Con su fabuloso e histórico retorno a la Casa Blanca, Donald Trump, y su movimiento, representan una poderosa fuerza política que trasciende los límites de América para proyectarse con autoridad y respeto en el amplio teatro mundial. La elección recién concluida el 5 de este mes, tendrá grandes, quizás tremendas repercusiones en el ámbito nacional, especialmente en lo referente a los dos grandes partidos políticos y la composición de la Corte Suprema en los próximos cuatro años. De entrada, salta la clara evidencia de que el Partido Republicano ha cambiado de rumbo. El conservadurismo de su nuevo líder, Donald Trump, no es el Ronald Reagan. Comienza una nueva era. El Partido Republicano ya no es el de la clase elitista. Pasó a ser, desde noviembre 5, el de los trabajadores, con el rechazo total al progresismo demagógico de los demócratas, empeñados en una agenda radical izquierdista.
Si tratamos de encajar al presidente-electo, Trump, en una clasificación político-filosófica, el lugar indicado está en la proyección dogmática de Andrew Jackson en cuanto al comportamiento del gobierno que debe ser simple, frugal y accesible. Jackson, al igual que Trump, era partidario de la imposición de tarifas como sistema compensatorio ante su concepción de injusto tratamiento en las relaciones comerciales con otras naciones. Y también, como Trump, abrazaba el individualismo, el concepto de laissez-faire acompañado de un feroz patriotismo, un partidarismo estridente, y siempre rodearse, en su gabinete, de elementos totalmente leales como lo está haciendo Trump en estos momentos.
Otro aspecto en que estas dos grandes figuras se vinculan en su conducta y concepción política se asienta en que ambos se proclaman como tribunas del pueblo, sus defensores reales contra intereses especiales y sus defensores en el congreso. En este aspecto, y en otras formas también, Jackson expande el alcance de la autoridad presidencial como ahora lo hace Trump, hablándole a sus partidarios, y a los que no lo son, en lenguaje plano, simple, y claro, pero con convincente fuerza persuasiva.
Y todas estas características aglutinantes, que son muchas para explicarlas a toda extensión en el espacio de estas dos páginas, no son meras coincidencias. Donald Trump viene a ser, sin suda, parte de una permanente renovante fila de políticos americanos que Jackson trajo al poder dos siglos atrás, en 1828. En la política doméstica los jacksonianos son escépticos, o recelosos, de los grandes negocios; desdeñan la política de los establecimientos sociales y demandan soluciones de sentido común a problemas complejos, algo en línea con el pensamiento de Donald Trump.
Los jacksonianos americanos favorecen a los líderes fuertes, aunque, en ocasiones, en el pasado, han flexibilizado sus preferencias, como en el caso de FDR, que por venir de orígenes elitistas no se alineaban perfectamente con las ideas mantenidas por Jackson.
¿Es Donald Trump un legítimo jacksoniano? La palabra “legítimo” es muy extensa y compleja y se presta a muchas interpretaciones, todas, o la mayoría, con un distingo de grados. Sin embargo, a grandes rasgos, se puede afirmar que Trump es un jacksoniano y que, como tal, tiene un inquebrantable control en la América Jacksoniana. Y, por ende, es razonable esperar que, de persistir esta tendencia en el espectro político del país, será cada vez más difícil para los demócratas ganar elecciones y gobernar.
Las elecciones pasadas, aún frescas en las páginas de la mayoría de la prensa mundial y en todos los medios de información, es un ejemplo vivo del cambio experimentado en el electorado americano.
Empieza en América el turno jacksoniano bajo el liderazgo de Donal Trump con promesa de larga duración.
Sin embargo, y pese al renovado optimismo que despierta el cambio político reciente, hay una realidad que perturba la tranquilidad nacional. América, en el bando azul y en el rojo, permanece profundamente fraccionada. Dividida al centro. Pero, a pesar de esa división, la nación continúa recónditamente americana. Las elecciones, en una nación democrática importan. Sin embargo, el espíritu de la nación importa mucho más.
La derrota del Partido Demócrata ha sido tan demoledora, tan estremecedora, que los líderes y hasta el ciudadano común afiliado a él, andan buscando respuestas en un soñoliento afán de encontrar culpables y consuelo. La respuesta es fácil y está al alcance de todos: el votante americano no es estúpido, y rechazó, incuestionablemente, la agenda progresista liberal apoyada en el extremismo izquierdista que la administración Biden-Harris le impuso por casi cuatro años. Ese es el mensaje cristalino y potente que los demócratas, en su ciega necedad, se niegan a aceptar.
El giro a la derecha del votante en los comicios de noviembre 5 entrega las dos cámaras y la presidencia al Partido Republicano. Es más, para frotar la sal en la herida, los republicanos rompieron los monopolios demócratas en Michigan y Minnesota con victorias en sus cámaras estatales.
En el punto donde más arde la herida es en el estado de Vermont, la cueva socialista de Bernie Sanders, en que los republicanos voltearon 17 escaños en la Cámara y seis en el Senado estatal, algo no visto por más de 30 años, para romper la super mayoría demócrata.
Estos catastróficos resultados en Vermont son, en lo personal, una humillación para Sanders, cuyo altarito de demagogia “socialista” se le va derrumbando irreparablemente. Está llegando el punto de no retorno para el viejo rusófilo que ha hecho una carrera apostando contra el capitalismo, pero viviendo de él mientras en el proceso ha acumulado una elegante fortuna.
BALCÓN AL MUNDO
A un lado el orgullo étnico, y sólo desde un punto de vista objetivo, guiado por sus méritos ganados por la experiencia de más de una docena de años en el Senado, muchos de ellos en el Comité de Relaciones Exteriores, creemos que nadie en el Senado, ni fuera de él, tendría la capacidad, ni el conocimiento, para enfrentar los problemas que confronta la nación en el teatro mundial como Marco Rubio. Su nombramiento como secretario de Estado por el presidente electo Donald Trump ha sido una elección acertada porque entre los posibles elegibles, aunque todos capaces, ninguno posee la solidez de Marco Rubio para el desempeño de esa importantísima función.
En la comarca latinoamericana, especialmente en Cuba, Nicaragua y Venezuela crece la preocupación porque a partir de enero 20 habrá un nuevo ‘sheriff in town’.
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Con el colapso del Partido Demócrata, se fue también a volar la súper inflada aureola mitológica de Barack Obama. El expresidente demócrata gastó todo su capital político en la campaña para elegir a Kamala Harris como la primera mujer presidente de Estados Unidos. Se quedó corto por un enorme margen. En las últimas elecciones presidenciales y estatales, desde 2016, de 9 candidatos endorsados por Obama, 7 perdieron.
Harían bien los próximos candidatos demócratas en decirle a su exlíder: gracias, pero no, gracias, en caso de que les ofrezca su aporte a la campaña.
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Chris Wallace abruptamente abandona CNN según rumores frustrado por la manera en que la network está siendo conducida. Los repetidos traspiés de la otrora poderosa cadena de televisión la han llevado a una substancial erosión en su rating y existen ciertas discrepancias entre el staff de periodistas y comentaristas y la administración.
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La banca republicana del Senado eligió con una votación de 29 contra 24 a John Thune, Senador por South Dakota, por encima de Rick Scott de la Florida. Todo parece indicar que los republicanos terminarán con una cómoda mayoría de 54 escaños.
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Es muy posible que el presidente Trump tenga la oportunidad de nombrar uno o dos magistrados a la Corte Suprema. Para que esto ocurra tienen que retirarse algunos de los que están en ejercicio activo. Samuel Alito ya anunció que no piensa irse por ahora. Sonia Sotomayor es la incógnita por su cuestionable estado de salud. Y Clarence Thomas, no se ha referido al tema. Los tres pasan de los 70s y con la excepción de Sotomayor, disfrutan de buena salud.
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