Por JORGE QUINTANA (1955)
El mayor general Máximo Gómez en una carta fechada en La Reforma, República Dominicana, en junio de 1893 y dirigida al entonces ex Presidente de la República en armas don Tomás Estrada Palma, le anunciaba: “La Historia, sin duda, designará algún día con el honroso título de LOS HOMBRES DEL 68 a todos aquellos que tomaren parte en aquella guerra gloriosa, y a fe que nos debemos sentir orgullosos todos los que combatimos con tesón y con lealtad, y al terminar como terminó, emigramos con la bandera y la esperanza”.
Eduardo Agramonte Piña fue uno de los Hombres del 68 de más prestigio.
Fue de los forjadores de aquella epopeya. Supo mantenerse incólume en medio de los sufrimientos y los fracasos. Jamás permitió que su entusiasmo, su fe, su coraje decayera en nada. Y cuando el enemigo alevoso le atacó, le respondió a pesar de que mandaba fuerzas bisoñas y supo caer heroicamente, tratando de rescatar a un compañero abatido por las balas españolas.
Tenía méritos más que sobrados para haberse evadido del campo de la acción. Era un médico prestigioso, un político culto y hábil, había desempeñado dos carteras distintas en el Gabinete del Presidente Céspedes, había pertenecido a la Cámara de Representantes, sin embargo, se olvidó de todos aquellos méritos para presentarse ante su primo el mayor general Ignacio Agramonte Loynaz solicitándole modestamente un mando militar donde ser más útil.
El 13 de octubre de 1842 nació en Camagüey Eduardo Agramonte Piña. Su padre era el conocido abogado camagüeyano José María Agramonte y Agüero. Su madre doña María de la Concepción Piña y Porro.
Su niñez se desliza en su ciudad natal, preparándose para los estudios superiores, mientras los camagüeyanos asistían al suplicio de Joaquín de Agüero, se enteraban del martirio de Isidoro Armenteros y recibían la noticia de la muerte en garrote, en la explanada de la Punta, en La Habana, del general Narciso López.
En 1854 sus padres le envían a Barcelona, España con el objeto de que estudie la carrera de médico en la Universidad Literaria de aquella ciudad. Diez años después concluía felizmente su carrera. El 11 de octubre resultaba aprobado para verificar los ejercicios del grado de Licenciado en Medicina y Cirugía. Al día siguiente realiza el primer ejercicio resultando aprobado. El 13 realiza el segundo y último, obteniendo calificación de Sobresaliente. El 24 el M.I.S. Rector de la Universidad de Barcelona investía con el grado de Licenciado en Medicina y Cirugía al camagüeyano Eduardo Agramonte Piña.
Una vez graduado, con apenas veintidós años de edad, realiza un viaje por varias ciudades europeas, regresando a su patria, donde obtiene, en 1865, el nombramiento de catedrático de Química en el Instituto de Segunda Enseñanza de Puerto Príncipe. Al mismo tiempo colabora en el periódico “El Oriente” de Puerto Príncipe y disfruta de excelente reputación como músico de magnífica inspiración.
En La Habana su primo Ignacio, ya graduado como Licenciado en Derecho Civil y Canónico, se preparaba para aprobar las últimas asignaturas del doctorado, mientras desempeñaba el cargo de Juez de Paz del Distrito de Guadalupe. Y en Camagüey dos hermanas, Amalia y Matilde Simoni, se comprometían con los dos primos para contraer matrimonio. El 29 de abril de 1867 se verifica la ceremonia que unirá para siempre al médico Eduardo Agramonte Piña con la señorita Matilde Simoni y Argilagos. De este matrimonio nacerá un hijo, el Dr. Arístides Agramonte y Simoni que fuera también médico prestigioso, uno de los miembros de la Comisión Americana que investigó la fiebre amarilla en Cuba y catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana hasta su muerte.
Mientras Eduardo Agramonte Piña disfrutaba de su luna de miel, atendía sus obligaciones como patriota. Participaba activamente en la organización de la conspiración que en Puerto Príncipe le tenía por uno de sus principales jefes, en unión de su primo Ignacio, de don Salvador Cisneros Betancourt, los Boza, los Mola, Ángel del Castillo y los Arango. Por esos mismos días, precisamente fundaron el núcleo de camagüeyanos conspiradores la Logia Tínima, donde pretendieron refugiar sus actividades. Los acontecimientos de Bayamo no les permitieron concluir su labor, obligándolos a precipitarse.
Al organizarse el Comité Revolucionario de Camagüey Eduardo Agramonte es elegido miembro del mismo. El 1º de noviembre este Comité se reúne en el Liceo de Camagüey para considerar la situación y tomar acuerdos. Al día siguiente continúan la reunión en la casa del Dr. Manuel Ramón Silva. Ese mismo día Eduardo Agramonte es designado jefe del Cuarto Pelotón. El 3 continúa la reunión en la residencia de la señora Dolores Boza, concluyéndose el 4 en el Liceo, donde acuerdan salir, ese mismo día, para la finca Las Clavellinas, ya que tienen noticias de que las autoridades se disponen a arrestarlos.
El 4 de noviembre de 1868, apenas si han transcurrido veinticuatro días del alzamiento de La Demajagua, cuando setenta y seis patriotas secundan el movimiento en Camagüey. Entre ellos figura el médico Eduardo Agramonte Piña. El 14 ya atacan el tren de Nuevitas, donde esperan encontrar una buena cantidad de armas y sólo ocupan la correspondencia oficial. Fue, precisamente Eduardo Agramonte, quien logró descifrar los despachos del Gobernador Mena al capitán general Lersundi.
El 18 en unión de Ignacio Mora, los hermanos Boza y Tomás Agramonte Riverán rechazan las concesiones que ofrece España por mediación del camagüeyano Napoleón Arango. El 26 resulta Eduardo Agramonte elegido, junto con Salvador Cisneros Betancourt y su primo Ignacio Agramonte miembros integrantes del Comité Revolucionario que deberá funcionar como Gobierno de aquella provincia.
Los acontecimientos favorecen a los camagüeyanos. El 28 ya se atreven a interceptar la columna del conde de Valmaseda que trataba de moverse hacia Bayamo. La alcanzan en Bonilla. Durante tres horas le sostienen rudo combate. Es el bautizo de fuego de Ignacio Agramonte y también el de Eduardo, que resulta herido en un muslo.
El 26 de febrero de 1869 es electo miembro de la Asamblea de Representantes del Centro, organismo que sustituía al Comité Revolucionario de Camagüey. Uno de los primeros acuerdos que ese mismo día habrán de adoptar, fue el de declarar abolida la esclavitud en toda aquella región. En abril pasa a formar parte de la Cámara de Representantes que debería funcionar como consecuencia de la organización de la República en armas en la Asamblea Constituyente de Guáimaro. Martí evocará su figura años más tarde diciendo: “Pasa Eduardo Agramonte, bello y bueno, llevándose las almas”.
El Presidente Céspedes le designa Secretario del Interior, razón por la cual renuncia a su cargo de Representante a la Cámara para formar parte del Consejo del Gobierno. El 2 de septiembre de 1869 el capitán general disponía que fuera sometido a un consejo de guerra sumarísimo en unión de otros patriotas.
El 7 se dicta la sentencia. Se le condena en rebeldía a la pena de muerte en garrote vil y confiscación de todos los bienes. Pero nada de aquello habrá de arredrarle. Él es de un temple patriótico que resiste todas las pruebas, Y continúa impertérrito su obra revolucionaria. De la Secretaría del Interior el Presidente Céspedes le traslada a la Secretaría de Relaciones. Será por breve tiempo porque en agosto de 1871 prescita la renuncia, para pasar a la vida activa de los militares.
De su paso por el Gobierno deja un Tratado de Táctica y Ordenanzas así como la composición e instrumentación de los toques de corneta mambises, para lo cual se sirvió de sus viejos conocimientos musicales. Entre estos figura el muy conocido “Toque de a Degüello” que electrizaba a los mambises cuando lo escuchaban, infiltrándoles una bravura heroica de la que hacían derroche frente al enemigo. Otro fue la conocida “Diana de Agramonte”.
Ya libre de los cargos políticos pasó a presentarse a su primo el mayor general Ignacio Agramonte que el 24 de agosto de 1870 le dio el mando de la Brigada Sur que estaba completamente desorganizada. El 7 de octubre ya daba muestras de su capacidad para el mando, batiéndose con la columna española que mandaba el general Sabas Marín en Guano Alto.
Su vida como militar fue muy efímera. El 8 de marzo de 1872 en la acción de San José del Chorrillo se batía heroicamente con un batallón de San Quintín, al que le causó siete bajas. Entre las bajas cubanas se contaba la del médico Eduardo Agramonte. Ramón Roa, que le conoció en aquella época nos ha dejado un relato de la misma, que creemos mejor transcribir, para ofrecer una idea más clara de las condiciones en que se batió y cayó aquella insigne figura camagüeyana:
“La Revolución en el Camagüey, escribe Roa, amenazaba tocar a su fin en los años de 1871 a 1872; aunque el rescate de Sanguily, hazaña incomparable, revivió el espíritu de su famosa caballería bajo el mando del general Ignacio Agramonte Loynaz, cuya homérica tenacidad le permitía, galvanizar, por decirlo así, aquella especie de cadáver andariego, que no conocía el reposo, hostigado incesantemente por el enemigo.
Reorganizados los servicios, fue designado Agramonte Piña coronel jefe de la Brigada del Sur que estaba en cuadro. Desde ese puesto recogió a los dispersos, se atrajo a los morosos, enardeció a los tibios; y cirujano, jefe e instructor militar, sin apartarse un punto de las exigencias de la disciplina, pudo gloriarse con razón, de su popularidad entre aquellos patriotas que se habían militarizado sin pan, vestuario ni soldado; los que haciendo ejercicios de instrucción y siempre esperando expediciones auxiliares, parecían pertrecharse de elementos de combate, adquiridos y acaso perfeccionados por la fantasía.
El armamento efectivo de que disponía aquella fuerza consistía en su mayor parte, en fusiles a cargar por la boca, con cartuchos primitivos de papel obtenido en algún saqueo, o recogido en algún vivac abandonado, y con pistones a prueba de humedad, al aire libre rellenados de fresco, con clorato de potasa adquirida gracias a algún confidente que operaba entre las sombras, valiéndose de la problemática lealtad de los vecinos “pacíficos” de Santa Cruz del Sur o del estero del Junco, guarnecidos por tropas españolas.
Así y todo, al aproximarse el enemigo, envalentonado desde luego, como conocedor que era de nuestros campamentos y del peso negativo de nuestras cananas, se le hacía fuego, oponiéndosele cuanta resistencia permitía el inevitable agotamiento, cuando no la carencia absoluta, de nuestros pobres recursos ofensivos.
Al fin, desgraciadamente, el 8 de marzo de 1872, reconcentrados todos los elementos disponibles, se acepta el combate en San José del Chorrillo, disputándose el terreno, hasta que hubo que emprenderse en buen orden la retirada, “como siempre” —por falta de municiones.
El coronel Eduardo Agramonte y sus ayudantes, los jóvenes, comandante Aurelio Sánchez Betancourt y el capitán Ignacio de Miranda y Agramonte, se quedaron cubriendo la retaguardia de su columna, hasta que no bien derribado por el plomo Aurelio Sánchez, el coronel, ya también traspasado el pecho por un balazo, aunque no rendido su robusto cuerpo, en unión de Miranda acudió al sitio fatal donde yacía el cadáver del primero, para disputárselo al enemigo en lucha titánica y estéril, sin contar siquiera con el aplauso de la fama, pereciendo aquellos tres adalides de la libertad, en un glorioso grupo que iluminaría para siempre su caballeroso empeño…”
Hasta aquí el relato de Roa. Unos meses más tarde el general Ignacio Agramonte escribía a su esposa Amalia Simoni y recordaba el dolor de su cuñada Matilde. En esa carta fechada el 19 de noviembre de 1872, el general Agramonte decía: “En cuanto a la pobre Matildita, no sé qué decirle porque no quiero lastimar su pecho hablándole de Eduardo. El silencio conviene más al corazón de un hermano en estas circunstancias; y espero que ella no creerá que haya otro más cariñoso y decidido que yo”.
¿Cómo era Eduardo Agramonte Piña? Dejemos que José Miguel Párraga, en el discurso pronunciado en Hardman Hall el 16 de junio de 1890, nos lo describa en el físico y en lo moral con esta admirable síntesis: “Era alto, hermoso, galante, bondadoso, franco, enérgico, valiente, heroico; a él eran aplicables todos los calificativos que ennoblecen, honran y embellecen”.
Tal fue la vida paradigmática, útil, grandiosa de Eduardo Agramonte Piña, médico y patriota que lo sacrificó todo por su patria.
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