres hechos. Se entiende por hombres hechos los que ya están deshechos. Los que van a casarse con una mujer vieja, no lo confiesan nunca. Hablan de las ventajas que tiene unirse a una mujer hecha. La vejez en el hombre nace allí donde empieza la mentira de que las canas le dan un aire interesante. A pesar de lo cual se las tiñen. Todos los que se tiñen las canas creen que tienen la mejor fórmula. Y se la dan al amigo. Como quien se desprende de un secreto. 

Ponerse viejo sin renunciar a la vanidad de seguir conquistando, es acudir a los recursos de la seducción. Hacer del amor una tabla de logaritmos. Después de la energía física, los dos medios más eficientes de seducción son la plata y el agradecimiento. O el agradecimiento de la plata. De lo que pueden resultar los esposos que al miedo le llaman celo. Y las muchachas que parecen nietas y son esposas. Idilios que andan cerca de la tienda de ropa. O de la peletería. Porque el protector que quiere vestir y calzar una mujer, lo que quiere es desvestirla y descalzarla.

Todos tenemos un amigo mujeriego que nos cuenta las conquistas que hace. Y cómo las hace. Describiendo la belleza de las mujeres que tiene, nos humilla un poco. Porque nos saca a flote el orgullo de criollo y lo miramos con el rencor de quien nos arrebata un sitio que nos pertenece. Cuando termine, le contaremos lo bien que nos ha ido a nosotros. Hay un fondo de vanidad satisfecha en la lamentación del cubano que nos dice que tiene una querida que le da veinte escándalos. Como en la rabia del que no sabe cómo va a deshacerse de una señora que lo persigue. Cada vez que una tonta se envenena por amor, deja un vanidoso que va por los cafés haciéndoles la historia a los amigos. 

Hay mujeriegos que llevan anotado su propio récord. Aman llevando el score. Y no perdonan a la última que llega. Aunque sea para ponerla en la lista. A veces gustan más contar la conquista que hacerla. Los viejos más honorables, los que están para el sillón y la sopita de pan, alguna vez sonreirán con picardía y querrán asombrarnos con lo que hicieron en su tiempo.

Hay tipos que creen que el alma femenina no debe resistírseles nunca. Es cuestión de ciencia. O de paciencia. Y persiguen a la mujer con la tenacidad de agente de seguros. Cada vez que logran un nuevo amor, nos colocan el disco. Que ya es tomar la amistad con criterio de hostería de “El Laurel”. Si Don Juan Tenorio hubiera sido cubano, la obra del poeta no hubiera sido inmortal. Porque de la relación de mujeres que dice que conquistó, el público le hubiese creído sólo la mitad. Y hubiera ganado Mejías. Por puntos. Un donjuán no es producto de un hombre difícil, sino de muchas mujeres fáciles. Las mujeres fáciles son como los yates. Cuando cambian de dueño, cambian de nombre.

Los que no tienen en la vida otro orgullo ni otra aspiración que ser dichosos con las mujeres, suelen ser indulgentes al juzgarlas. A todas les encuentran un motivo de encanto. Puede ser un guiñapo, pero ¿has visto los ojos? Puede ser un hilo de angustia con un trajecito estampado, pero ¿te has fijado qué piernas? Para los enamorados bobos, las flacas son graciositas, las viejas interesantes. Las feas, o son muy cultas o tienen el cuerpo bonito. Antes de compadecer al que tiene una novia fea, debemos fijarnos bien en el cuerpo. De repente la compasión puede convertirse en envidia. Las gordas son simpáticas, o tienen bonita sonrisa. Y aun cuando se presenta el adefesio que no tiene defensa ni en una noche de luna, el enamorado bobo nos dirá que la pobrecita tiene un carácter muy dulce. 

Las bellas se ponen tontas porque saben que se lo vamos a perdonar. Como antes se les perdonaba a los poetas que no se afeitaran. Y ahora a los astrólogos que no se afeiten, ni se pelen. El más pedante de los enamorados es el que nos hace la confidencia y nos ruega que no se lo digamos a nadie. Seguramente porque ya él se lo ha dicho a todo el mundo. Pero eso es más vulgar que tener un tío rico y el tabique desviado. El hombre es más faldero que el perro (Véase Galiano y San Rafael) 

No hay vejez más triste que la del tenorio cubano. Los que de jóvenes fueron muy vivos con las mujeres, de viejos hacen verdaderos papelazos con las muchachitas. Les hablan con tanta experiencia y con tanta dulzura, que más que maridos, parecen educadores de alcoba. En materia de amor lo más doloroso es volver al kindergarten. Un niño que no ha amado nunca se parece a un viejo que quiere volver a amar, en que a los dos se les cae la baba. Las muchachitas protegidas se ponen más cariñosas a fin de mes. Menos mal que detrás de cada muchachita protegida, hay una madre que al fin dejó de lavar la ropa. Lo más penoso son los viejos enamorados. Que se engañan y que creen que nos engañan. Porque se figuran que el amor es lo de más. Y el dinero lo de mentira.

 Mi amigo Luis como amante no ha querido jubilarse. Tiene esa barriga irremediable que dan la cerveza, la siesta y los años. Las grandes barrigas separan al hombre de sí mismo. En la calva tiene tan pocos pelos y tan separados unos de otros que la cabeza parece un extraño instrumento de cuerdas. La economía perfecta vendrá el día que cuidemos el dinero como cuidan los calvos los pelos que le quedan. Si se pone serio, su vejez adquiere una dignidad refractaria a toda aventura de amor. Se sienta y sus piernas cansadas están pidiendo nieta con risos. Si se ríe, tiembla la papada sobre el nudo de la corbata. Más que amante todavía apasionado, parece un lector de editoriales sobre economía política. Pero mi amigo Luis se frota las manos y se asombra de cómo están las mujeres. ¡Acabando!…

Esa esquina del Ten-Cent. Esa misa de once. Mi amigo puede ser abuelo. Pero quiere ser galán. Si alguien bromeando lo pone en duda, se enfurece y dice que se remite a la prueba y que se juega una hoja de billetes. Es un galán que goza haciéndolas sufrir. Suena el timbre del teléfono y le advierte al compañero con cierta malicia:

–Si es voz de mujer, no estoy…

Nos han hecho creer que el clima tiene relación con las distintas formas de la pasión. En el trópico el amor se aproxima más a las articulaciones que a la poesía. Es decir, es más gimnasia que poema. ¡Qué lejos están de saber los que redactan los consultorios del amor, que son maestros de cultura física por control remoto!… Es creencia que el sajón deja a la mujer salir con un amigo, como quien presta los palos de jugar golf. Y que para algunos el amor es un deporte de invierno. Lo más importante es entrar en calor. Para entrar en calor, cualquiera de estas tres cosas es buena: una camiseta con franela, un trago de whisky o una mujer.

En los países fríos el matrimonio es la calefacción nocturna de los pobres. El abrazo bajo cero es la capa de pieles. El marido o compra la capa, o hace la capa. De todos modos, su destino es acercarse a la fauna.

Temas similares…

0 comentarios

Enviar un comentario